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Audiocuentos cristianos

Author: Juan Carlos Parra Valero

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Cuentos y relatos con enseñanza. De mi pluma o los que más me gustan, narrados por mí o por amigos. Tienes la mayoría de los cuentos también en Youtube, en el canal https://www.youtube.com/c/JUANCARLOSPARRAVALERO
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Audiolibro El Tuerto (capítulos 1 al 4) Os comparto un adelanto de lo que será el audiolibro de esta novela corta titulada 'El Tuerto'. Locutada por mi hermano David Parra, al que admiro como profesional y persona, y quien pone su mejor empeño en hacer de estos libros una delicia también para el oído. SINOPSIS: El Tuerto, apodado así desde que un accidente infantil lo dejó con un solo ojo, es un hombre amargado, huraño y solitario que regenta la mejor pescadería de Candiles, un pintoresco pueblo costero. A sus 53 años, vive anclado en el rencor, acompañado únicamente por su madre y su perro. Pero un domingo cualquiera, en plena cacería, la sed lo conduce a una roca misteriosa en medio del bosque. La fuente que brota de ella no solo sacia su garganta, sino que le devuelve la vista... y, con ella, la posibilidad de una nueva vida. En tono entrañable y con guiños de realismo mágico, Juan Carlos Valero nos regala una historia de redención, humor y segundas oportunidades. Un relato que fluye como el agua viva, donde lo cotidiano se vuelve prodigioso y hasta los más endurecidos pueden volver a ver.
"Después del resplandor", una novela de ciencia ficción futurista en la cual robots humanoides han tomado el control del mundo. En este podcast tienes locutados los primeros dos capítulos en la voz de David Parra. El 21 de julio de 2071 muchos suscriptores a una iglesia cristiana por ondas reciben mensajes de La Biblia, prohibidos por la censura arcana. ¿Quién los ha enviado? Los Inconformes son la resistencia al gobierno totalitario. ¿Tendrán ellos las respuestas que necesitan los protagonistas de esta novela? Acompaña a Paul y Serena, Isaac y Ágata, Eva y Óscar, y muchos más sesasenios en su búsqueda de verdad y esperanza en el mundo desolado y oprimido de después del Resplandor. Quizás no halles todas las respuestas… Pero seguro que dejará en ti interesantes reflexiones. Puedes adquirir tu libro en el siguiente enlace: https://www.amazon.es/Despu%C3%A9s-del-Resplandor-inquietante-finales/dp/8409265923/ref=tmm_pap_swatch_0?_encoding=UTF8&qid=1612205276&sr=8-1
Cuento ‘¡Ay, el desgraciado Martínez!’ Un cuento que nos habla de las consecuencias fatales de la informalidad, indisciplina y, sobre todo, impuntualidad. Cada vez que llegamos tarde a una cita estamos deshonrando a la persona que nos espera.
Cuento ‘Las dos ayas’ Un cuento que escribí el 1 de enero de 2025 inspirado en Juan 1:14-17/ 14 Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. 15 Juan dio testimonio de él, y clamó diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo. 16 Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. 17 Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo
Cuento: La anciana, el cazador y el Rey Rugió el león en la selva y lo que en otro tiempo hubiese supuesto obediencia inmediata a la orden de reunirse todos junto a la peña de Leba, en esta ocasión no produjo respuesta alguna. Los monos, siempre tan ruidosos y dicharacheros, se aferraron a las ramas de sus árboles y así quedaron en desleal silencio. Los tucanes hubiesen volado veloces de no haberse interpuesto el consejo de las hienas. Las jirafas escondieron sus cuellos infinitos en la espesura de la jungla y con el corazón latiendo a mil esperaron el siguiente rugido, quietas y rebeldes.  