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Un Minuto Con Dios
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En el año 2016, el bombero texano Chris Trokey detuvo su camión para ayudar a un anciano varado en la autopista. Horas después descubrió que aquel hombre era el pediatra que lo había salvado al nacer. Cuando la compasión guía nuestros pasos, Dios escribe historias asombrosas.
Por otro lado, sentir lástima no es lo mismo que tener compasión. La lástima observa; la compasión actúa. De modo que hoy decidas ser respuesta, no espectador. Además, recuerda que cada acto de bondad, por pequeño que sea, se convierte en una predicación silenciosa. Así pues, servir no es pérdida de tiempo; es inversión por la eternidad. Por consiguiente, deja que tu fe tenga manos, pies y voz.
La Biblia dice en Mateo 25:40: “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. (RV1960).
C. S. Lewis afirmó: “Dios no nos ama porque seamos amables; nos hace amables porque nos ama”. Así es, la mirada del Señor Jesús no condena, restaura. Sin embargo, muchos viven atados a la culpa porque aún se miran con los ojos del pasado. Por tanto, permite que Su gracia redefina tu identidad.
De modo que, al verte al espejo, recuerdes que no eres lo que hiciste, sino lo que Cristo hizo por ti. Además, aprende a mirar a los demás con esos mismos ojos: ojos que restauran, no que rechazan. De modo que, cada encuentro se convierte en oportunidad de mostrar redención en acción. Finalmente, quien ha sido perdonado mucho, ama mucho.
La Biblia dice en Lucas 7:47: “Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama”. (RV1960).
La madre Teresa de Calcuta decía: “El cansancio no mata; la falta de amor sí”. Así es, hay días en que el alma se siente vacía, incluso haciendo lo correcto. No obstante, cuando la carga se vuelve insoportable, el Señor Jesús nos dice: “Venid a mí”. Por tanto, el cansancio no siempre es señal de debilidad, sino una invitación a reposar en Su fidelidad.
De modo que hoy, en lugar de huir del agotamiento, abrázalo como una pausa sagrada. Detente, respira y permite que la gracia te reordene. Además, reconoce que no todo depende de ti; la obra es de Dios y tú solo eres instrumento. Así pues, la renovación no llega por inercia, sino por intimidad. A veces el descanso más profundo no está en la cama, sino en la presencia de Cristo. Por consiguiente, deja que Su paz restaure tus pensamientos y Su voz aquiete tu corazón fatigado.
La Biblia dice en Mateo 11:28: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. (RV1960).
Tu ciudad no es un accidente geográfico; es el campo donde el Señor Jesús te envió a amar. Así que, camina hoy por tu barrio y ora en voz baja: bendice escuelas, negocios, hospitales e instituciones públicas. Pide justicia para los vulnerables, trabajo digno para los desempleados y paz para las familias.
De modo que tu oración se convierta también en acción de voluntariado, tutorías, mentorías o ayuda práctica. También, evita criticar desde lejos y elige servir desde cerca. Así es, cuando tu corazón se involucra, tu intercesión cobra poder. Además, reúne a dos o tres creyentes y comprométanse a orar cada semana por su vecindario por nombre y dirección. Ora para que el evangelio corra sin estorbo y muchos hallen vida en Cristo. De manera que tu casa sea faro y tu vida un puente de esperanza. La Biblia dice en Jeremías 29:7: “Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz”. (RV1960).
Dios sana historias alrededor de mesas sencillas. La hospitalidad no exige abundancia, sino disposición. Por lo tanto, planea una comida breve y significativa. Invita a un vecino solo, a un amigo cansado o a una familia nueva y ora antes de empezar. Mantén la mesa sin pantallas y escucha con atención historias, silencios y esperanzas.
De modo que la conversación se transforme en comunión y la comida en ministerio. No obstante, si los recursos son limitados, comparte lo que tengas con alegría, porque la generosidad multiplica más que la perfección. Así pues, enseña a tu familia a mirar los rostros antes que los platos y a celebrar la presencia más que la apariencia. Finalmente, abre tu hogar como anticipo del Reino, porque donde hay pan, hay paz; donde hay paz, florece la fe. Además, recuerda, cada mesa abierta se convierte en altar donde Cristo es el anfitrión. La Biblia dice en Hebreos 13:2: “No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”. (RV1960).
