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Un Minuto Con Dios
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Un Minuto Con Dios

Author: Dr. Rolando D. Aguirre

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Podcast by Dr. Rolando D. Aguirre
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La integridad se define en lo oculto. Allí no existen aplausos ni cámaras; solo la mirada del Señor. La vida privada termina filtrándose a la pública, para bien o para mal. Así que, propón pequeñas fidelidades a solas como apagar lo que corrompe, rendir gastos con transparencia, cumplir promesas que nadie exige y confesar tentaciones antes de que maduren. La integridad duele a corto plazo y evita dolores mayores después. No se trata de perfección; se trata de coherencia que se levanta cuando cae. La vergüenza quiere aislar; pero el Evangelio invita a traer a la luz. Selecciona a dos creyentes maduros para caminar en rendición de cuentas. Esa práctica protege decisiones y fortalece convicciones. Permite que la Palabra sea espejo y martillo, consuelo y corrección. Una vida íntegra predica mejor que un discurso pulido porque impacta a los hijos, discípulos y vecinos. El carácter se construye con ladrillos diarios de verdad. Además, haz memoria de Su fidelidad y permite que renueve tu ánimo. Finalmente, haz una pausa y nómbrale con gratitud lo que hoy viste. La Biblia dice en Proverbios 10:9: “El que camina en integridad anda confiado; mas el que pervierte sus caminos será quebrantado”. (RV1960).
El descanso sabático no es premio al rendimiento; es mandamiento que protege el corazón. Parar un día a la semana declara que Dios gobierna y que no eres indispensable. El activismo sin descanso promete productividad, pero factura con ansiedad y dureza de alma. Por lo tanto, planea tu descanso con intención: desconecta pantallas, alimenta el espíritu con la Palabra, alimenta el cuerpo con comida sencilla y fortalece vínculos con conversación sin prisa. El descanso cristiano no se reduce al ocio; se orienta hacia la adoración. Quien aprende a parar aprende a confiar. Reentrena tu conciencia para disfrutar sin culpa la mesa familiar, una caminata o una siesta. La gracia concluye lo que la prisa no puede. Renuncia a la fantasía del control, porque el mundo sigue girando mientras duermes. La obediencia en el descanso se convierte en acto profético en una cultura que idolatra el rendimiento, porque quien detiene su mano por fe se encuentra con la mano del Proveedor. Recibe este día como oportunidad para obedecer con alegría. Recuerda que Su presencia sostiene cada paso. La Biblia dice en Mateo 11:28: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. (RV1960).
Existen lugares de tu historia que parecen ruinas. Por ejemplo, relaciones quebradas, proyectos troncados y decisiones vergonzosas. Donde tú ves escombros, Dios ve cimientos. La restauración comienza admitiendo la realidad sin adornos y volviendo al Arquitecto. Haz un inventario al hacerte las siguientes preguntas: ¿qué debe confesarse?, ¿qué debe repararse? o ¿qué debe soltarse? Inicia poniendo un ladrillo. Es decir, una llamada, una disculpa o una disciplina. No edificarás en un día lo que se derrumbó en meses, pero hoy puedes colocar piedra sobre piedra. La Palabra es el plano, el Espíritu la fuerza y la comunidad el andamio. Cuando el cansancio se asome, mira hacia el Señor Jesús, Él convirtió la cruz considerada como ruina aparente, en una puerta de vida. No existe historia tan rota que el Resucitado no pueda reescribir. Por eso, levántate y construye con esperanza, incluso si el progreso es modesto; la perseverancia fiel abre camino firme hacia la restauración. La Biblia dice en Isaías 61:4: “Reedificarán las ruinas antiguas, y levantarán los asolamientos primeros…”. (RV1960).
