Discoveroidoactivo / Educar oídos, modelar pensamientos y derribar mitos.
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oidoactivo / Educar oídos, modelar pensamientos y derribar mitos.

Author: Héctor González

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Este es un espacio de educación, polémica, discusión, debate y crecimiento espiritual, enfocado fundamentalmente en la Palabra de Dios, revelada en la Biblia, en búsqueda del fortalecimiento de la fe sobre la verdad de Jesucristo para estar fundados sobre la Roca y poder enfrentar a las falsas enseñanzas, principalmente religiosas, con un conocimiento actualizado e irreverente al posmodernismo imperante en la actualidad.
47 Episodes
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El método derásico y la sola scriptura desde la formación de los evangelios. Programa especial con Jorge Carrillo de @culturateologica, donde se abordarán temas de interés sobre patrística, iglesia primitiva y su valor sobre las escrituras. Los especialistas en los evangelios sinópticos reconocen que antes de su redacción estos pasaron por dos etapas que son fundamentales para entender lo que queremos exponer. --- Send in a voice message: https://podcasters.spotify.com/pod/show/oidoactivo/message
Luego de haber desentrañado el tema de la Santidad, en esta segunda parte del tema de la Santidad, ahora profundizamos sobre una propuesta wesleyana tan incomprendida como posible... en el Señor: la Entera Santificación.  ¿Es posible alcanzar una plenitud de santidad en nuestra vida humana limitada y pecaminosa? El movimiento de santidad que se inició alrededor de 1835, de mano de la obra reformadora que, habiendo salido de la Iglesia anglicana, se remonta hasta los días de John Wesley y su famoso "club de los santos", a través del movimiento de santidad que sirvió como el medio de expresión.  Conversamos sobre la entera santificación, como se obtiene, respondemos varias preguntas hechas con frecuencia acerca de su doctrina y experiencia. Una posibilidad mas realista, como las Escrituras enseñan que debe ser. --- Send in a voice message: https://podcasters.spotify.com/pod/show/oidoactivo/message
Retomamos por un breve espacio el tema, el mandato y el objetivo mas importante de la vida cristiana... también, quizás, el mas olvidado y desdeñado: La Santidad. En este espacio nos dedicamos a despejar las dudas sobre un concepto, si bien complejo, no inalcanzable, en la característico acento y sencillo lenguaje. --- Send in a voice message: https://podcasters.spotify.com/pod/show/oidoactivo/message
Aprendemos un poco sobre Complejidad Irreductible... un argumento desde las ciencias biológicas que ha permitido aportar al debate en contra de la macro-evolución. --- Send in a voice message: https://podcasters.spotify.com/pod/show/oidoactivo/message
Una de nuestras responsabilidades en el ministerio es la de recibir y escuchar a los que están a nuestro alrededor. No pocas veces otros vendrán buscando ayuda para resolver dificultades en sus relaciones con terceros. El líder sabio deberá moverse con cuidado en estas situaciones, si es que va a conducir a la persona en forma espiritual. Todo el que hable con nosotros presentará su situación desde su propia perspectiva, claro está. Pero con frecuencia nos encontraremos con personas que poseen una habilidad poco común para elaborar un cuadro donde no queda duda en cuanto a la culpabilidad de la otra persona. Sus palabras son persuasivas, sus argumentos son convincentes, y sus actitudes parecen ser las de una persona que ha sido tratada por el Espíritu de Dios. Sin darnos cuenta, descubriremos que coincidimos plenamente con la opinión del que nos está hablando. Nuestros comentarios comenzarán a delatar que ya hemos decidido quién es culpable en esta situación, ¡la persona que no está presente! El autor de Proverbios identifica el peligro que corremos al formar una opinión, en forma acelerada, sobre la situación que se nos ha presentado. Todos tenemos capacidad de describir situaciones de tal manera que nuestra parte parezca justa y razonable. El líder entendido sabe que siempre, aun en las peores situaciones, hay dos partes en una historia. Además de procurar el discernimiento que el Señor da, también estamos obligados a examinar la situación desde otros ángulos, incluyendo el de la persona que no está presente en ese momento. El que ha sido consultado, además, tiene que entender que en ese momento solamente puede trabajar con la persona que está presente. Deberá, por la tanto, conducir con ternura la conversación para que se puedan examinar las actitudes y comportamientos de la persona que está presente. Podremos estar de acuerdo que la persona ausente ha obrado mal, pero en este momento no tenemos acceso a su vida. Solamente podremos ayudar a la persona que tenemos delante, a ordenar su vida según los parámetros eternos de la Palabra. Esta es nuestra responsabilidad. Por otro lado, si ya hemos formado una opinión acerca del «pecado» de la otra persona, será muy difícil acercarse a ayudarla, pues nuestras conclusiones serán evidentes en las actitudes y las palabras que mostramos en el encuentro. Ninguna persona debe ser juzgada por lo que otro dice de ella. Cada uno debe ser escuchado y examinado con la mayor imparcialidad posible. Solamente de esta manera podremos ser herramientas eficaces para ayudar en la resolución de conflictos. Para pensar: En los evangelios existen varias ocasiones en las cuales se le pidió a Jesús que interviniera para arreglar conflictos, por ejemplo Lc 10.40, Lc 12.13, y Mt 20.20. Lea estos pasajes y medite en lo siguiente: ¿Cuál era el reclamo de cada persona? ¿Qué solución ofreció el Mesías? ¿Cómo encuadraba esta solución con lo que pretendían los que hacían el reclamo? ¿Qué lección espiritual se ve en estas escenas? --- Send in a voice message: https://podcasters.spotify.com/pod/show/oidoactivo/message