Vivimos rodeados de pantallas que prometen conexión, pero muchas veces nos desconectan del alma. Así que, la integridad digital también revela la madurez espiritual. Por tanto, rinde hoy tu vida tecnológica al Señor Jesús y escribe tus “límites santos” como horarios de uso, lugares sin pantalla y contenido que edifique. Además, instala frenos sencillos así como notificaciones mínimas, filtros adecuados y un compañero de rendición de cuentas para cuidar tu mente.
De modo que antes de abrir una aplicación te preguntes: “¿Esto fortalece mi fe, sirve a mi llamado y ama al prójimo?”. Si no, ciérrala; cada cierre es adoración práctica. No obstante, reemplaza el desplazamiento automático con lecturas bíblicas, mensajes de ánimo y oraciones por otros. Así pues, cuando caigas, corre a la gracia y no a la culpa; reinicia con humildad. Incluso tus hábitos digitales pueden glorificar al Señor si los pones bajo Su señorío. De manera que tu huella digital sea testimonio de esperanza y pureza.
La Biblia dice en Salmos 101:3: “No pondré delante de mis ojos cosa injusta; aborrezco la obra de los que se desvían; No se adherirá a mí”. (RV1960).
Esperar cansa cuando confundimos el silencio de Dios con Su ausencia. Así pues, aprende a caminar mientras el cielo prepara lo prometido. Hoy, confiesa tu cansancio ante el Señor Jesús y recuerda que Él es bueno, sabio y puntual. Luego, organiza un “mientras tanto” obediente como servir, perseverar y orar con constancia, aun cuando nada parezca moverse. No obstante, cuando la ansiedad apriete, respira y ora: “En Tu tiempo y a Tu manera”. Además, escribe tres evidencias de Su cuidado: una puerta que se abrió, una conversación providencial o una fuerza nueva al amanecer.
Así es, Dios no solo trabaja en lo que esperas, sino también en quién te estás convirtiendo mientras esperas. De modo que evita compararte con otros, pues la comparación roba paciencia y distorsiona la perspectiva. Finalmente, levanta la cabeza y confía en que la demora nunca es olvido, sino preparación. El Señor cumple a Su tiempo y Su calendario es perfecto.
La Biblia dice en Isaías 40:31: “Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”. (RV1960).
Perdonar no siempre ocurre de inmediato; a veces es un camino que se recorre paso a paso. Así es, hay heridas que necesitan tiempo, oración y mucha gracia. Hoy, nombra con precisión la ofensa delante del Señor Jesús y pronuncia esta verdad: “Fui herido, pero no seré definido por esta herida”. Luego, entrégalo al Juez justo y decide dar un paso pequeño de obediencia como dejar de repetir la historia, orar por el bien del ofensor o establecer límites saludables que honren a Dios.
No obstante, cuando el dolor regrese, no creas que has fracasado; más bien, vuelve a la cruz y repite: “El Señor Jesús ya cargó con mi culpa y con esta carga”. De manera que tu alma aprenda a soltar en lugar de retener. Así pues, protege tu corazón de la amargura, practica la mansedumbre firme y busca consejería sabia si es necesario. Además, reemplaza el rencor con actos concretos de bondad, porque la obediencia desbloquea los afectos.
Recuerda que el perdón no borra la justicia, pero sí rompe el dominio del mal sobre tu historia. Por consiguiente, entrégale al Señor tu memoria y tu futuro.
La Biblia dice en Efesios 4:32: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”. (RV1960).
El crecimiento espiritual florece en relaciones cercanas y constantes. Por lo tanto, pide al Señor un compañero de camino para este mes, ya sea alguien a quien mentorear o alguien que te ayude a crecer. Establezcan un encuentro semanal breve con tres movimientos: leer la Palabra, compartir la vida y orar con propósito. Además, definan metas específicas de obediencia para la semana y rindan cuentas la próxima vez. Si no sabes por dónde empezar, elige un Evangelio y avancen un capítulo por reunión.