Efectivamente, el león miró perplejo a sus leonas y volvió a llamar a los animales de la selva, pero los únicos que se acercaron aún más fueron sus leoncillos. Gorilas y orangutanes, perdidos en la oscuridad de una cueva, creyeron que el pronóstico de Fisi, la jefa de las hienas, era cierto. Huyó el elefante y el rinoceronte, se sumergió en lo profundo del río el hipopótamo y hasta el oso perezoso, que siempre tenía excusa cuando aparecía tarde, en esta ocasión nunca llegó. Lloraban los hijos del león, gruñían las leonas, esperando una orden de su rey para recorrer la selva y castigar el agravio, y el tigre dormía con sueño felón junto a la madriguera de la serpiente. Un tercer rugido, aún más potente, enfurecido, en el que el rey se dejó todo su aliento, puso a temblar a los animales pequeños y grandes, y las tribus a decenas de kilómetros se estremecieron ante la insistencia del félido. —Algo malo se avecina —musitó la más anciana de Juu, llamada Alijua, madre del jefe de la aldea. ¿Qué estaba sucediendo? El objetivo de las hienas era derrocar al rey y tomar ellas el control de la selva. Bien sabían que jamás lo lograrían si la manada de leones contaba con la lealtad de los animales. Fisi, taimada como pocas, había elaborado un sencillo plan. El día antes de la gran reunión, mataría al hijo del cazador, llenando de huellas de león adulto las inmediaciones de la choza de Mwindaji. ¿Cómo podría adivinar el cazador que eran huellas falsas de una pata de león disecada que Fisi robó meses antes de la choza de Alijua? La pata era un recuerdo del difunto marido de la anciana, y a este se la había regalado un turista en agradecimiento porque se le permitió visitar Juu, la aldea, cosa poco común en aquellos días. Mwindaji, quien solo cazaba para alimentar a su familia, supondría que el rey abandonó su territorio para cercenar la vida de su primogénito, sin devorarlo, dejando el cuerpo como prueba de que aquello era una venganza por los animales que Mwindaji había cazado en los últimos veinte años. Después, sería fácil. Las hienas difundirían el consejo a todos los ciudadanos de la selva: —Cuando el león ruja en la convocatoria de mañana, no acudáis a la llamada, por mucho que insista, pues ha matado al hijo del cazador y Mwindaji vendrá sin duda a dar muerte al rey. Justo será que de ahora en adelante cada cual se ocupe de lo suyo, sin estar un día más bajo la tiranía del león, quien, por otra parte, con este acto sanguinario, nos ha puesto en peligro a todos.   Así lo idearon y así lo hicieron. Por ese motivo, Mwindaji alistó su lanza, sus tres hijos, arcos y flechas, y secuestrado el llanto por una ira salvaje, corrieron a la peña de Leba para dejar la selva sin león ni manada que lo sucediera. —¡Cada mono en su rama, cada ave en su nido, los que quieran en el río o los otros en las cuevas! ¡Pero que nadie acuda a la peña de Leba o expondréis vuestra vida! —sentenciaron las hienas, dejando escapar risas traidoras. Apareció Mwindaji, lanza en mano, flanqueado por la terna de hijos sedientos de sangre, y el león se quedó inmóvil, extrañado, mientras las leonas rugían con instinto maternal, poniendo tras sí a sus crías. En la selva no se oía ni mugido, ni trino, ni chillido o relincho. No zumbaban los insectos, ni croaban los sapos, ni crujían las ramas, ni crepitaba el suelo bajo ninguna pisada. Solo el viento mecía las hojas y hasta la brisa parecía intimidada por el estallido inminente de la batalla.   —¡Detente! ¡Parad la pelea! —gritó de pronto la anciana desde la espalda de su hijo. Este sudaba copiosamente tras una larga carrera con su madre cargada a las costillas—. ¡Te equivocas, Mwindaji, el león no ha sido! —¡No te interpongas, Alijua! ¡Él mató a mi hijo, encontré las huellas! —¡El rey jamás haría eso! ¡Muchas lunas atrás robaron la pata de león de mi choza! ¡Quien tenga la pata, mató a tu hijo! Las leonas ya flexionaban el cuerpo para saltar sobre los cazadores, cuando el rey emitió un rugido corto que las detuvo y Mwindaji, todavía con la lanza inhiesta, dejó escapar dos lágrimas. —¡Permite que nuestro jefe, mi hijo, te ayude a deshacer el entuerto, y cobrarás después tu venganza! —rogó Alijua. De reojo, los jóvenes miraron al padre sin perder de vista a los leones; pero el cazador oía más fuerte el tambor del pecho que los consejos de la anciana y, girándose hacia el rey, lanzó su lanza. El león la esquivó de un salto y con un último rugido, ordenó a la manada que corrieran. Todos se escabulleron detrás de la peña de Leba. Las flechas quedaron en el arco, pues los hijos de Mwindaji respetaban a Alijua casi tanto como al cazador. Los suajili regresaron a Juu; a investigar lo ocurrido unos, y a llorar y enterrar a su primogénito otros. Se hizo la noche. Nadie durmió en la selva y nadie tampoco en la aldea. Al despuntar el sol del siguiente día, cuando Mwindaji, ataviado de caza, se dirigía a la choza del jefe, quince cuerpos de hiena muertos y una pata de león disecada le aguardaban tras la cortina. ¿Quizás había sido el rey con sus leonas? No. Los monos, el rinoceronte, la jirafa, y el gorila, elefantes, hipopótamos y hasta el tigre o la serpiente, que ya sabían de qué lado por el momento pelear, todos ellos habían ajusticiado a las hienas para devolver la paz a la selva y calmar al cazador.   —Nunca más, Majestad —fue el orangután el portavoz de todos—. Nunca más desoiremos tu llamada, peleando cada cual por su lado la guerra o simplemente reposando cobardes en nuestras madrigueras. Perdona nuestra confusión y temor... Y que se selle un pacto en la peña de Leba de unidad y compromiso con la verdad, pues por creer el engaño de las hienas pusimos a toda la selva en peligro.   Y así lo hicieron. Nuevamente, siempre que rugía el león, su rey, los animales acudían dejando cualquier otra ocupación. Solo se disculpaba al perezoso si se quedaba a medio camino en reuniones demasiado cortas, y a los peces, a quienes el hipopótamo informaba debidamente.   En Juu, nunca más tendrán presa o miembro de animal disecado. Y la anciana murió con dicha, de vieja, no sin antes ver nacer a la hija del jefe, su nieta. La llamaron Alijua, que significa sabia en suajili, en honor a ella.   El cazador y sus hijos ahora labran la tierra, cuidan ganado y de tanto en tanto dejan verduras y carne bajo la peña de Leba.   Fin.   Inspirado en Segunda de Samuel capítulo 19 y capítulo 20, donde un indigno israelita llamado Seba gritó “¡Israel, a tus tiendas!”, llamando a la nación a rebelarse contra David, pero una sabia mujer, de una ciudad “madre en Israel”, con su sabiduría libró a todos de una guerra. Juan Carlos P. Valero
Audiocuento ‘¿Por qué pasan estas cosas, papá?’ Un audiocuento que nos hace pensar en la deriva de nuestro mundo, las catástrofes naturales y si Dios es culpable o no de lo malo que sucede. Disfruta este cuento y comparte si te bendice.
Audiocuento El Rey Loco

Audiocuento El Rey Loco

2024-09-0501:31:51

Audiocuento 'El Rey Loco'. "Cuando matas a tu hermano, algo muere también dentro de ti. Estás matando a tu padre y a tu madre. Matas tu propia historia. Matas tu sangre. Acabas con tu futuro y asesinas, con la muerte de tu hermano, al mundo entero". Así comienza este cuento largo en el que aprendemos sobre la lucha en nuestro interior entre el bien y el mal, la carne y el espíritu.
Historia 'El peor día de un pastor esforzado' EL PASTOR QUE FRACASÓ Un Pastor de un pequeño pueblo, llegó a la Iglesia animado y motivado para realizar la reunión de la noche, la hora pasaba y la gente no llegaba. Después de 15 minutos de atraso entraron tres niños, después de 20 minutos entraron dos jóvenes, entonces el Pastor decidió comenzar el culto con las cinco personas. En el transcurso del culto entró una pareja que se sentó en los últimos asientos de la iglesia. Cuando el Pastor hacía la lectura de la Biblia para la prédica de la noche entró otro señor, con sus ropas sucias y pelo despeinado. Aún sin entender el porqué de la falla del pueblo, el Pastor condujo el culto animado y predicó con dedicación y celo. Cuando volvía para su casa fue asaltado y golpeado por dos ladrones que se llevaron su bolso donde estaba su Biblia y otras pertenencias de valor. Mientras su esposa hacía las curaciones de sus heridas en casa, él describió aquel día como: - El día más triste de su vida. - El día más fracasado de su ministerio. - El día más infructífero de su carrera. Después de cinco años, el Pastor decidió compartir esa historia para la iglesia, mientras él terminaba de contar la historia, un matrimonio de gran referencia en aquella congregación interrumpe al pastor y dicen: “Pastor, aquella pareja de la historia que se sentó en el fondo éramos nosotros." Estábamos al borde del divorcio a causa de varios problemas y diferencias que había en nuestro hogar, en aquella noche decidimos poner un fin a nuestro matrimonio, pero primero decidimos entrar en una iglesia, dejaríamos allí nuestras alianzas y después cada uno seguiría su camino, pero desistimos del divorcio después que oímos la predica en aquella noche, hoy estamos aquí con el hogar y la familia restaurada; mientras el matrimonio hablaba uno de los empresarios mas prósperos que ayudaba en el sustento de aquella iglesia se levantó pidiendo la oportunidad para hablar, y dijo: "Pastor yo soy aquel señor que entró con aspecto desaliñado, estaba