Tome nota de la razón por la cual el salmista está confiado. No es la esperanza de que sus circunstancias cambien, ni tampoco la idea de que puede tener una vida sin complicaciones, ni dificultades. Al contrario, el salmista se da cuenta que hay una buena posibilidad de que le toque caminar por el valle de sombra de muerte. La fortaleza de su postura frente a este panorama, sin embargo, es que tiene convicción de que el Señor estará con él, aun en las peores circunstancias. ¿Se ha detenido alguna vez a meditar en la cantidad de veces que el Señor dice yo estoy contigo? Los pasajes bíblicos donde encontramos reiterada esta frase parecen todos tener algo en común: Cada uno describe una situación que infundía temor en el protagonista de los acontecimientos. Jacob, por ejemplo, tenía miedo de volver a su casa porque su hermano había jurado darle muerte. El Señor lo visitó y le dijo: «yo estaré contigo» (Gn 31.3). Moisés, llamado a volver a Egipto, sintió temor porque creía que el Faraón procuraba su muerte. El Señor le dijo: «yo estaré contigo» (Ex 3.12). Josué se sentía atemorizado por la enorme tarea de guiar al pueblo en la conquista de la tierra prometida. El Señor le habló, diciendo: «Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes porque Jehová, tu Dios, estará contigo dondequiera que vayas» (Jos 1.9). Cuando el ángel de Jehová llamó a Gedeón a liberar a Israel del yugo madianita, este sintió que era poca cosa para semejante tarea. Pero el Señor le dijo: «ciertamente yo estaré contigo» (Jue 6.16). El joven profeta Jeremías sentía que era inútil la tarea de tratar de proclamar la Palabra de Dios al pueblo. Eran muchos los que estaban en contra de él. El Señor le recordó: «Pelearán contra ti, pero no te vencerán, porque yo estoy contigo» (Jer 1.19). Hasta el valiente apóstol se sintió atemorizado por la oposición de los judíos en Atenas. Por medio de una visión de noche, el Señor le dijo: «No temas, sino habla y no calles, porque yo estoy contigo» (Hch 18.9). Vivimos en tiempos muy difíciles en América Latina. La frágil estabilidad económica que habían logrado algunos de nuestros países se está desvaneciendo como la niebla matinal. En muchas naciones de la región los índices de desempleo aumentan inexorablemente día a día. Y, como si esto fuera poco, vivimos en un clima de creciente violencia donde cada vez nos sentimos más desprotegidos y vulnerables. Tiempos, en resumen, apropiados para vivir angustiados. Qué hermoso, entonces, es recordar esta afirmación confiada del salmista. «Aunque pase por el valle de sombra de muerte... «¡tú estás conmigo!» Este tiempo de crisis tiene un valor inestimable para los que deseamos cultivar una vida de mayor dependencia de él. Para pensar: Qué momento puede ser más apropiado que el presente para tomarnos fuertemente de su mano y decirle, como dijo Moisés, «si tu presencia no ha de acompañarnos, no nos saques de aquí» (Ex 33.15). Muchas veces no le sentimos; nunca le vemos. Pero él está con nosotros. ¡Adelante, entonces, sin temor alguno! --- Send in a voice message: https://podcasters.spotify.com/pod/show/oidoactivo/message
¡Cuánta belleza captada en esta inmortal poesía del rey pastor, David! Refugio de multitud de generaciones, este salmo nos revela como ningún otro los aspectos más íntimos del corazón pastoral de nuestro Padre celestial. Reparemos un momento en la voz de la mayoría de los verbos. Nada me falta, en lugares de delicados pastos me hace descansar, junto a aguas de reposo me conduce, él me restaura el alma, me guía por senderos de justicia, su vara y callado me infunden aliento, me prepara mesa delante de mis enemigos, me unge la cabeza. Sin ser un especialista en las estructuras gramaticales del idioma, salta a la vista que todos los verbos tienen una construcción idéntica. Están en voz pasiva. En cada uno de ellos, la oveja es la receptora y no la generadora de la acción. Recibe algo de parte del pastor: provisión, descanso, dirección, restauración, guía, aliento, servicio, unción. Debemos notar que estas cosas son producto del accionar del pastor, no de la oveja. Él, que las ama y desea lo mejor para ellas, permanentemente actúa para que puedan recibir todo lo que considera indispensable para su bienestar. Es una relación de dimensiones absolutamente sencillas: ellas reciben, él da. ¿Por qué nos detenemos en este detalle? Por la sencilla razón de que hay demasiadas ovejas dentro del redil que creen que es su responsabilidad producir estas realidades. Están tratando de restaurarse o conducirse a lugares de delicados pastos. La responsabilidad de la oveja, sin embargo, es una sola: dejarse pastorear. El pastor se ocupa de lo demás. Solamente se requiere de ella que esté dispuesta a ser guiada, restaurada, animada, etcétera. Este principio es el que Norman Grubb -uno de los grandes héroes de la obra misionera- llama un hecho fundamental de la vida espiritual: «Dios actúa por siempre según su naturaleza eterna, y el hombre según la suya, y esto no tiene variación en ambos». Dios por siempre es el que da, el hombre por siempre es el que recibe. Cuando nos olvidamos de este principio, perdemos la naturaleza de dependencia absoluta que es indispensable para una vida victoriosa. Qué difícil es para nosotros, los pastores, quitarnos la chaqueta de pastor y ponernos en posición de ovejas. Estamos acostumbrados a pastorear, no a ser pastoreados. Si no nos dejamos pastorear, sin embargo, nunca podremos ser eficaces como pastores. Para pensar: ¿Se deja usted pastorear? ¿O es muy arisco? En medio de las presiones ministeriales, ¿no le apetece ser llevado a lugares de delicados pastos, o a descansar junto a aguas de reposo? Claro que sí, ¿verdad ? Entonces, por qué no tomarse un momento para volver a poner las cosas en su lugar. Usted es, sin duda, pastor. Pero primeramente es oveja. Y como oveja, necesita que lo pastoreen. ¡Abra su corazón al dulce cuidado del Gran Pastor de Israel! --- Send in a voice message: https://podcasters.spotify.com/pod/show/oidoactivo/message