De este modo, se forman hábitos que sostienen la fe cuando la emoción baja. Mantén confidencialidad, practica la escucha y ofrece ánimo bíblico más que opiniones. Cuando aparezcan luchas, respondan con intercesión y pasos concretos. Invita a esa persona a servir contigo en algo práctico, porque la misión compartida acelera el aprendizaje. Al cerrar el mes, celebren los avances y pregunten qué deben ajustar. El discipulado uno a uno multiplica vida, no solo información. La Biblia dice en 2 Timoteo 2:2: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros”. (RV1960)
Los desacuerdos son inevitables, pero el modo de enfrentarlos define tu testimonio. Antes de responder, ora por sabiduría, revisa tu intención y decide buscar la paz sin negociar la verdad. Además, escucha activamente, resume lo que el otro dijo y pregunta si comprendiste bien. Evita etiquetas que encasillan y concentra tus palabras en hechos y propuestas. De este modo, transformas discusiones en diálogos que construyen. Si te equivocas, reconoce tu parte sin condiciones. Si el conflicto escala, invita a un tercero maduro y acepta límites claros. Recuerda que ceder en el tono no significa ceder en la convicción. La mansedumbre firme desactiva amenazas, abre puertas y sostiene relaciones. En redes sociales, aplica una regla sencilla: publica solo lo que podrías decir con la misma serenidad ante la persona. Pide al Señor que haga de ti un artesano de paz en tu casa, en tu trabajo y en tu iglesia. La Biblia dice en Mateo 5:9: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. (RV1960).
El mundo que habitas es un regalo que también implica responsabilidad. Por lo tanto, adopta hábitos concretos que honren al Creador y sirvan al prójimo. Reduce desperdicios, reutiliza cuando sea posible y recicla con criterio. Además, cuida el uso del agua y la energía, camina distancias cortas y comparte transporte cuando sea viable. Planta algo que alimente o embellezca tu entorno y enséñales a los niños el gozo de cultivar. De este modo, la mayordomía ambiental deja de ser discurso y se convierte en práctica diaria que refleja amor por Dios y por el vecino. Ora al salir de casa, pidiendo ojos atentos para disfrutar la belleza que el Señor puso a tu alrededor.
Si trabajas en decisiones que afectan recursos, busca datos confiables, escucha a comunidades afectadas y elige lo que promueva justicia y sostenibilidad. Invita a tu iglesia o grupo pequeño a una jornada de limpieza o siembra, y concluyan con lectura de un salmo de alabanza. Cuidar la creación no es moda, es obediencia que reconoce al Dueño de todo. La Biblia dice en Génesis 2:15: “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase”. (RV1960).
Fuiste creado a imagen de un Dios que crea. Por eso, tu creatividad no es adorno, es vocación que puede bendecir hogares, iglesias y ciudades. Identifica tu medio principal, ya sea palabras, música, diseño, cocina, jardinería o soluciones técnicas, y ofrécelo con excelencia para edificar. Además, establece una rutina breve de laboratorio creativo con tres elementos: observación atenta de la realidad, inspiración bíblica y práctica deliberada.
Expón tus ideas a retroalimentación humilde para pulirlas sin ofenderte. De este modo, la obra madura y el carácter también. Si te bloqueas, sirve a alguien con tu arte, porque la creatividad recupera propósito cuando tiene rostro. Ora antes de comenzar y al finalizar, pidiendo que el resultado refleje belleza, verdad y bondad. Evita la vanidad de producir para impresionar, y evita también enterrar talentos por miedo. Comparte recursos con principiantes y fomenta espacios donde otros aprendan. En última instancia, la creatividad cristiana apunta a Cristo, no a la fama. La Biblia dice en Éxodo 35:35: “Y los ha llenado de sabiduría de corazón, para que hagan toda obra de arte y de invención, de bordador en azul, en púrpura, en carmesí y en lino fino, y de tejedor; haciendo toda labor, e inventando diseños”. (RV1960).
El éxito revela tanto como la prueba. Cuando las cosas salen bien, aparece la tentación de atribuir el mérito a tu esfuerzo y olvidar la gracia que sostuvo cada paso. Por lo tanto, decide hoy cómo administrarás las victorias para que honren al Señor. Reconoce públicamente a quienes te ayudaron, da gracias en voz alta y comparte lo aprendido con otros. Además, guarda un registro privado de oraciones respondidas para recordar que no llegaste solo. Si te invitan a hablar de tu logro, nombra la providencia de Dios, describe procesos con honestidad y evita exageraciones que alimentan el ego.