al borde de la quiebra, perdido en las drogas, mi esposa y mis hijos se habían ido de casa a causa de mis agresiones, en aquella noche intenté suicidarme, sólo que la cuerda se rompió, cuando iba a comprar otra cuerda, vi la iglesia abierta, y decidí entrar aún estando todo sucio, en esa noche el mensaje perforó mi corazón y salí de ahí con ánimo para vivir; hoy estoy libre de las drogas, mi familia volvió a casa y me convertí en el mayor empresario del pueblo. En la puerta de entrada el obrero que recibía las personas gritó: "Pastor... Yo fui uno de aquellos ladrones que le asaltó, el otro murió en aquella misma noche cuando realizábamos el segundo asalto, en el bolso usted tenía una Biblia, y yo pasé a leerla cuando despertaba por la mañana, después decidí entrar en esta iglesia... El pastor quedó en shock y comenzó a llorar junto con el pueblo, al final de aquella noche en que el consideraba como una noche de fracaso fue una noche muy productiva. 1- Ejerza su llamado con dedicación y celo más allá del número de participantes. 2- En los días más malos usted aún puede ser una bendición en la vida de alguien. 3- Dios usa las circunstancias malas de la vida para producir grandes victorias. 4- Nunca diga: "Hoy Dios no hizo nada." Solo por el hecho de que tus ojos no vieron eso. Hebreos 6:10 Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún.
La holandesa Corrie ten Boom en su libro 'Misión Ineludible' nos cuenta una experiencia dramática, cuando perdió la memoria en Basilea (Suiza) y para sumar más angustia se fracturó la cadera. Pero en medio de aquella situación fue bautizada con el Espíritu Santo.
Historia 'El camino en la selva' ¿Qué podía hacer este misionero perdido en medio de la selva africana si no había ningún camino que le guiara? Lo mismo que debemos hacer nosotros en este tiempo: seguir al Guía.
El esclavo Longman

El esclavo Longman

2023-09-0402:25

Historia basada en el célebre Longman: En el tiempo de la esclavitud existió un esclavo llamado Longman que llego a ser un célebre escritor. Recordando su antigua vida, cuenta que su amo, que siempre le había tratado muy bien, un día le dio un melón de tipo amargo por error. Cuando se dio cuenta le preguntó: -¿Cómo has podido comerte esta fruta tan nauseabunda? -He recibido muchas cosas buenas de ti, mi amo, ¿no debería admitir también lo amargo de tus manos? Esta respuesta impactó tanto a su amo que recompensó a Longman otorgándole la libertad, lo que le permitió dedicarse desde entonces a sus dotes literarias. Todas las cosas son enviadas por Dios para nuestro bien, incluso el amargo melón de la prueba; por tanto, como Job, aceptemos la adversidad con una fe paciente y un testimonio fiel. Anoche cuando dormía soñé -¡bendita ilusión!- que una colmena tenía dentro de mi corazón; y las doradas abejas iban fabricando en él con las amarguras viejas blanda cera y dulce miel. -ANTONIO MACHADO
El leñador intrépido Fue una hazaña maravillosa hasta para un leñador intrépido. Se consideró algo extraordinario. Este cuento es una adaptación del capítulo 2 de Pasión por las almas, de Oswald J. Smith. El autor quiso, a través de esta fantástica narración, confrontar al lector con lo fútil de los logros humanos al compararlos con un llamado de Dios que puede afectar eternamente a miles de vidas, conduciéndolas a la salvación. Para entender mejor la historia es bueno leer la nota al capítulo, del propio Oswald Smith: Sobre la costa occidental del Canadá existen bosques de pinos donde no es extraño ver que algunos superan los cien metros de altura. La tala de semejantes árboles requiere de leñadores especializados, quienes, antes de derribar por tierra a esos gigantes, trepan hasta lo alto del tronco para cortar, en primer lugar, la copa e instalar, luego, los aparejos con los que transportar el tronco cortado. Se suelen hacer concursos de destreza entre los leñadores, que en ocasiones han producido caídas fatales. El leñador intrépido Fue una hazaña maravillosa hasta para un leñador intrépido. Se consideró algo extraordinario. Los alegres hacheros de la Costa del Pacífico nunca olvidarán la emoción que sintieron mientras observaban al temerario y audaz muchacho balanceándose entre el cielo y la tierra. Se había elegido el árbol el día anterior. Un inmenso pino Douglas de unos cien metros de altura, con un diámetro de dos