El conocido pensador cristiano, Francis Schaeffer, observó en cierta oportunidad: «La ortodoxia bíblica sin compasión tiene que ser una de las cosas más desagradables sobre la faz de la tierra». Algunos comentaristas señalan que los fariseos poseían una lista de 630 reglamentos necesarios para vivir una vida agradable a Dios. El peso de semejante cantidad de leyes, lejos de animar al pueblo a buscar el rostro de Dios, había llevado a que la mayoría sintiera que la vida espiritual era para un pequeño puñado de personas selectas. El problema principal de los fariseos no estaba, sin embargo, en la cantidad de sus reglamentos aunque, por cierto, estos entorpecían grandemente a quienes aspiraban a cultivar una vida espiritual. La esencia del problema era el estilo que habían adoptado para enseñar estos preceptos al pueblo. Creían que su responsabilidad principal era simplemente la de decirle al pueblo lo que tenía que hacer. ¡Cuántos pastores ministramos con la misma convicción! Vivimos arengando al pueblo para que haga esto, eso, o aquello otro. Nuestras enseñanzas y predicaciones son una interminable serie de exhortaciones a cumplir con diferentes responsabilidades. En tales circunstancias, no ha de sorprendernos que el pueblo se siente agobiado y frustrado. La verdad es que la mayoría de los que son parte de la iglesia ya saben cuáles son sus responsabilidades. ¿Dónde está el creyente que, luego de años de asistir a reuniones, todavía no se ha enterado de que debe amar a su prójimo, leer la Palabra, compartir su fe o dedicar más tiempo a la oración? ¿Quién de entre nosotros encuentra novedosa una predicación que nos exhorta a ser generosos en el servicio, la adoración, o la ofrenda? El error en esta visión es creer que el pueblo se moviliza simplemente con exhortaciones. El exceso de exhortaciones acaba por atar cargas pesadas a los hombros de nuestra gente. La responsabilidad de todo pastor no es únicamente exhortar. También debemos estar dispuestos acompañar al pueblo en el intento de implementar lo que le hemos animado a hacer. El buen pastor exhorta, pero también se pone a la par de su gente y les ayuda a vivir conforme a la Verdad. Esto es lo que hizo nuestro propio pastor, Jesucristo. Animó a los discípulos a caminar en ciertas verdades; pero también se puso al lado de ellos y les mostró cómo hacerlo. Cuando volvió al Padre, convocó al Espíritu para continuar con esta tarea. Su mismo nombre, paracletos, indica que es uno llamado a ponerse a la par de otros para asistirles en su debilidad. Esto marca la diferencia entre un pastor de púlpito y un pastor con «olor» a ovejas. El primero solamente exhorta. La gente que está con él se siente frustrada, porque necesita quién les muestre el camino a seguir. El segundo, pasa tiempo acompañando, mostrando y corrigiendo al pueblo, para que aprenda cómo caminar con el Rey. Para pensar: ¿Quiénes son las personas que más le han ayudado en su peregrinaje en Cristo? ¿De qué manera lo hicieron? ¿Cómo puede lograr un buen equilibrio entre tiempo invertido en exhortar y tiempo invertido en ayudar? ¿Qué cosas impiden hoy que pueda lograr este equilibrio? --- Send in a voice message: https://podcasters.spotify.com/pod/show/oidoactivo/message
Hace unos cuantos años tuve la oportunidad de participar en el primer encuentro misionero Iberoamericano, COMIBAM, que se realizó en São Paulo en 1987. El «plato fuerte» del encuentro, se nos había informado, era la llegada, el último día, de un famoso evangelista. Cuando este hombre subió a la plataforma, se desató una corrida de cientos de personas que se agolpaban alrededor del púlpito para sacarle fotos. Algunos no tenían problemas de subirse a la misma plataforma para sacarse fotos con él. El desorden era tal, que el pobre hombre interrumpió la reunión para pedir que por favor no le sacaran más fotos. Aquella experiencia me llevó a pensar sobre el culto a los «famosos» que forma parte de nuestra cultura evangélica. Desde aquel encuentro, he visto una y otra vez la misma reacción en nuestro pueblo. Existe en nosotros una tendencia a elevar a los líderes más conocidos a una posición de privilegio y admiración, que no es bueno ni para ellos ni para nosotros. Pero, ¿por qué ese afán de estar cerca de ellos, de poderles saludar o tocar? En el fondo, sospecho que muchos de nosotros creemos que la grandeza de sus ministerios es consecuencia directa de la clase de personas que son. Miramos con algo de asombro sus ministerios y trayectoria porque sentimos que son personas de otra categoría, con cualidades y características que nosotros no poseemos. Santiago nos quiere animar a ser más atrevidos en la oración. Para eso nos da el ejemplo del poder que esta disciplina tuvo en la vida de Elías. Oró y dejó de llover; ¡oró de nuevo, y volvió la lluvia! No sé cual es su reacción frente a este relato, pero sospecho que la mayoría de nosotros diría: «Yo jamás podría hacer eso». Este es precisamente el argumento que refuta el apóstol. Antes de que podamos reaccionar, nos dice que Elías era un hombre igual que nosotros. No tenía nada de especial. Se deprimía, como nosotros. Se enojaba, como nosotros. A veces le fallaba la fe, como nos pasa a nosotros. Sin embargo oró, y Dios le respondió. ¿A qué apuntaba Santiago? La grandeza de Elías no radicaba en lo que él era, sino en el Dios en quien había creído. Su grandeza no era suya. Era del Señor. Por esta razón, ningún cristiano debe sentirse intimidado por semejante ejemplo de vida, porque el mismo Dios que operaba en la vida de Elías, también opera en nuestras vidas y ministerios. Para pensar: Como líder, déle gracias a Dios por el ejemplo de aquellas personas que tienen trayectoria y proyección internacional en el mundo evangélico. ¡Gracias a Dios por sus vidas y ministerios! Pero no deje intimidarse por lo que son. Su grandeza no es de ellos. Es del Señor que obra en sus vidas. Y ese mismo Señor obra en su vida y ministerio. Tómese de la mano del Señor y atrévase a creer que él también puede hacer grandes cosas en su vida. --- Send in a voice message: https://podcasters.spotify.com/pod/show/oidoactivo/message
