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Author: P. Ricardo Sada F.
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Pláticas de contenido espiritual, también llamadas “meditaciones”. Pueden ser una ayuda para tu trato con Dios. Estas meditaciones han sido predicadas por el Pbro. Ricardo Sada Fernández y han sido tomadas de la página http://medita.cc
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Como en las partituras, la Iglesia nos invita en Adviento a vivir día tras día el crescendo, que culminará en el fortíssimo de la Navidad. La liturgia nos alienta en la esperanza, sabiendo que esta no se refiere tan solo al futuro, sino que se verifica en cada instante: Dios es el que viene, en un presente continuo. La espera de Dios fundamenta nuestra esperanza.
El Señor invitaba a sus apóstoles a ir con Él a un lugar apartado y descansarán un poquito. El descanso no es ir “sin Él”, sino todo lo contrario: una más intensa compañía con Él. A Dios se le encuentra en lo interior y ahí se le oye: hacer silencio es requisito indispensable.
Tenemos un gran tesoro, preparado por Dios para ayudarnos a crecer en la vida de oración: los salmos, en los que la palabra de Dios se hace oración del hombre. ¿Sabemos aprovecharlos? Los salmos son como espejos de nuestra alma, que nos ayudan a expresar lo que tenemos dentro y quizá no sabemos cómo decirlo. Busquemos identificar algunos salmos que salgan al paso de esos momentos de indefinición en la vida espiritual.
Para resolver lo insoluble, el remedio es claro: acudir a María. Eso hizo san Josemaría al venir a Guadalupe. Busquemos también nosotros el refugio del regazo de María, que en las apariciones de 1531 quiso mostrarse como Madre amantísima. Cualquier existencia que no sea la de una perfecta unión con Dios en el regazo de María, es demasiado complicada.
Con el espíritu de sabiduría nos es dado re-conocer a Jesús. Es verdad que lo conocemos, pero estamos invitados a que ese conocimiento sea más continuo. La vida de fe es convencerse de que Jesucristo vive. Como Dios es Omnipresente, en todo lugar y en cualquier instante podemos encontrarlo. La fe operativa no se limita al enunciado, sino que nos lleva a estar siempre hablándole, oyéndolo, amándolo.
La sola mención del nombre de María trae hasta nosotros el aire del paraíso. De belleza, de paz, de elevar nuestra autoestima al sabernos amados. Jesús nos invitó a ser niños, y queremos serlo pequeños, para caber en el regazo de María. Una vida fuera del regazo de María es demasiado complicada. Su vientre es el molde donde hemos de formarnos.
¿Por qué la gente que veía al santo Cura de Ars decía que veía a Dios? Porque tenía mucha gracia santificante. ¿Qué decir entonces de María, la llena de gracia? La gracia es la santidad, es la filiación divina, es la vida eterna. Un regalo del todo excepcional, que hemos de valorar y acrecentar. Animemos a los demás a vivir siempre en gracia y a cuidarla.
En esta Solemnidad queremos evitar el riesgo de limitarnos a considerar fríamente este dogma de fe. Estamos hablándole a María, uniéndonos a su alabanza a Dios por los dones que le concedió. Nos manifestamos enormemente agradecidos con el Creador que quiso regalarnos una Madre en plenitud de amor. Ella nos ama a cada uno más que todas las madres a sus hijos, porque en María no existen dos maternidades: nos ama con el mismo amor con el que ama a su Hijo.
La liturgia del Adviento presenta no solo las profecías de la segunda y de la primera venida de Jesús sino también los personajes que intervinieron en su preparación. Este segundo domingo de Adviento destaca la figura de Juan Bautista, que pide hacer penitencia y purificarse, como disposiciones para recibir a Jesús.
Los sábados queremos tratar a María con un cariño especial. La devoción a Ella es la más dulce y consoladora. Uno de los Prefacios de las Misas de la Santísima Virgen dice: “Es la Madre compasiva, cuida de los discípulos de su Hijo”. Compasiva, significa que padece-con. María padece, por ejemplo, nuestra pena de la frialdad interior y busca resolverla. Es una Madre llena de ternura que asiste solícita a todo aquel que la invoca.