metros en su base, perfectamente derecho y pelado casi hasta la copa. No era un árbol fuera de lo común, por lo menos en la Columbia Británica, pero se trataba de uno especialmente seleccionado y muy apropiado para el concurso de leñadores. El joven hachero, de diecinueve años, rostro alegre y aire despreocupado, era el centro de toda la atención aquella tarde. Después de meses de entrenamiento especial había llegado a ser uno de los mejores leñadores de la costa. Saltando por el tronco del árbol, con los clavos largos de su calzado y una correa alrededor de la delgada cintura, trepó los quince primeros metros como una ardilla y se hallaba ya muy arriba antes de que los robustos compañeros, al pie del árbol, se dieran cuenta de que había desaparecido entre las ramas. Echando la soga alrededor de sí, hincó los clavos de los zapatos firmemente en la corteza del árbol. Con su cabeza hacia atrás, seguía ascendiendo exitosamente ayudado por el excelente estado atlético de su cuerpo. Arriba y siempre hacia arriba escalaba, a la par que la inmensa copa se mecía por sus movimientos. Muchos de los observadores, cansados de mirar a lo alto, se acostaron de espalda para verlo mejor. Se oían incesantes gritos de asombro y excitación, animando al joven. Con razón se esforzaba. Era su día y él había concursado, no tanto para vencer a los rivales, lo daba por hecho, sino para superarse a sí mismo. Por fin, se detuvo a una altura de sesenta metros. Suficiente. Ahora a trabajar. Sacó su hacha y empezó a cortar el árbol dando vuelta al tronco continuamente, sosteniéndose con su fuerte correa. Daba golpes firmes, haciendo caer una lluvia de astillas sobre las personas que desde abajo lo observaban. De dos cosas tenía que cuidarse, pues había un par de posibles accidentes que todo hachero ha de evitar: si erraba un golpe podría cortar la correa que lo soportaba y el resultado sería fatal (hacía una semana que se produjo un incidente así en la Isla de Vancouver y el cuerpo lleno de golpes y sin vida del descuidado Tim se recogió al pie del árbol); además, tenía que estar bien seguro de que cortaba perfectamente el tronco en su circunferencia, no fuera que, al romperse el árbol, se rasgara llevando consigo la correa que estaba alrededor del cuerpo del leñador (tal cosa ya había acontecido a otro leñador y aún estaba fresco el recuerdo de ese fatal suceso). Pero el joven se mantenía muy alerta y lo había practicado cientos de veces. Todo debía marchar bien. La copa del árbol, cortada correctamente, cayó a tierra con el estrépito de un trueno, obligando a los leñadores a saltar a un lado para evitar ser golpeados por ella. Fue entonces cuando el intrépido leñador se vio frente a su peligro real. El tronco oscilaba peligrosamente, con movimientos de cinco a siete metros debido a la vibración causada por la caída de la copa. De no estar prevenido se hubiese dejado llevar por el tronco y como resultado del golpe su rostro hubiera quedado desfigurado al chocar una y otra vez contra el árbol. Tan violento fue el rebote. Descendiendo unos cuatro metros, con el fin de evitar un posible resquebrajamiento, se afirmó de nuevo para esperar que el inmenso pino dejase de oscilar. Y ahora, de acuerdo con las leyes de los trepadores, le tocaba dedicarse a preparar el aparejo: llevar arriba la polea de doscientos kilos, con un aparejo que tendría que asegurar en la punta del árbol. Pero el valiente muchacho no efectuó el trabajo como mandaba la tradición hachera, en lugar de eso hizo algo que fue tema de conversación entre los leñadores por varios meses. Lo que vieron parecía una alucinación. Después de colocar el aparejo, era hora de bajar. Balanceándose entre el cielo y la tierra, erguido sobre el tronco de sesenta centímetros de diámetro, a sesenta metros de altura, como recortado contra el cielo azul, mantuvo el equilibrio. Todos detuvieron la respiración. Se produjo silencio entre los veteranos leñadores mientras miraban hacia arriba. Casi se podía oír el corazón de muchos hombres que latía al galope. De pronto, el joven hizo que todo quedase congelado en tierra; un escalofrío los dejó débiles y temblorosos, aunque a la vez hipnotizados, sin poder apartar los ojos de él. A un metro del lugar en que se hallaba el leñador, otro pino se movía por el viento. El muchacho alzó su hacha. ¿Qué iba a hacer? ¿Estaba