En la gran oración sacerdotal del Hijo de Dios encontramos una admirable presentación de las metas que habían guiado su ministerio durante el tiempo de su peregrinación entre los hombres. Había buscado cumplir con dos grandes tareas. La primera está enunciada en el versículo de nuestro devocional de hoy. La segunda, mencionada en el versículo 8, fue que Jesús se propuso darles «las palabras que me diste». En muchos sentidos, este es el resumen de la tarea que enfrenta todo pastor. Hemos sido llamados a formar discípulos, a capacitar a los santos para la obra del ministerio. La gran pregunta es: ¿cómo logramos esto? Este pasaje nos da una clara idea del camino a seguir. Debemos entregar las palabras del Padre y, a la vez, revelar las características de su nombre. La entrega de la Palabra ha sido uno de los enfoques principales de gran parte de los líderes en muchas congregaciones, aunque debemos reconocer que hay segmentos de la iglesia que carecen de enseñanza bíblica. En términos generales, sin embargo, el pueblo de Dios no va a perecer por falta de conocimiento de las Escrituras. Mucho de nuestra vida como pueblo de Dios se desarrolla en infinidad de reuniones donde la Verdad es compartida, enseñada y predicada. No obstante, muchos conocen la Palabra, pero no al Dios de la Palabra. Notemos que Cristo combinó la enseñanza de la Palabra con la revelación del nombre del Padre. ¿A qué se refiere esto? Sencillamente al hecho de que Cristo no solamente entregó los preceptos contenidos en la Palabra eterna de Dios, sino que también trajo revelación en cuanto al corazón del autor de aquella Palabra. No podemos dejar de subrayar lo absolutamente fundamental que es este segundo aspecto. La Palabra sola, cuando es entregada sin una revelación del corazón de Dios, lleva a un legalismo pesado y sofocador. Las exhortaciones contenidas en las Escrituras son muchas, y quien las lee sin conocer al Padre puede concluir que este Dios no es más que un tirano. Por esta razón Cristo se ocupó de revelarle a sus seguidores el corazón pastoral del Dios de la Palabra. Es cuando percibimos la compasión y el deseo de hacernos bien del Padre, que comenzamos a ver la Palabra con otros ojos. Ya no son las demandas caprichosas de un Dios excesivamente severo, sino las tiernas instrucciones de un Padre que anhela profundamente compartir toda cosa buena con sus hijos. Cuando el pueblo conoce de primera mano la bondad de Dios, el obedecerle es más fácil. Para pensar: Usted no revela el nombre de Dios con más enseñanzas acerca de este tema. Revela el nombre del Padre cuando el pueblo percibe que usted le conoce íntimamente. La revelación del nombre de Dios es algo que se aprecia. Tiene que ver con una realidad espiritual que se deja ver cuando se entrega la Palabra. Si usted no está disfrutando diariamente de las bondades de nuestro buen Padre celestial, por más que hable del tema no podrá revelar el nombre de Dios. No se pierda la oportunidad, en este día, de disfrutar de la persona de Dios. --- Send in a voice message: https://podcasters.spotify.com/pod/show/oidoactivo/message
¿Ha reparado alguna vez en cuántas veces se repite en los evangelios esta escena? Jesús enseñaba a las multitudes. Los discípulos, quienes estaban entre los espectadores, recibían también la enseñanza del Maestro, pero no siempre entendían cuál era el sentido de eso que habían escuchado. Entonces, esperando el momento para estar a solas, se le acercaban y le pedían una aclaración, una explicación, o le compartían sus dudas. De esta escena, repetida tantas veces a lo largo de los tres años que compartió con ellos, se desprenden dos importantes principios para el líder que tiene un ministerio de enseñanza. En primer lugar, usted no debe dar por sentado que lo que ha sido claro para usted, en el razonamiento y las explicaciones que ha compartido, es también de esta manera para sus oyentes. Cada persona escucha y analiza lo que se le dice a través de su propia cultura personal. Por otro lado, en el proceso de comunicación, siempre se pierde algo. De manera que aquella idea que le parecía tan fácil y sencilla a usted, puede haber llegado en forma confusa y compleja a los que le escuchaban. No asuma que lo que usted enseña o predica es claro para todos sus oyentes. En segundo lugar, el maestro sabio entiende que la enseñanza es un proceso. La verdad se va «encarnando» en aquellos que la escuchan. A veces, la reacción inicial de sus oyentes puede incluso ser hostil, pero la Palabra va trabajando lentamente y echando raíces en la persona que la ha recibido. De esta forma, sería más correcto decir que la enseñanza es un proceso y no un evento. A medida que una persona tiene tiempo para meditar sobre las verdades que ha escuchado irá arribando a las conclusiones que abrirán la puerta a un verdadero cambio. Al entender esta realidad, el buen líder provee oportunidades para que sus más íntimos colaboradores puedan acercarse para buscar aclaraciones, hacer preguntas, o simplemente compartir de que manera han sido tocados por la Palabra. Esta es una parte fundamental del proceso de aprendizaje, y el líder que se apoya solamente en las reuniones formales para llevar adelante el ministerio de formar al pueblo va a encontrar que su efectividad no es muy alta. Es más, el buen maestro entiende que esos momentos informales donde la conversación simplemente «se da» son muchas veces las ocasiones en las cuales ocurre la enseñanza que más impacta la vida de otros. Para pensar: Piense un momento en su propio estilo de enseñanza. ¿Confía demasiado en la enseñanza de «micrófono»? ¿Dirían sus colaboradores más íntimos que es usted una persona accesible? ¿Qué cosas puede hacer para asegurarse que la gente realmente está entendiendo lo que comparte con ellos? ¿Cómo puede crear en su ministerio más momentos informales como los que vemos ilustrados en el pasaje de hoy? --- Send in a voice message: https://podcasters.spotify.com/pod/show/oidoactivo/message
Existe una tendencia en nosotros a hablar más de lo que practicamos. Creemos que hablar de lo importante que es tener una vida de oración es casi lo mismo que orar. Creemos que exhortar y animar a los hermanos a que compartan su fe con otros, es lo mismo que hacerlo. Creemos que exaltar las virtudes del estudio cuidadoso de la Palabra, es lo mismo que tomar tiempo para meditar en ella. Y ¿quién más expuesto a este peligro que nosotros los pastores, los que nos dedicamos a la enseñanza y a la proclamación de las verdades eternas de Dios? Pablo reconocía esta debilidad en los líderes, especialmente entre los más jóvenes. Por eso, anima a Timoteo a que su vida cristiana no consista en palabras. Esta exhortación, que parece haber preocupado seriamente al apóstol, la reitera siete veces en sus dos cartas al joven pastor. Su mensaje es claro: «no te enredes en las muchas palabras, porque ¡la vida espiritual no pasa por ese lado!» El apóstol ya había señalado en su primera carta a los Corintos que «el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder» (4.20). ¿Qué alternativa le propone? El de la disciplina. Es interesante notar que la palabra que usa es la misma de la cual nosotros derivamos el término «gimnasia». En otras palabras, Pablo está animando a Timoteo a que