Muchos caminan con una mochila invisible llena de culpas, miedos y pendientes. El Señor no te pidió cargarla solo; te invitó a echarla sobre Él y a tomar Su yugo, fácil y ligera Su carga. Pero ¿Cómo se practica? Nombra en voz alta lo que pesa, porque la ambigüedad pierde fuerza cuando se especifica. Entrégalo en oración como transacción real, no como ritual vacío. Comparte con alguien maduro en la fe para que ore contigo. Realiza una acción pequeña que contradiga el peso. Por ejemplo, si temes, obedece un paso; y si tienes culpas, confiésalas. La cruz no solo perdona; también libera. Cuando la carga regrese, porque regresará, repite el proceso. La libertad cristiana se ejercita diariamente hasta que la espalda se endereza y la mirada se eleva. No te acostumbres a vivir encorvado si el Señor ofrece descanso verdadero. Decide responder hoy con fe práctica y no con evasión. La Biblia dice en 1 Pedro 5:7: “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros”. (RV1960).
La paciencia no es pasividad; constituye coraje en cámara lenta. Es la decisión de no rendirte cuando el resultado tarda y de no tomar atajos cuando el proceso exige profundidad. Piensa en un atleta en rehabilitación: se duele, se cansa y se frustra, pero cada repetición fiel reconstruye fuerza. Así es el Señor Jesús. Él forma Su carácter en nosotros. Practiquemos la paciencia con tres hábitos: respiración consciente unida a una oración breve (“Señor, dame tu paz”), márgenes en la agenda para desactivar la prisa y atención a pequeñas victorias que confirmen el progreso. Por lo tanto, cuando la impaciencia grite, recuérdale que no manda. La esperanza cristiana mira la promesa más que el reloj. Además, si caes en ansiedad, vuelve a empezar cuantas veces sea necesario, ya que la gracia no se agota. El fruto maduro requiere de tiempo y sol; pero el carácter maduro requiere de tiempo y de la cruz. Así que, permite que el Espíritu te enseñe a esperar sin perder el amor, porque el amor protege tu corazón mientras la fe persevera. Finalmente, toma hoy un paso pequeño, constante y obediente; ese paso, repetido con fidelidad, forjará la firmeza. La Biblia dice en Romanos 12:12: “Gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración”. (RV1960).
La hospitalidad no exige casa grande; pide un corazón ancho. Un café honesto, una sopa sencilla y una silla extra pueden convertirse en un altar donde Dios cura soledades. Abre tu mesa con intención, ora antes de invitar, recibe a otros sin prisa, escucha más de lo que hablas, pregunta con empatía y cierra bendiciendo. La hospitalidad del Reino no es espectáculo; es presencia. También se vive fuera del comedor. Por ejemplo, deja “un asiento libre” en tus conversaciones para quien llega tarde, incluye al nuevo en el equipo y comparte recursos sin ruido. Cuando abrimos espacio, el Señor Jesús abre las puertas del corazón. Además, si has sido herido, permite que la hospitalidad sea el camino de reconciliación. Invitar no niega el dolor; elige la gracia. La casa perfecta no transforma, pero el amor sincero, sí. Prepara hoy un lugar más, literal o simbólico, y observa cómo Dios multiplica el consuelo. Quizá el milagro de otro comience en tu mesa. La Biblia dice en 1 Pedro 4:9–10: “Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones. Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros…”. (RV1960).
El 27 de junio de 1993, Nelson Mandela fue fotografiado estrechando la mano de Percy Yutar, el fiscal que en 1964 lo condenó a prisión. Después de pasar 27 años encarcelado, Mandela eligió perdonar en lugar de vengarse. Su decisión de promover la reconciliación en Sudáfrica, en lugar de alimentar el resentimiento, fue clave para la paz en su país. El perdón no es olvidar lo que nos han hecho ni justificar el daño, sino soltar el peso del rencor para vivir en libertad. Jesús nos enseñó que el perdón es una decisión que libera tanto al ofensor como a quien ha sido herido. Cuando perdonamos, reflejamos el amor de Dios y permitimos que Su paz gobierne nuestro corazón. Tal vez alguien te ha herido profundamente y sientes que es imposible perdonar. Pero recuerda que Dios nos ha perdonado mucho más de lo que podemos imaginar. ¿A quién necesitas perdonar hoy? No permitas que la amargura te robe la paz. Deja que el amor de Dios sane tu corazón y transforme tu vida.La Biblia dice en Efesios 4:32: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (RV1960).