En casa, celebra con sencillez y cultiva gratitud antes que extravagancia. De este modo, el éxito se convierte en altar y no en ídolo. Cuando surja la comparación, bendice a quienes también prosperan, porque la envidia marchita el alma. Pregunta al Señor cómo usar esta temporada para servir mejor, ya sea abriendo oportunidades para otros o fortaleciendo causas que reflejen su corazón. En conclusión, la humildad protege el testimonio y mantiene la mirada en Cristo. La Biblia dice en Proverbios 27:2: “Alábete el extraño, y no tu propia boca; el ajeno, y no los labios tuyos”. (RV1960).
La distracción roba enfoque y marchita vocaciones. Por lo tanto, diseña un protocolo sencillo para tu día de trabajo. Así pues, decide horas específicas para revisar mensajes, coloca el teléfono lejos del alcance visual y usa una lista de tres tareas clave. Además, establece un inicio sagrado con oración breve y lectura de un versículo que encuadre tu propósito. De modo que trabajes por bloques de tiempo con descansos cortos para estirarte, hidratarte y volver con claridad. Si una distracción persiste, pregúntate qué emoción estás evitando y preséntala al Señor para tratarla con verdad.
Además, ordena tu espacio, ya que el desorden constante alimenta interrupciones internas. Practica el cierre consciente: escribe lo que lograste, lo que ajustarás mañana y agradece por la ayuda recibida. Invita a un compañero a rendición de cuentas semanal para sostener constancia. El administrar distracciones no es obsesión por el control, es mayordomía del llamado que Dios te confió para servir mejor. La Biblia dice en Salmos 90:12: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, Que traigamos al corazón sabiduría”. (RV1960).
El desánimo visita a todos, pero no debe gobernarte. Así pues, cuando la sombra se acerque, nómbrala sin vergüenza ante el Señor. Por lo tanto, distingue entre cansancio físico, expectativa frustrada y ataque espiritual, ya que cada una requiere respuestas distintas. Además, practica el ABC del ánimo bíblico. Agradece tres evidencias recientes de la gracia de Dios. Busca a un hermano para orar y compartir con honestidad y camina veinte minutos a paso constante mientras repites una promesa. De esta manera, tu cuerpo, tu mente y tu espíritu colaboran en la recuperación.
Alimenta el alma con un salmo en voz alta y escribe una acción de obediencia simple para hoy. Evita aislarte cuando menos quieres compañía, porque la comunidad sostiene cuando la fuerza flaquea. En conclusión, el desánimo no se disipa con un discurso vacío, sino con una verdad aplicada y con pasos pequeños que se repiten. El Señor no te exige heroísmo, te invita a confiar mientras te toma de la mano. La Biblia dice en Isaías 41:10: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”. (RV1960).
Elegir bien comienza por someter tus caminos a la Palabra. Por tanto, define una decisión que te ocupa y ponla a la luz del texto bíblico, la oración y el consejo sabio. Así pues, escribe el problema en una frase y formula tres preguntas guía: qué honra a Cristo, qué bendice al prójimo y qué puedo hacer con manos limpias. Además, evita los atajos de la prisa, porque apresurar procesos suele encubrir el deseo de controlar. De modo que establezcas un pequeño proceso: busca dos pasajes pertinentes, conversa con un mentor maduro y asigna una fecha para obedecer sin postergar.
Además, observa también tus motivaciones, ya que un buen plan nace torcido cuando el corazón busca aprobación o comodidad. Recuerda que obedecer lo claro simplifica caminos y despeja culpas. Si debes corregir rumbo, hazlo hoy con humildad, no mañana con excusas. Recuerda que la sabiduría crece donde el orgullo decrece y la Palabra gobierna. Confía en que el Señor dirige incluso lo que no entiendes todavía, porque Su fidelidad sostiene tus pasos cuando entregas la decisión por completo. La Biblia dice en Proverbios 3:5 y 6: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”. (RV1960).
La oración constante no exige largas horas para cada petición, requiere un corazón disponible en todo momento. Así pues, ancla tu día con pequeñas oraciones que abran espacio al Señor en tus decisiones. Por ejemplo, antes de una reunión di: “Señor, dame sabiduría”. Antes de contestar un mensaje di: “Señor, guarda mi lengua”. Al conducir di: “Señor, cuida mi camino y mis pensamientos”. Además, establece tres pausas de un minuto para agradecer, pedir dirección y recordar un nombre por quien orarás.