haga gimnasia para mantenerse en buen estado en su vida espiritual. La gimnasia de la que habla, claro, no es de ejercicio físico, aunque aclara que esta también tiene provecho. La gimnasia que él propone, sin embargo, es la de aquellas disciplinas que abren la puerta para mayor intimidad con Dios: la adoración, la lectura, la oración, el ayuno, la soledad, el silencio, etc. Muchos de nosotros tenemos vidas disciplinadas. Pero nuestra disciplina está mal dirigida. La gastamos en gran cantidad de actividades públicas porque son las que, en última instancia, mayores satisfacciones nos dan. Estas actividades, no obstante, no abren nuestras vidas al trato profundo del Señor. Es lo que hacemos cuando estamos solos, que marca la diferencia de lo que somos cuando estamos en público. La excelencia en cualquier emprendimiento en esta vida tiene un precio. El músico que aspira a ser extraordinario, no puede descansar meramente en su talento. Debe pasar horas y horas practicando todos los días. El deportista que aspira a llegar a lo más alto del podio, debe dedicar largas horas al entrenamiento todos los días. De la misma manera, los que aspiramos a lograr un grado de excelencia en nuestra vida espiritual debemos estar dispuestos a hacer los ejercicios necesarios para cultivarla. Para pensar: Dice el evangelista que Cristo tenía por costumbre «apartarse a lugares solitarios para orar». ¿Podría hacerse la misma observación de su vida? ¿Si tuviera que medir su pasión por la vida espiritual, que puntaje se daría? ¿Cuáles son las dificultades y obstáculos que más han interferido con su deseo de hacer «gimnasia» en su vida espiritual? ¿Qué pasos concretos puede tomar para crecer en este aspecto de su vida? --- Send in a voice message: https://podcasters.spotify.com/pod/show/oidoactivo/message
¡La persona que pasa tiempo con Dios no puede evitar ser transformado! ¿Acaso algún otro pasaje ilustra mejor esta verdad? La intensidad del encuentro entre el profeta y Jehová había sido tal que hasta la piel del rostro le brillaba. Nos recuerda inmediatamente a la transfiguración de Cristo, donde los discípulos vieron que «Sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede dejar tan blancos» (Mr 9.3). Y este brillo no era meramente el resplandor de la tela de sus vestimentas, sino el brillo producido por la presencia de algo espiritual. Cuando leo este pasaje, pienso: ¡A cuántos nos gustaría experimentar algo similar a esto! Los que andamos en Cristo anhelamos tanto esa experiencia de cercanía al Señor, aunque sea que nos fuera concedido siquiera tocar el borde de su manto. ¿Qué se sentirá al vivir una experiencia como esta? ¿Podremos mantenernos en pie frente a semejante visitación de Dios? Nuestra «envidia santa» de la experiencia que le fue concedida a Moisés, sin embargo, no repara en un pequeño detalle en el versículo que hoy compartimos. Es que el profeta no sabía que le brillaba el rostro. Cosa insignificante, ¿verdad? En este detalle, sin embargo, encontramos parte del misterio de la transformación que obra en nosotros. Esa transformación, juntamente con las experiencias espirituales que la acompañan, no son primordialmente para nuestro deleite. Muchas veces ni siquiera sabemos que él está obrando en nuestras vidas. El objetivo de su obra es que los demás vean la gloria de Dios reflejada en nuestras vidas, no para que nosotros mostremos con orgullo nuestra madurez espiritual. Por esta razón conviene que examinemos con cuidado las motivaciones escondidas de nuestros corazones. Muchas veces veo entre pastores un forcejeo sutil para ver quién recibe mayor honra en las reuniones y encuentros con otros líderes. El apóstol Pablo anima a la iglesia de Filipo: «nada hagáis por rivalidad o por vanidad» (Flp 2.3). La «vanagloria» es aquella que parece ser genuina, pero que en realidad no tienen valor alguno. Es el reconocimiento y los aplausos que vienen de los hombres, y no la palabra de aprobación que viene de nuestro Padre celestial. Como tal, está destinada al olvido. Como líderes debemos procurar una vida de santidad e intimidad tal, que nuestra vida brille con gloria de lo alto. Nuestra sola presencia testificará de la magnificencia del Dios que servimos. Pero sepa usted que ni bien tome conciencia de ese resplandor se desvanecerá. Nuestro buen Padre sabe cuán rápido nos enorgullecemos de lo que, en realidad, no es nuestro. Por eso le fue dada a Pablo una espina en la carne. Para que la extraordinaria grandeza fuera de Dios, y no del apóstol. Para pensar: Considere el siguiente consejo de uno de los grandes santos del siglo XIX: «Piense lo menos posible en usted. Aparte con firmeza todo pensamiento que le lleve a meditar en su influencia, sus muchos logros o el número de sus seguidores. Pero sobre todas las cosas, hable lo menos posible de usted». --- Send in a voice message: https://podcasters.spotify.com/pod/show/oidoactivo/message
Cuando Jehová se le presentó a Gedeón, éste estaba totalmente desanimado. Hacía tiempo ya que los madianitas le amargaban la vida al pueblo de Dios. Saqueaban las tierras de los israelitas y se llevaban lo mejor de la cosecha. En ese mismo momento Gedeón estaba trabajando para esconder el trigo. Note el marcado contraste entre el saludo del ángel de Jehová y la respuesta de Gedeón. El ángel se refiere a él como «hombre esforzado y valiente». Pero el joven israelita no se sentía ¡ni valiente ni esforzado! Al contrario, solamente podía pensar en que su familia era pobre y que él era el último de la casa. Al igual que David, no sería la persona naturalmente escogida por la familia para cualquier proyecto importante. Estaba acostumbrado a que nadie le tuviera en cuenta. Mirando, entonces, sus recursos, exclamó con toda naturalidad: «¿con qué salvaré yo a Israel?». He aquí uno de los misterios de la obra de Dios. Para tener éxito en los proyectos que él nos propone, no es importante cómo nos vemos, ni cómo nos sentimos. ¡Lo importante es cómo nos ve Dios! Sara se veía como una anciana estéril, sin perspectivas ya de engendrar hijos. El Señor la veía como la madre de una multitud. Moisés se veía como un tartamudo, útil solamente para cuidar ovejas. El Señor lo veía como el hombre ideal para liberar al pueblo del yugo egipcio. Pedro se veía como un torpe pescador de Galilea. Cristo lo veía como la roca, un