Comenzar otra vez no es derrota; representa sabiduría. A veces el plan A se cae, el B no despega y el C ni siquiera se intenta por miedo. La misericordia de Dios estrena oportunidades. Inicia con un diagnóstico humilde y práctico al preguntarte: ¿qué salió mal?, ¿qué fue soberbia, prisa o desorden? Traza un paso siguiente posible (no diez), uno, y compártelo con alguien que te acompañe. La comunidad aporta soporte, claridad y rendición de cuentas. Reemplaza la frase “todo o nada” por “poco y constante”. Las metas pequeñas vencen la parálisis. Predícate el Evangelio. No reinicies para ganar amor; reinicia porque ya eres amado. Recuerda que el fracaso no es identidad; es una clase que, si se aprende, no se repite. Agradece lo que sí funcionó para que el pasado no se vuelva tirano. De modo que, hoy puede ser “día uno” otra vez para una disciplina, una relación o una vocación dormida. El Señor Jesús no desecha lo quebrado, al contrario, lo rehace con propósito. La Biblia dice en Lamentaciones 3:22–23: “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos… nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad”. (RV1960).
El Señor Jesús habló de orar en lo secreto, no por desprecio a lo público, sino para cuidar el corazón. En el cuarto secreto no hay público, solo Presencia. Allí las máscaras sobran y las apariencias caen. ¿Cómo iniciar? Elije un lugar pequeño, un horario realista y un plan sencillo. Por ejemplo, un Salmo para orientar el alma, un pasaje de los Evangelios para mirar al Señor y una breve oración escrita. Anota cargas, respuestas y nombres por los que interceder. La constancia vale más que la duración. Si un día fallas, regresa sin culpa; la gracia te está esperando. Incluye la confesión: nombra tu pecado sin adornos y recibe el perdón que Cristo compró en la cruz. La culpa tratada a tiempo evita la vergüenza crónica. Cuando la ansiedad levante su voz, respira profundo, repite la Escritura y descansa en Su fidelidad. En lo secreto, Dios endereza lo torcido y fortalece lo débil. De ese cuarto saldrás distinto, no porque cambió todo afuera, sino porque cambió por dentro. La Biblia dice en Mateo 6:6: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento… y tu Padre… te recompensará en público”. (RV1960).
Una sola palabra puede levantar o aplastar. Muchas personas recuerdan frases que las marcaron—para bien o para mal—durante años. Los discípulos del Señor Jesús estamos llamados a hablar vida. Antes de responder, haz una pausa y filtra tus palabras con las siguientes preguntas: ¿es verdadera?, ¿es necesaria?, ¿edifica? Si falta una, quizá no es el momento o no es la forma. Recuerda que la verdad sin amor hiere y el amor sin verdad confunde. Hablar como Cristo integra ambas realidades. Practica el ministerio del ánimo. Identifica a dos personas y expresa con precisión qué ve de Dios en ellas. Evita generalidades y nombra evidencias concretas como: “Vi tu paciencia con tu hijo”, “admiro tu constancia al servir”. La precisión honra. Además, cuando corresponda confrontar, inicia reconociendo tu propia tendencia a fallar, pues esa postura ablanda el terreno y abre el oído. El silencio, en ocasiones, se convierte en la respuesta más sabia. No es necesario opinar de todo; sí resulta imprescindible obedecer en todo. Por lo tanto, permite que el Espíritu sea el “editor” de tu boca para que el eco final sea de bendición. La Biblia dice en Proverbios 18:21: “La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos”. (RV1960).