enloqueciendo? Se soltó el arnés y lo sostuvo en la mano; cual acróbata que desafía a la muerte, saltó hacia el árbol vecino y asestó un golpe enérgico al tronco; aferrado a su hacha y pendiendo sobre el abismo, volvió a colocar el arnés en su nuevo pino y alrededor de su cintura; y, abrazado a la columna natural, descendió rápidamente sin ningún peligro. Los espectadores lanzaron un suspiro de asombro ante los movimientos veloces y temerarios del joven, pero acabaron con vítores, celebrando que cinco minutos más tarde el leñador había plantado los pies en tierra, feliz y victorioso. Sin lugar a duda, por tercera vez consecutiva, el prodigioso hachero ganó la competición. ************** Llegada la noche de aquel memorable día, el joven da vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño. Recuerdos de días pasados se le aparecen como incómodos fantasmas que no logra ahuyentar. El viejo hogar, su madre, la iglesia de su niñez y una multitud de imágenes y sensaciones sagradas visitan su confusa mente. Esto no conviene, susurra. ¿Qué es lo que me pasa? Apoyándose sobre el codo, pone atención para asegurarse de que todos, menos él, duermen. Luego, sigilosamente, baja de la cama, se viste y sin hacer ruido sale al aire libre. Es una noche de luna llena. Se ven en la distancia las largas y anchas sombras de los árboles gigantes y cada una de las casas de los leñadores. Nada rompe el silencio de la misteriosa madrugada. El bosque parece envuelto en un sueño eterno. Deslizándose entre los árboles se dirige al lugar donde pocas horas antes ha realizado su asombrosa hazaña pensando que el paseo le cansará y recobrará el sueño, o al menos le ayudará a olvidarse de los recuerdos que le afligen. Una hora más tarde regresa a su cabaña y se acuesta de nuevo. Pronto, se reconcilia con Morfeo, pero en cuanto se duerme extrañas visiones invaden su corazón. Sueña que está trepando al árbol del concurso lleno de entusiasmo, ansioso por llevar a cabo la arriesgada proeza. Sueña que empieza a cortar la copa con fervorosa energía. En pocos segundos ha completado el corte, pero el árbol se estremece y cuando la parte superior cae a tierra el tronco restante viene y va vertiginosamente. Siente el golpe del tótem en su rostro repetidas veces, como el puño de un boxeador sediento de victorias. El dolor es enloquecedor. Está seguro de que todos los huesos de la cara se han quebrado y la sangre le chorrea por el rostro... Se despierta bañado en sudor, con los nervios de punta y tiene que levantarse y respirar profundo durante varios minutos hasta que consigue tranquilizarse. Debe de ser ya mitad de la noche cuando exhausto se duerme. Vuelve a soñar que usa el hacha en un punto muy alto del árbol, sostenido únicamente por la correa. De pronto, yerra el golpe, corta la correa y en un abrir y cerrar de ojos se contempla a sí mismo cayendo al vacío y lanzando un terrible grito... Se despierta por segunda vez, encontrándose en el suelo, al lado de su cama. Tiene miedo de dormirse y sale de nuevo de la cabaña, solo que ahora camina sin rumbo entre los pinos titánicos. Una avalancha de recuerdos, aquellos que antes había tratado de sofocar, inundan su mente, poderosos; es imposible escapar... En su imaginación, viaja de regreso a la ciudad. Se reconoce asistiendo otra vez a una importante convención misionera, la que se había celebrado hacía un año. Está sentado en el auditorio rodeado de cientos de oyentes. Atraído por algún poder magnético del predicador, o empujado por una influencia extraña, de súbito se incorpora y acaba uniéndose a una larga fila de jóvenes que pasan adelante, hasta la plataforma, para responder al llamado de las misiones. Fue ese un momento emocionante. Aún podía revivir la exaltación de espíritu que había experimentado. Sí, tenía el firme propósito de ir como misionero donde Dios lo enviase. Pero al finalizar la conferencia este fuego se desvaneció, apagado por los afanes de la vida y, sobre todo, al volver a calcular el costo de su decisión fríamente. Poco a poco, la santa resolución se había debilitado y su entusiasmo se enfrió. Peligrosas atracciones mundanas se apoderaron de él y a las pocas semanas logró aho
La historia del clavo

La historia del clavo

2023-07-1704:46

La historia del clavo: Un sencillo cuento, muy revelador para entender lo que significa verdadera Libertad.