líder con un rol clave en la formación de la nueva Iglesia. Ananías veía en Saulo a un hombre dedicado a la persecución violenta de la iglesia. El Señor veía en este hombre a un instrumento escogido para llevar el evangelio a los gentiles. ¿Cómo se ve usted, pastor? ¿Se ve como un pobre desdichado que tiene pocas capacidades y aun menos recursos? ¿Cree que Dios lo ve de la misma manera? ¿Cómo le saludaría el ángel de Jehová si se le apareciera hoy? Para pensar: Tenga en cuenta que puede ser verdad que usted es pobre y tiene pocos recursos. Gedeón era de veras miembro de una familia pobre. La dificultad no está en las condiciones que tenemos. El problema está en creer que estas condiciones y circunstancias limitan la actividad y los proyectos de Dios. El Señor no ve nuestra realidad como impedimento para sus planes, porque es él el que hace la obra, no nosotros. El ángel le dijo a Gedeón: vé con tu fuerza. No le estaba pidiendo que buscara más recursos, ni que echara mano de tesoros que no poseía. Simplemente quería que pusiera su incapacidad en manos del Dios todopoderoso. ¡Un siervo inútil en las manos de Dios, puede ser un arma por demás poderosa! --- Send in a voice message: https://podcasters.spotify.com/pod/show/oidoactivo/message
Este versículo nos da, en forma resumida, una clara idea de cuál era el plan que Cristo tenía en mente cuando escogió a sus doce discípulos. El camino a seguir incluía tres claros objetivos: 1) estar con él, 2) enviarlos a predicar, y 3) darles autoridad sobre los enfermos y los endemoniados. Hay otros pasajes donde podría ser modificado el orden sin que se altere el producto final. Pero esta es una clara instancia de una secuencia en la que cada paso depende de la anterior. El orden establecido para esta estrategia no puede ser modificado. Podríamos sanar enfermos y expulsar demonios, pero tendría escaso valor si no fuera acompañada de la Palabra, que tiene un peso eterno. Asimismo, podríamos también agregarle la predicación de la Palabra a nuestro ministerio de sanidad, pero si no está sustentado por una relación de intimidad con el Hijo, no podríamos realmente señalar el camino hacia el conocimiento del Mesías. Es aquí donde, como pastores, necesitamos ejercer gran cautela. La vorágine del ministerio con frecuencia lleva a que estos factores se inviertan, de manera que nos encontremos atrapados en gran cantidad de actividades que tienen la apariencia de devoción, pero que nos han robado lo más precioso, que es nuestra relación con el Señor. Cuando me encuentro con pastores, siempre busco la oportunidad de preguntarles cómo andan en su vida espiritual. Es fácil tomar por sentado que si estamos en el ministerio entonces, lógicamente, estaremos disfrutando de intimidad con el gran Pastor. La realidad, lamentablemente, es otra. Muchas veces encuentro que los pastores han perdido su pasión por Aquel a quien están sirviendo con tanta devoción. El evangelio de Mateo nos presenta una escena escalofriante. Algunos que pretenden justificar su falta de relación, señalando las muchas obras que han realizado, dirán en el día del jucio: «Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?» El Hijo del Hombre les responde con esta lapidaria frase: «Nunca os conocí. ¡Apartaos de mí, hacedores de maldad!» (Mt 7.22–23). Note usted que Jesús les llama «hacedores de maldad». ¡Es muy fuerte! No deja lugar a dudas que toda obra divorciada de una relación con el Señor, aun cuando sea obra para él, es obra mala. ¿Ha perdido usted la disciplina de pasar tiempo con él, buscando su rostro y su compañía ¿Lo han vencido las constantes demandas para hacer cosas en la iglesia? ¿Se le ha enfriado un poco la relación con el Señor? ¿Por qué no aprovecha este día para volver a poner las cosas en su lugar? ¡Acérquese con confianza y renueve esa relación que tanto bien le hace! El Señor lo ha estado esperando. Para pensar: Alguien ha observado alguna vez que estar ocupado en los negocios del Rey, no es excusa para olvidarse del Rey. Si usted está tan ocupado que no le queda tiempo para estar con su Pastor, está más ocupado de lo que él quiere. --- Send in a voice message: https://podcasters.spotify.com/pod/show/oidoactivo/message
El otro día hablaba con un pastor que acababa de terminar una campaña evangelística. La actividad se había realizado a lo largo de dos arduas semanas de reuniones, en las cuales la carga de predicar la Palabra había caído principalmente sobre sus hombros. Su rostro mostraba el cansancio y la fatiga de quien ha estado ocupado en los muchos detalles que son parte de este tipo de eventos. Le pregunté cómo habían salido las cosas. Me contó, con tono de desilusión, que solamente se habían convertido unas 15 personas. Claro, tantas horas de oración, tanto esfuerzo invertido, tantas invitaciones repartidas, tantos hermanos movilizados, tantas reuniones realizadas... Los resultados no parecían corresponder al enorme esfuerzo invertido. Como pastores vivimos con una constante presión de medir nuestro éxito en términos de números. Todo un movimiento dentro de la iglesia se dedica a promover en seminarios, conferencias, artículos y libros, el testimonio de los «superpastores» que supervisan congregaciones de miles de creyentes fervorosos y comprometidos con el evangelio. Son nuestros modelos. Abundan las reuniones y los encuentros donde podemos escuchar los «secretos del éxito» que han producido en ellos ¡tan fenomenal crecimiento! Lo que no nos damos cuenta es que estas congregaciones no son normales. Un reconocido investigador afirma que el 98% de las congregaciones alrededor del mundo reúnen entre 80 y 150 personas, es decir congregaciones como la suya, como la mía. En ellas el crecimiento es fruto del esfuerzo y el trabajo. Va acompañado siempre de lágrimas y contratiempos. A veces hacemos todo lo que sabemos hacer y lo único que cosechamos es un crecimiento lento y trabajoso. ¡Qué bueno recordar la parábola que contó Jesucristo! El pastor dejó las 99 ovejas para salir a buscar solamente una oveja que estaba perdida. Cuando la encontró, hizo una gran fiesta e invitó a sus vecinos a celebrar con él. De la misma manera, señaló, la conversión de una sola persona es motivo de gran celebración en el cielo. ¿Qué nos ha pasado que solamente nos impresionan las campañas donde 45.000 se «convierten»? ¿Será