Por lo tanto, convierte tu respiración en liturgia sencilla: al inhalar confiesa tu necesidad, al exhalar descansa en Su cuidado. Si te distraes, vuelve con mansedumbre; la gracia te sostiene en el regreso. Lleva una lista breve de personas y situaciones y actualízala cada semana para orar con precisión, no con generalidades. De esta manera, tu jornada se vuelve santuario móvil que cultiva la atención a Dios y al prójimo. La constancia humilde abre puertas que la autosuficiencia cierra. En conclusión, la oración breve no es poca oración, es obediencia frecuente que entreteje la presencia de Dios en lo cotidiano. La Biblia dice en Filipenses 4:6: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias”. (RV1960).
Tu agenda revela lo que amas. Por lo tanto, comienza hoy por discernir entre lo urgente y lo importante. Toma diez minutos y enlista tus compromisos de esta semana. Así pues, marca con un asterisco lo que edifica tu fe, fortalece tus relaciones y sirve a tu llamado. Además, rodea con un círculo aquello que solo drena energía sin misión clara. De modo que ajustes prioridades con valentía al cancelar lo que estorba, postergar lo accesorio y proteger lo esencial.
Establece tres bloques diarios de atención profunda con teléfono fuera de vista, Biblia a mano y una meta específica. Por ejemplo, el primer bloque para oración y Palabra, el segundo para tu vocación y el tercero para servicio concreto a una persona. Recuerda que el descanso planificado también es obediencia. Por tanto, incluye ventanas de silencio y recuperación. Evalúa cada noche con un breve examen al preguntarte qué avanzaste, qué aprendiste y dónde viste la gracia del Señor. Recuerda que el tiempo no se gestiona solo con técnicas, sino con adoración práctica que te alinea al corazón de Dios. Vive de manera que tu calendario predique lo que confiesas con tus labios. La Biblia dice en Efesios 5:15 y 16: “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos”. (RV1960).
Tus palabras pueden abrir ventanas o cerrar puertas. Por lo tanto, antes de hablar, pregúntate si es verdadero, necesario, oportuno y edificante. Así pues, entrena tu lengua con tres ejercicios diarios. Primero, realiza un ayuno de queja durante una hora para reeducar el enfoque. Segundo, expresa un elogio sincero a alguien por una virtud específica. Tercero, eleva una oración breve antes de responder en conversaciones sensibles. Además, evita ironías que hieren y elige la firmeza amable que corrige sin humillar.
Si te equivocas, pide perdón sin rodeos y repara el daño con hechos. De modo que anotes frases bíblicas que te ayuden a bendecir, promesas que fortalecen, sabiduría que guía y consuelo que sana. Revisa tus mensajes antes de enviarlos y elimina lo que no aporta gracia. En conclusión, el Espíritu puede usar tu voz para levantar un ánimo, reconciliar un conflicto o recordar identidad a quien la olvidó. Hablar con intención es un acto de adoración que transforma entornos, de modo que tu boca se convierta en un instrumento de paz. La Biblia dice en Efesios 4:29: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”. (RV1960).
El Reino avanza con actos pequeños que casi nadie nota. Así pues, planifica hoy un servicio secreto: paga una comida, limpia un espacio compartido, escribe una carta de ánimo, ora por un desconocido en el parque o deja una canasta de víveres sin firmar. Pide al Señor el corazón correcto con alegría sin búsqueda de aplausos y diligencia sin amargura. Por tanto, la práctica del secreto entrena la motivación y debilita el ego. Si alguien te descubre, aprovecha para señalar la gracia de Dios y no tu nombre.
Además, enseña a tu familia a hacer lo mismo para que todos aprendan el gozo de dar sin ser vistos. Al final del día, compartan en oración cómo percibieron la bondad del Señor en esa entrega silenciosa.
El servicio que nadie ve deja huellas que Dios sí ve: abre puertas de reconciliación, reduce tensiones y siembra esperanza donde el discurso ya no convence. Mantén un registro privado de actos de misericordia para recordar la fidelidad divina, no para construir méritos. La Biblia dice en Mateo 6:3 y 4: “Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. (RV1960).