Abundan listas de pendientes como correos, compromisos, llamadas, citas, etc. El alma también necesita una agenda. ¿Qué asuntos has postergado con Dios? Por ejemplo, ¿Una confesión honesta? ¿Reconciliarte con alguien o retomar una disciplina olvidada? Cuando perseguimos únicamente lo urgente, lo importante se atrofia. Propongo tres “tareas” del corazón: diez minutos de silencio con la Biblia abierta, una oración escrita con sinceridad y un acto concreto de obediencia, por pequeño que parezca. La espiritualidad no se mide por ráfagas de intensidad, sino por constancia amorosa. Convierte espacios cotidianos en altares como el trayecto hacia el trabajo puede ser intercesión, la fila del supermercado un momento de gratitud y la mesa del hogar un lugar de bendición. Los hábitos sencillos sostienen transformaciones profundas. Ordena, entonces, la lista interior y deja lo que estorba. Además, prioriza lo eterno y camina ligero. La gracia de Dios no añade cargas innecesarias; alinea motivaciones y pasos. Un corazón enfocado permite decir “sí” a lo que edifica y “no” a lo que dispersa. Empieza hoy con una pequeña victoria y sostén la mañana con disciplina. La Biblia dice en Salmos 90:12: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría”. (RV1960).
Existen oraciones que Dios responde con un “no”, y duele. Queríamos esa puerta abierta, ese ascenso, esa relación o ese cambio. Sin embargo, el “no” del cielo no es castigo; con frecuencia es protección. El Señor Jesús ve esquinas que no vemos y tiempos que aún no entendemos. La madurez transforma la pregunta de “¿por qué no?” en “¿para qué sí?”. En otras palabras, ¿Qué carácter quiere formar Dios en mí? ¿Qué idolatría desea arrancar? ¿Qué dependencia sana busca cultivar? Para eso, practica tres pasos: rinde tu deseo con honestidad, agradece por lo que sí te ha sido dado y sirve fielmente donde estás. Por otro lado, la gratitud no anestesia el anhelo; lo ordena. Somete tus decisiones a la comunidad de fe, porque la sabiduría compartida ilumina ángulos ciegos. Un “no” de Dios puede estar abriendo un “sí” mejor que todavía no se percibe. La esperanza cristiana no se amarra a escenarios; se aferra a un Señor bueno y soberano. Cuando la respuesta contradiga Su plan, elije confiar. Dios no niega para humillar; niega para salvar. La Biblia dice en Proverbios 3:5–6: “Fíate de Jehová de todo tu corazón… Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”. (RV1960).
Un jardinero decía que lo más difícil no era sembrar, sino esperar. La semilla parece “desaparecer” bajo tierra, sin aplausos para la oscuridad del proceso ni para el silencio de los días. Sin embargo, justo allí sucede lo esencial: la raíz se afirma antes de que el tallo aparezca. Así actúa el Señor Jesús en nuestra vida. Cuando oramos, obedecemos y permanecemos, frecuentemente no vemos de inmediato la respuesta; no obstante, la fe echa raíz. Por eso, no confíes en la apariencia del “no pasa nada”; confía en el Dios que obra en lo escondido. Haz hoy lo que te corresponde: riega con oración, quita la mala hierba de los pensamientos que ahogan y recibe la luz de la Palabra. Cuando llegue el tiempo, brotará lo que Él plantó. Si otros crecen más rápido, bendícelos; cada semilla tiene su calendario. Recuerda que la fidelidad cotidiana es el terreno donde germinan los milagros discretos. En lugar de desenterrar la semilla para “ver si va bien”, vuelve a enterrarla con confianza. El Señor no olvida ninguna siembra hecha con fe. La Biblia dice en Gálatas 6:9: “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos”. (RV1960).
Visitar un taller de cerámica enseña teología. La pieza solo toma forma cuando permanece centrada en el torno; si se descentra, se deforma. El alfarero moja sus manos para evitar que la arcilla se quiebre, que la presión no la destruya, sino que la defina. Además, cuando hay una burbuja de aire, la revienta para que el horno no rompa la vasija. Nada es capricho: cada giro, cada toque, cada pausa tiene propósito. Así es el trato de Dios con nosotros. Cuando nos salimos del centro de Su voluntad, la vida tambalea. Por lo tanto, regresa al centro a través de la Palabra, la oración, la comunidad y la obediencia. Como resultado, no malinterpretes la presión del proceso: el Señor Jesús no aplasta, moldea. El agua de Su gracia te mantiene sensible, pero el fuego de las pruebas consolida lo formado. Además, si descubres “burbujas” de orgullo o autoengaño, permite que Él las exponga antes de que el horno de la vida te quiebre. De modo que, entrégate de nuevo dile al Señor: “Haz como quieras”. En las manos del Alfarero, el barro no termina en descarte, sino en instrumento útil. La Biblia dice en Jeremías 18:6: “¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano…”. (RV1960).