que necesitamos volver a recuperar una perspectiva más celestial del tema? ¿Cómo es eso de que «solamente se convirtieron quince»? Por esos quince se hicieron quince fiestas en el cielo. Cada individuo, cada ser humano, tiene un valor inestimable para nuestro buen Padre celestial. Si solamente se hubiera convertido uno, él diría que ¡valió la pena! Regocíjese, pastor. A usted se la ha concedido ser partícipe de esa gran fiesta que se hace en los cielos. Cada uno de los que se convierten son un tesoro sin igual para el Señor. Atribúyale a esas personas el mismo valor que él les da. No se prive de participar de la fiesta, simplemente porque los números no coinciden con las cifras que se consideran señales del éxito. Éxito, en términos celestiales, es una oveja recuperada. Para pensar: Desde nuestra óptica Juan el Bautista no fue muy exitoso. Terminó el ministerio prácticamente solo. El Hijo de Dios no dudó, sin embargo, de llamarlo el más grande profeta de todos los tiempos. ¡No hay duda que lo miraba con otros ojos! --- Send in a voice message: https://podcasters.spotify.com/pod/show/oidoactivo/message
Cualquiera de nosotros que hemos estado un tiempo en el ministerio sabemos exactamente de que está hablando este pasaje. ¿Cuántas veces nos hemos visto obligados a repartir nuestro esfuerzo entre varios proyectos a la vez, porque la demanda del trabajo es mayor que la mano de obra disponible? Esta realidad es una constante dentro de la congregación local, y requiere que el pastor sea una persona de muchos talentos, ocupado en una diversidad de actividades. Los apóstoles se encontraron rápidamente envueltos en una situación similar. Las necesidades de un creciente número de personas que recibían alimentos los había llevado a estar cada vez más ocupados en el tema de la distribución de la comida. El trabajo debía ser organizado, las dificultades debían ser superadas y los nuevos desafíos necesitaban ser encausados. No daban abasto con la incesante lista de cosas para hacer. En medio de todo esto, sin embargo, pudieron detenerse para evaluar lo que estaba ocurriendo. Envueltos en un proyecto por demás loable y necesario, estaban desatendiendo su verdadero llamado, que era el de dedicarse a la oración y la Palabra. A nuestros oídos mezquinos, el comentario de los apóstoles suena un tanto elitista. Muchas veces he escuchado a personas decir que ellos no deseaban ensuciarse las manos con trabajo que consideraban por debajo de su verdadero lugar dentro de la congregación. Nada podía estar más lejos de la verdad. Los apóstoles no estaban diciendo que servir las mesas era un trabajo poco digno de sus habilidades. Lo que estaban diciendo es que ellos estaban siendo infieles a su llamado por enredarse en cosas a las cuales no habían sido llamados. Existe en la decisión de buscar diáconos una disciplina admirable. En medio de la vorágine del ministerio no habían perdido la capacidad de mantener el ojo puesto sobre el objetivo principal de su llamado. El hecho es que si Dios nos ha llamado a hacer cierta tarea, toda otra actividad -por más santa y noble que sea- es una distracción de nuestra verdadera vocación. En el caso de los apóstoles, había muchos que podían servir las mesas. Probablemente, lo podían hacer con mayor gracia y eficacia que los apóstoles. Pero las tareas de velar por la congregación y enseñar los principios eternos de la Palabra, no podían ser delegadas a otros, porque habían sido encomendadas a ellos. La historia identifica uno de los problemas que más frecuentemente enfrenta el pastor: convertirse en una persona que hace de todo, pero no apunta a nada. Enredarse en muchas actividades de la congregación puede llevar a la pérdida del sentido de dirección en el ministerio. La mucha actividad no es necesariamente una señal de que el pueblo está avanzando hacia un objetivo puntual. A veces no es más que la evidencia de que están bien perdidos. Para pensar: ¿Sabe cuáles son sus dones principales? ¿En qué ministerio debería estar utilizando estos dones? ¿Cuánto tiempo está invirtiendo en este ministerio? ¿Qué pasos prácticos puede tomar para mejorar su rendimiento? --- Send in a voice message: https://podcasters.spotify.com/pod/show/oidoactivo/message
Un gran sector de la iglesia ha creído que la propuesta del Cristianismo es la de hermosear la vida que poseemos. De esta manera, la persona que llega al arrepentimiento y se incorpora a la Iglesia del Señor frecuentemente experimenta modificaciones muy leves en su vida. Aun después de muchos años de andar en el camino encontramos que son pocas las cosas que lo diferencian del hombre de la calle. La misión que el Señor le da al profeta Jeremías, descrita en términos tan gráficos en el texto de hoy, nos muestra que el ministerio involucra un cambio mucho más dramático y profundo de lo que pensamos. Dios no está en el negocio de emparchar vidas, de hacerles una reparación mínima para que puedan luego continuar funcionando dentro del reino. Antes de que se pueda producir la tarea de edificación, debe ser removido todo aquello que no sirve. De esta manera, la tarea del profeta incluía la parte negativa del proceso de reconstrucción, que era la de arrancar, destruir, arruinar y derribar. Note usted lo radical y terminante de estos términos. Usted no destruye ni arruina aquello que tiene intención de volver a usar. Usted solamente arranca y derriba aquello que ya no le sirve más. Creo que muchos pastores se sienten frustrados porque están involucrados en proyectos donde pretenden darle una «lavada de cara» a cosas que, en su esencia, están podridas. Son muchas las técnicas y metodologías del mundo que hoy nos venden los expertos del crecimiento de la iglesia, la gran mayoría de las cuales ni siquiera han sido adaptadas a la iglesia, sino simplemente transferidas tal cual existen en el mundo empresarial. Muchos son los cristianos que quieren retener todas las comodidades y modalidades del mundo, mientras viven una vida espiritual predecible e insulsa. Muchas son las congregaciones que dan testimonio de tener más en común con los ciudadanos de este mundo que con los del reino. Aunque usemos pintura de la más blanca para tornar en presentables estas cosas, su esencia no puede ser redimida. El único destino adecuado para ellos es el de la destrucción. Seguramente a esto apuntaba Jesús cuando dijo que «Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo y lo pone en un vestido viejo, pues si lo hace, no solamente rompe el nuevo, sino que el remiendo sacado de él no armoniza con el viejo» (Lc 5.36). El principio que señala es claro: llega un momento en que el vestido viejo está tan desgastado que no vale la pena repararlo. La solución es tirar el vestido viejo y guardar el paño nuevo para otra cosa. Para pensar: El apóstol Pablo señala, en Romanos 6.4, que «somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva». Nuestro destino espiritual cuando llegamos a Cristo no es el «taller de chapa y pintura». Es la muerte. Solamente de la muerte se puede obtener una vida nueva. --- Send in a voice message: https://podcasters.spotify.com/pod/show/oidoactivo/message
