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Author: P. Ricardo Sada F.

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Pláticas de contenido espiritual, también llamadas “meditaciones”. Pueden ser una ayuda para tu trato con Dios. Estas meditaciones han sido predicadas por el Pbro. Ricardo Sada Fernández y han sido tomadas de la página http://medita.cc
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En nuestro empeño por conocer cómo es Jesús, Él nos da una pista segura: es humilde. “Vengan a mí”, decía, llénense de mí y entonces llenarán su interior con mi Persona. Es la manera más profunda de humildad: prescindir del yo para vivir en Otro. Tres cosas hacen falta para ser santo, decía san Agustín: “la primera, la humildad, la segunda, la humildad, la tercera, la humidad”.
San Pablo dice a los Gálatas que “sufre dolores de parto hasta que Cristo sea formado” en ellos. De manera que no se trata solo de una mera imitación de Cristo sino una verdadera transformación en Él. Nuestra vida es llenarnos de Cristo, en unión profunda con Él para que podamos actuar como Él. Veremos con sus ojos, oiremos con sus oídos, querremos con su Corazón.
Ante la enseñanza de Jesús expuesta en la parábola del buen samaritano, queremos evitar la actitud del levita y del sacerdote, que “pasaron de largo”, sin detenerse ante el malherido. A nuestro lado siempre hay alguien que necesita misericordia, no dudemos en vivir esta actitud tan cristiana. Oración de santa Faustina: “Haz, Señor, que mis ojos sean misericordiosos, que mis oídos sean misericordiosos…”.
San Lucas (17, 11-19) presenta el episodio de los diez leprosos que fueron curados. Solo uno volvió a agradecer a Jesús su curación, y la reacción del Señor nos hace ver que le importa mucho nuestro agradecimiento… porque nos quiere. Valora nuestra gratitud, y la espera. San Benito de Nursia recomienda que ante cualquier circunstancia se diga Deo gratias!
Para agradar a Dios no basta el cumplimiento de lo externo: Él pide la vida afectiva, la totalidad del amor. Dos amores fundaron dos ciudades: se trata de vaciarnos del amor propio para llenarnos del amor de Dios. ¿Está mi vida afectiva colmada del amor a Jesús?.
Los dioses griegos aparecían inciertos: con ellos no se sabía a qué atenerse, un día defendían a una persona y al día siguiente se volvían en su contra. El Dios cristiano es siempre coherente:  ha venido a iluminar todas las situaciones humanas, incluidas las del sufrimiento. El Crucificado ha llenado el dolor con su presencia. El sufrimiento es un lugar para ejercitarnos en la esperanza (encíclica Spe salvi).
En el día del Señor se nos preceptúa gozar de la alegría que conlleva una jornada especialmente dedicada a Él. La ausencia de trabajo externo nos permitirá la paz que precisamos. Estamos invitados a recoger nuestro corazón, a entrar en la morada interior donde Dios habita. El que ama comprende la inmensa dicha de estar solo: ahí puede encontrarse con Aquel que lo aguarda.
En su primera carta, san Juan nos invita a experimentar lo mismo que él: la comunión con Cristo. Podemos entrar en contacto con el Señor, con su Santísima Humanidad, en todo momento: no tenemos ninguna cortapisa. Veinticuatro horas al día, siete días a la semana, las cincuenta y dos semanas del año.
A los Colosenses (2, 2), san Pablo manifiesta su amor paternal cuando les dice “les deseo que sean consolados en sus corazones”. Y es que el hombre es un indigente, carente, necesitado de consuelo. Y lo es particularmente en el fondo de su yo, en su corazón. Ese consuelo es Jesús y, al recibir su consuelo, nos convertimos en consoladores. Seremos consolados con la oración contemplativa, donde hay verdaderos encuentros y uniones.
Para amar la Cruz hay que ver en ella al Crucificado, porque ahí descubrimos el amor hasta el extremo. En cada una de nuestras negaciones manifestamos que el amor al Señor es mayor que nuestro egoísmo. Necesitamos ir contracorriente, pues de otro modo nos arrastra lo placentero. En otras palabras, si no me planteo constantemente la renuncia, la penitencia, acabaré huyendo de ella. Jesús no vino a suprimir el dolor, sino a llenarlo con su presencia.