No siempre perdemos horas; a veces perdemos minutos que se escurren entre notificaciones, comparaciones y distracciones en piloto automático. Pero el tiempo no es enemigo; es talento para ser administrado para la gloria de Dios. Para progresar en esto, un joven decidió “rescatar” cinco minutos de cada hora. Por ejemplo, poner la pantalla abajo, tener respiración profunda, hacer una oración breve como: “Señor, ordénanos hoy” y una acción concreta de servicio. Al cierre de la jornada, había ganado casi una hora de vida intencional. El apóstol nos llama a aprovechar bien el tiempo porque los días son malos. Por lo tanto, practica pequeños hábitos de rescate: establece bloques de enfoque, silencia lo innecesario, pon un versículo visible y agenda pausas de oración. Por consiguiente, cambia el “no me alcanza” por “haré lo que sí puedo hoy con fidelidad”. La voluntad de Dios suele forjarse en micro-decisiones que, sumadas, dibujan una vida distinta. Además, pide al Señor Jesús sensibilidad para discernir interrupciones que son invitaciones como una conversación providencial, una necesidad frente a ti o una puerta entreabierta para el bien. Redimir el tiempo no es llenarlo de ruido, sino alinear minutos con propósito. La Biblia dice en Efesios 5:16: “Aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos”. (RV1960).
Una mujer empezó a anotar, cada noche, tres agradecimientos específicos del día. No generalidades, sino detalles. Por ejemplo, “la conversación con su vecina”, “el correo que aclaró una duda”, “el atardecer desde la ventana del bus”, etc. Al principio le pareció poco espiritual; luego notó algo: su oración cambió de tono. La queja disminuyó, la adoración aumentó y la ansiedad perdió volumen. La gratitud no negó sus luchas; al contrario, las puso en perspectiva. De modo que, la fe no es amnesia del dolor, es memoria de la fidelidad de Dios. Por lo tanto, abre un cuaderno de gratitud. Anota lo pequeño y lo grande, lo esperado y lo sorpresivo. De modo que, cuando la mente quiera habitar en lo que falta, léele en voz alta lo que ya fue dado. La gratitud no es un accesorio devocional; es una disciplina que forma el corazón y afina la mirada para reconocer al Señor Jesús en medio de lo común. Además, comparte la práctica en familia o con amigos. Las mesas se vuelven altares cuando el agradecimiento toma la palabra. Finalmente, cuando no encuentres motivos, empieza por el mayor: Cristo y Su obra a tu favor. La Biblia dice en 1 Tesalonicenses 5:18: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”. (RV1960).
Una madre de agenda saturada decidió reservar quince minutos diarios para una cita con Dios con la Biblia abierta, una libreta y una taza de café. No era un retiro de fin de semana, ni una madrugada heroica; era constancia. Al principio le costó por la tentación de revisar mensajes “rápidos” o la culpa de no hacer más, pero también entendió que el alma no se alimenta por la acumulación ocasional, sino por pan cotidiano. Con el tiempo, esos quince minutos ajustaron su ánimo, afinaron su oído y reordenaron su día. Así también nosotros. El mundo nos empuja a correr, pero el Señor Jesús nos invita a permanecer. Por lo tanto, agenda tu cita: elige un lugar, un horario realista y un plan sencillo (lee un Salmo, un pasaje del Evangelio y anota una oración). Como resultado, cuando la prisa toque a la puerta, recuérdale que tu prioridad es escuchar primero la voz de Dios. La fidelidad no se mide por rachas extraordinarias, sino por pasos pequeños y constantes. Además, comparte lo que aprendas. Por ejemplo, una frase con tus hijos, una promesa con un amigo o una oración por tu equipo. La Palabra ingerida en secreto producirá fruto en público. La Biblia dice en Mateo 4:4: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. (RV1960).