¡Cuán grande debe haber sido la sorpresa cuando el Maestro partió el pan y se dieron cuenta de quién era! ¡Qué tremenda alegría de saber que la persona que los había deslumbrado con su conocimiento de las Escrituras no era otro que el Mesías! El final tan feliz de este encuentro, sin embargo, se ve eclipsado por el estado de los discípulos antes de que sus ojos fueran abiertos. El relato de Lucas nos dice que caminaban mientras discutían entre ellos sobre los acontecimientos. Bien podemos imaginar cómo volverían una y otra vez a mirar la tragedia de la cruz desde todos los ángulos, para tratar de encontrar en ella alguna explicación que hiciera más llevadero su dolor. La tristeza se había apoderado de sus corazones con una tenacidad absoluta. Pero... ¿por qué estaban tristes? Porque creían que Cristo estaba muerto. Y a la tragedia de su muerte se sumaba ahora un confuso episodio en el cual algunas de las mujeres aseguraban que lo habían visto. ¿Cómo podía ser verdad aquello? Todo el mundo había sido testigo de su crucifixión y posterior sepultura. La verdad es que Cristo no estaba muerto; ¡estaba vivo! Él les había anunciado que al tercer día volvería a la vida. Algunas mujeres ya lo habían visto. Pero las pesadas emociones que experimentaban no les permitían ver la realidad. Estaban atados por una mentira. El poder de esa mentira era tal, que cuando Jesús les comenzó a abrir la Palabra, la verdad no pudo quebrar la fortaleza del engaño. Empezando con Moisés y pasando por todos los profetas, el Hijo de Dios les explicó que todo lo que había pasado no era más que el cumplimiento de las Escrituras. Los discípulos estaban tan desanimados que no podían recibir aquella Palabra que tenía poder para hacerlos libres de la mentira. Nuestros pensamientos tienen enorme influencia sobre nuestro comportamiento y nuestras emociones. Por esta razón Pablo enseña que «las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Co 10.4–5). Como líder usted debe ser implacable con todo pensamiento que no es conforme a la verdad de Dios. Tómelo cautivo. Denúncielo y póngale las esposas en el nombre de Cristo. Preséntelo delante de su trono. Si le da lugar, lo llevará a usted por el camino de la ceguera donde, aun si se le aparece Jesús en persona, no lo reconocerá. Para pensar: A. W. Tozer, escribe: «Nuestros pensamientos no solamente revelan quiénes somos sino que predicen también lo que seremos. La voluntad puede convertirse en esclava de los pensamientos y en muchos sentidos hasta nuestras emociones dependen de nuestros pensamientos. Pensar estimula las emociones, y las emociones producen acciones». --- Send in a voice message: https://podcasters.spotify.com/pod/show/oidoactivo/message
¿Quién de nosotros no hubiera desesperado al andar con este pueblo, tan propenso al mal, tan duro de corazón? A cada vuelta de su peregrinaje caían otra vez en pecado, provocando continuamente a Dios con sus abominaciones. Como pastores sabemos bien lo que es luchar con un pueblo que no responde. Hemos tratado por años con personas que vuelven una y otra vez, como el perro a su vómito, al mismo comportamiento pecaminoso. Hemos dedicado horas de consejería y asesoramiento pastoral a otros que, sin embargo, vuelven a caer ni bien los soltamos por un momento. Hemos invertido mucho tiempo y esfuerzo en líderes que nos defraudan. Muchas veces lo único que vemos es lo reiterativo de los patrones pecaminosos que nos atan y derrotan. Moisés reprendió duramente al pueblo por la magnitud de su pecado. Habían ofendido profundamente la santidad de Dios, y su rebeldía había encendido la ira de Jehová. Lo que habían hecho era inadmisible desde todo punto de vista. El profeta no dudó en explicar la gravedad de la situación a los israelitas. Se ofreció, a pesar de esto, a subir a la presencia de Dios para hablar con él acerca de la situación, aunque se mostró escéptico en cuanto al éxito de dicha empresa. Note, sin embargo, cuán diferente es el tono de la conversación de Moisés con el Señor. Sin minimizar en forma alguna la enormidad del pecado, Moisés le pidió a Jehová que perdonara el pecado de los israelitas. No dudó en hacerle saber al Señor que él estaba plenamente identificado con el pueblo. Si les correspondía castigo, él no quería ser dejado de lado. En esencia, le estaba diciendo a Dios: «castígalos si es necesario, pero quiero que sepas que yo me hago uno con ellos». Qué maravillosa ilustración de ese misterioso vínculo que nos une con el pueblo. Esta es la esencia del corazón pastoral. El pueblo muchas veces nos cansa. Nos sentimos desanimados. Juntamente con el apóstol Pablo testificamos que «se añade cada día: la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar y yo no me indigno?» (2 Co 11.28–29). A veces queremos abandonar la tarea de pastorear, pero Dios ha puesto en nosotros un amor que no nos deja tranquilos. Son nuestro pueblo, en las buenas y en las malas. Sus victorias son nuestras victorias. Sus derrotas son también nuestras derrotas. ¡Esta es nuestra bendita carga! Oración: Tome un momento ahora para darle gracias a Dios por el pueblo en medio del cual le ha puesto para pastorear. Pídale al gran Pastor que reavive una vez más en usted su pasión por estas vidas. Clame para que le dé el mismo espíritu tierno y bondadoso que él tiene para con nosotros. ¡Bendiga a los suyos, a pesar de lo que son, pues para esto ha sido llamado! --- Send in a voice message: https://podcasters.spotify.com/pod/show/oidoactivo/message
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