Audiocuento: La Derrota de Satanás Primer capítulo del libro Pasión por las almas de Oswald J. Smith. Escrito en 1950: Título original, The Passion for Souls, Oswald J. Smith, editado por Marshall, Morgan & Scott, Londres, 128 pp. LA DERROTA DE SATANÁS —Bien, ¿qué noticias hay? —preguntó Satanás, levantando la cabeza con una expresión de interrogación en su rostro. —Espléndidas, las mejores posibles —respondió el príncipe de los demonios de Alaska, quien acababa de entrar. —¿Ha oído ya alguno de los esquimales? —preguntó el jefe con ansias, fijando la vista en el ángel caído. —Ni uno —contestó el príncipe haciendo una reverencia—. ¡Ni uno solo! Yo me cuidé en ese sentido —continuó como si se gloriase de una reciente victoria. —¿Hubo algún intento? —preguntó su Señor en tono autoritario—. ¿Ha hecho alguien la tentativa de entrar? —Por cierto que sí, pero sus esfuerzos fueron frustrados antes de que pudieran aprender una palabra del idioma —respondió el príncipe con una nota de triunfo en su voz. —¿Cómo fue? Cuénteme todo —Satanás ya prestaba mucha atención. —Bien —comenzó el príncipe—. Me hallaba en mis dominios, habiendo llegado bien dentro del Círculo Ártico, con el propósito de visitar a una de las tribus más aisladas, cuando de repente me quedé asombrado al oír que se hallaban en camino hacia allí, desde el otro lado del mar, dos misioneros que ya habían desembarcado y que con sus trineos y perros se encontraban en el corazón de mi reino, Alaska, y se dirigían, hacía una numerosa tribu de esquimales, justamente dentro del Círculo Ártico. —¿Ah sí? ¿Y qué hizo? —interrumpió Satanás, impaciente por oír el final del relato. —Ante todo, llamé a las huestes de las tinieblas que obran bajo mis órdenes y tuve con ellas una reunión. Se hicieron muchas sugerencias, pero finalmente nos pusimos de acuerdo en que lo más fácil era hacerlos morir congelados. Sabiendo que aquel día partían hacia la distante tribu y que probablemente necesitarían todo un mes para cruzar las extensiones de los campos helados que los separaban de ella, enseguida empezamos las operaciones. Con corazones ardientes para anunciar su mensaje comenzaron ellos el viaje. Valientemente, aunque con mucha dificultad, siguieron el camino sobre el hielo. Pero después de haber marchado por una semana, repentinamente el trineo que llevaba la comida llegó a una capa delgada de hielo que se quebró bajo su peso y tanto el transporte como las provisiones se perdieron. Agobiados y cansados, los misioneros siguieron adelante con determinación, pero pronto se dieron cuenta de que se hallaban en una posición desesperada, a más de tres semanas del lugar que se proponían alcanzar. Desconocían por completo esas regiones y nada pudieron hacer para remediar su situación. Finalmente, cuando el alimento les faltó y ya estaban agotados físicamente, di órdenes y en corto tiempo se levantó un viento huracanado. La nieve caía como una ventisca que enceguecía y antes del alba, gracias al hecho de que usted, mis señor, es el Príncipe de las Potestades del Aire, ya habían sucumbido y muerto congelados. —¡Excelente! ¡Espléndido! Me ha rendido un buen servicio —aprobó el querubín caído con una expresión de satisfacción en su rostro que una vez fuera hermoso—. ¿Y qué tiene usted para informar? —continuó dirigiéndose al príncipe del Tíbet, que había escuchado la conversación con evidente satisfacción. —Yo también tengo algo que llenará de gozo a su majestad —contestó el aludido. —¿Se ha hecho también alguna tentativa de invadir su reino, mi príncipe? —preguntó Satanás con creciente interés. —Por cierto que sí —respondió el príncipe. —¿Cómo? Cuénteme todo —ordenó Satanás con viva curiosidad. —Me hallaba en cumplimiento de mis deberes en el corazón del Tíbet —explicó el príncipe—, cuando me llegaron algunas noticias sobre una agencia especialmente organizada para introducir el evangelio en mi Reino. Debe saber, mi Señor, que me puse alerta enseguida. Reuní a mis fuerzas con el fin de discutir la situación y pronto acordamos un plan que prometía éxito completo. Con admirable