En una tienda de segunda mano, un músico encontró un violín sin estuche, sin cuerdas y cubierto de polvo. Lo llevó a un artesano, el cual no se burló de sus grietas ni de su puente torcido. Al contrario, las estudió con paciencia. Luego, cambió el alma del violín (esa pequeña pieza interna que sostiene la resonancia), ajustó el puente, colocó cuerdas nuevas y limpió la madera con delicadeza. Cuando el músico volvió, el instrumento “sin voz” cantó. No porque ya no tuviera cicatrices, sino porque esas cicatrices habían sido redimidas por manos expertas. Así obra Dios con nosotros. El pecado, el dolor y los fracasos desalínean el corazón y nuestra resonancia se apaga. Pero el Señor no nos desecha, Él nos restaura. Por eso, entrégale tus grietas y permite que Él ajuste lo interno (tu alma), enderece lo visible (tus hábitos) y vuelva a templarte con Su gracia. La sanidad duele un poco porque requiere de una confesión honesta, de obediencia concreta y de perseverancia en comunidad. Por lo tanto, no declares “inútil” lo que Dios está reparando. Cuando el Señor te pone en Su banco de trabajo, no es para exhibir tus fallas, sino para afinar tu propósito. Así que, cuando vuelvas a sonar, no te gloríes en la madera, sino en el Artesano. La Biblia dice en Isaías 42:3: “La caña cascada no quebrará, y el pábilo que humeare no apagará…”. (RV1960).
Una palabra a tiempo puede enderezar una jornada torcida. Por ejemplo, un maestro que anima, un amigo que ora, un hermano que escucha sin juzgar. No resuelven todos los problemas, pero abren ventanas donde antes solo había paredes. Detrás de ese gesto hay algo profundo: el Señor Jesús usando voces humanas para llevar Su consuelo. Por lo tanto, toma el teléfono o escribe el mensaje que llevas posponiendo. Dile a esa persona: “Estoy orando por ti”, “cuentas conmigo”, o “¿cómo puedo ayudarte hoy?”. No subestimes el alcance de un acto sencillo; ya que Dios multiplica lo pequeño cuando nace del amor. Por esta razón, haz de la edificación un hábito, elige palabras que sanan, ofrece silencios que abrazan, comparte promesas que levantan. Si hoy eres tú quien necesita la llamada, pídesela al Señor y sé honesto con alguien de confianza. La comunidad no es lujo de la fe, es parte de su diseño. Ningún corazón fue hecho para cargarse solo. Por tanto, deja que tus palabras sean puentes y no paredes. Quizá para alguien, tu voz será la diferencia entre rendirse o seguir. La Biblia dice en Proverbios 12:25: “La congoja en el corazón del hombre lo abate; mas la buena palabra lo alegra” (RV1960).
En las calles el amarillo del semáforo no es adorno; es aviso. No significa “acelera”, sino “disminuye y decide con prudencia”. En la vida espiritual también hay señales amarillas. Por ejemplo, inquietudes persistentes, consejos sabios que coinciden, pasajes bíblicos que se repiten, etc. El Señor Jesús, por medio de Su Palabra y Su Espíritu nos invita a bajar la velocidad para escuchar con atención. Por lo tanto, cuando todo dentro de ti grite “¡ya!”, pon el corazón en modo discernimiento. Ora sin prisa, consulta a creyentes maduros, revisa tus motivaciones y pregunta con honestidad: “¿Busco la gloria de Dios o la mía?”. De modo que, si la paz del Señor no te acompaña, espera. Esperar no es perder el tiempo; es invertirlo en la dirección correcta. Además, recuerda que la voluntad de Dios no se contradice con Su carácter. Si para correr una puerta debes quebrar principios bíblicos, esa puerta no viene de Él. La verdadera guía produce fruto de justicia, no atajos de ansiedad. Así que, cuando el cielo ponga el semáforo en amarillo, no te frustres. Agradece el aviso, ajusta el paso y deja que la paz de Cristo arbitre tus decisiones. La Biblia dice en Salmos 27:14: “Aguarda a Jehová; Esfuérzate, y aliéntese tu corazón; Sí, espera a Jehová” (RV1960).
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