“Mamá, déjame rezar sin leer el libro”, pedía una niña. Y explicó: “Porque cuando leo me distraigo, pero sin libro no me distraigo porque le hablo a Jesús”. Nuestra oración es ver y oír a Cristo, siguiendo el ejemplo de san Pablo: se trata de conocerlo a Él. Vayamos a orar con ansias de enamorado, con deseos de lograr la identidad.
Lex orandi, lex credenti, lo que la Iglesia nos presenta en la liturgia es también camino seguro de oración. Hoy queremos orar con uno de los prefacios de las misas votivas de la Santísima Virgen. Nos habla de que Ella es la misericordia, que Ella es la protectora, Ella es la ternura. Y Ella, como la mejor de las madres, con nosotros padece nuestros males.
Tan solo dos palabras pronunciadas por el arcángel Gabriel -Gratia plena- nos revelan a María. A Ella queremos imitar, sabiendo que solo los de corazón puro ven a Dios. ¿Queremos verlo ya desde ahora? Busquemos la pureza integral, comenzando por la de la conciencia. La sinceridad con nosotros mismos y con Dios nos hará posible crecer en ese sentido.
Este día nos recuerda el destino de todos. Y nuestra obligación de ofrecer sufragios por cuantos han muerto, pero aún no se han acabado de purificar: las benditas ánimas del purgatorio. Tomemos en serio la revelación de que existe un destino eterno, volviendo a las verdades de la fe: en nuestro tránsito, nos encontraremos a Jesús. Encender, pues, el ansia de ese encuentro.
En un sentido, la fiesta de “Todos los Santos” es más grande que la Pascua o la Ascensión, porque este misterio hace “perfecto” a nuestro Señor: Jesús, como cabeza, no está -por decirlo de algún modo- perfecto y acabado sino en unión con todos sus miembros, que son los santos. Es, también fiesta de todos los ángeles. La santidad constituye el proyecto “normal” de Dios para el hombre. El hombre debe ser santo para alcanzar su identidad profunda.
“Te adoro con devoción, Dios escondido”. Himno eucarístico que nos invita a adorar al único verdadero Dios, oculto bajo las apariencias del pan. Y a hacerlo “devotamente”, es decir, con cariño, con pasión de amor. La Eucaristía nos introduce en una polarización de nuestra vida: nos enseña de la totalidad, la locura, la atención en exclusiva, la humildad y, ante todo, el Amor infinito de que somos objeto.
Sabedor de nuestra indigencia, el Creador ha dispuesto que los hombres redimidos gocemos de la maternidad espiritual de María. Dios ha tenido con nosotros esta delicadeza: un regazo, una ternura, un consuelo, un ambiente cálido. Una mamá. Vayamos a Ella con la mayor confianza.
Jesús nos habla del reino de los cielos mostrando la parábola del grano de mostaza. Cuando sus apóstoles le manifiestan su impaciencia, les habla de la actitud propia del sembrador: la paciencia. Cuando tengamos cerrado el panorama, no nos apoyemos tanto en el optimismo, que sí, pero sobre todo en la esperanza. ¿La diferencia? El optimismo nos lleva a pensar que las cosas saldrán bien; la esperanza nos permite encontrarles sentido.
¿Cuál es la principal necesidad de la sociedad contemporánea, e incluso de la Iglesia? Sin duda que el Espíritu Santo venga a armonizar los mundos interiores de cada persona. De ese modo, el caos en el que todos estamos inmersos se convertirá en cosmos, en belleza, en cumplimiento del plan de Dios.
San Efrén el Sirio dice que nuestro corazón es como un pequeño jarrón que, si está lleno no puede caber nada más. Y si está vacío puede caber cualquier cosa. Nuestro corazón es deficiente y miserable, pero nos anima pensar cómo será el de Jesús. Las Letanías del Sagrado Corazón nos dan pistas seguras, aunque al final todo se resuma en el horno ardiente de amor en el que hemos de intentar incursionar.
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