Si quisiéramos resumir en una sola palabra la actitud a que nos invita el Adviento, esa palabra quizá podría ser “ansia”. Y preguntarnos si realmente estamos en un momento de deseo, de deseo de Cristo. Ilusión de que el Señor esté constantemente presente en nuestro interior, dándole oportunidad de tomar posesión de nuestro yo. “Que buen tiempo para remozar el deseo, la añoranza, las ansias sinceras por la venida de Cristo”, dice san Josemaría. Nuestro deseo es que el Adviento de la vida se nos convierta en la Navidad eterna.
Jesús nos instruye con imágenes sencillas al tiempo que profundas. El inefable misterio del Reino de los Cielos es presentado desde la pequeñez de la más insignificante de las semillas. Pero confiemos en que será desplegada a dimensiones de eternidad y felicidad. La esperanza no es lo mismo que el optimismo, sino que está más allá de cualquier previsión.
A veces corremos el riesgo de ver siempre a María “atareada”: cuidando al Niño, buscándolo en el Templo, en las bodas de Caná… pero quizá reparamos poco en la María “interior”, que guardaba y ponderaba las cosas en su corazón. Aprendamos a hacerlo nosotros, a través de incursionar en su corazón ante cada uno de los misterios de su Hijo. La Señora de los brazos vacíos, señora del Adviento, será nuestra maestra para recibir a Jesús.
Es herencia de san Josemaría el fervor eucarístico que hemos de procurar. No solo por sus enseñanzas, sino también por las costumbres eucarísticas, como la Visita al Santísimo, la vela de los primeros viernes y los detalles de amor y dignidad en el culto. No son sino manifestaciones de coherencia con la verdad de la Presencia Real.
Entrando al Adviento tenemos que “cambiar de chip”. Si veníamos con el espíritu configurado por el tiempo ordinario, ahora hemos de buscar la gracia del anhelo del Señor. “Ven, Señor, rey de justicia y de paz”, repiten los salmos de esta época. Mi presente se construye sobre el futuro. “Cantemos al Señor, que viene a renovar el mundo”. Espera alegre y esperanzada.
El cristianismo se fundamenta en un evento, en una llegada, en una presencia. Nuestra fe no busca a Dios en la penumbra, como los pueblos que no conocen o no aceptan la revelación cristiana. Sabemos que ha sido Dios el que ha salido de su ocultamiento y nos ha buscado. Lo que sí se nos pide es preparar el corazón: darle a Cristo el lugar central. Nos bastará Cristo.
El sábado es un día que se dedica especialmente a María. Reavivemos la seguridad de su protección y consuelo. ¿Experimentamos en Ella una madre de misericordia? Es madre compasiva: com-padece, sufre conmigo. Sufre mis penas y me acompaña en mi dolor físico o moral. Es madre de ternura: en Ella está ausente toda dureza o reclamo.
Un padre deja a sus hijos una herencia. Ellos estarán agradecidos y sabrán capitalizar lo que han recibido. San Josemaría nos ha dejado un legado enorme: en lo humano, su amor a la libertad y el buen humor, según sus propias palabras. En lo sobrenatural, su herencia es múltiple. Detengámonos ahora en algunas pinceladas de su legado en la piedad eucarística.
Es Jesús la única esperanza verdadera la única que salva al hombre y lo salva de manera integral, es decir, en su alma y en su cuerpo. Y tampoco eso se realizará solo en la otra vida, sino que comienza ya desde ahora. Noe ejercitamos en la esperanza a través de la oración, sabiendo que hay alguien que siempre nos oye.
Jesús invitó a sus apóstoles a retirarse “a un lugar solitario para descansar un poquito”. A nosotros nos repite lo mismo: ir con Él a la soledad de nuestro corazón para descansar el alma. En nuestra vida lo que realmente vale es el mundo interior, aunque el exterior no nos resulte agradable. “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”. Plantear nuestras batallas desde las alturas de la contemplación.