determinación, dos hombres de la Agencia Misionera viajaron a través de la China y se atrevieron a cruzar la frontera y a entrar en la Tierra Prohibida. Les permitimos seguir su viaje por unos tres días y luego, justamente cuando oscurecía, dos perros salvajes de aquellos que se hallan por todas partes de esas regiones los atacaron. Con tremenda desesperación se defendieron, pero finalmente uno fue vencido y muerto por los perros. El otro, protegido por fuerzas invisibles que no pudimos conquistar, pudo escapar. —¿Escaparse? —gritó Satanás, haciendo un horrible gesto—. ¿Escaparse? ¿Pudo llegar hasta ellos con el mensaje? —No, mi Señor —respondió el príncipe del Tíbet con una nota de certidumbre en su voz—. No tuvo oportunidad. Antes de que pudiera aprender una palabra del idioma, nuestras huestes arreglaron todo para que los nativos mismos lo asaltaran. Rápidamente fue enjuiciado y condenado. De veras, fue un espectáculo que hubiera llenado a su Majestad de gozo. Lo cosieron dentro de un cuero y lo colocaron al sol para que se asara. Durante tres días quedó así, fracturándose sus huesos paulatinamente, hasta que por fin acabó su vida. El recinto había ido llenándose rápidamente mientras hablaba el príncipe del Tíbet al terminar su informe, un gran grito de alegría estalló en la asamblea, mientras todos reverenciaban la majestuosa figura de Satanás, quien aún conservaba algo de su hermosura, a pesar de los estragos causados por el pecado. Pero un momento más tarde, los gritos cesaron, acallados por un gesto de la mano de Satanás. —¿Y qué tiene usted para informar? —preguntó dirigiéndose a otro ángel caído—. ¿Es usted aún amo de Afganistán, mi príncipe? —Le aseguro que sí, su Majestad —replicó el príncipe—. Aunque si no fuera por mis fieles seguidores, dudo que siguiera haciéndolo. ¿Ha habido un asalto contra sus dominios también? —exclamó Satanás con voz fuerte. —Sí, mi Señor —respondió el príncipe—, pero escuche y le diré todo. Pidiendo silencio con un gesto de la mano, comenzó: —Observábamos el progreso. Eran cuatro en total, todos celosos por proclamar a su Señor. Usted sabe, mi Señor, del aviso que espera al viajero en la frontera de mi reino. Dice así: “Se prohíbe terminantemente a toda persona cruzar esta frontera para entrar en territorio de Afganistán”. Bien, se arrodillaron allí y oraron. Pero a pesar de eso, nuestras valientes fuerzas prevalecieron. Aún a unos veinte metros del cartel, en un montón de rocas, se hallaba sentado un guarda afgano con un rifle en la mano. Después de haber orado, la pequeña compañía se atrevió a cruzar la frontera y entraron en la Tierra Prohibida. El guarda les permitió avanzar veinte pasos, luego, como un relámpago, tres tiros cortaron el aire y tres de la compañía cayeron al suelo, dos ya muertos y el otro herido. Su compañero arrastró al herido hasta la frontera, donde tras breve sufrimiento falleció, mientras el descorazonado huyó del país. Prolongadas vivas siguieron a esta narración y gran gozo llenó cada corazón, el de Satanás más que ninguno, porque ¿no era él aún dueño de las Tierras Cerradas y no había él triunfado en todo el campo? El Mensaje, gracias a sus innumerables hordas, aún no había penetrado allí ni se había oído todavía hablar del temible Nombre. —¿No quiere decirnos, oh Poderoso, por qué está tan ansioso por impedir que el mensaje llegue a estos nuestros imperios? ¿No sabe que los reinos del príncipe de la India y el príncipe de la China, y de su alteza real, el príncipe del África, han sido invadidos por fuertes contingentes y que muchas personas buscan a Cristo todos los días? —Ah, sí, bien lo sé. Pero escúchenme todos y les explicaré por qué estoy tan celoso por las Tierras Cerradas —contestó Satán, mientras los demás prestaban cuidadosa atención—. Hay varias profecías de las cuales quizá la mejor resumida es la que reza, “que será predicado este evangelio del Reino en todo el mundo para testimonio a todas las naciones y entonces vendrá el fin” [Mateo 24.14]. Está claro —continúa en voz baja—, que Dios está “visitando a los gentiles para tomar de ellos pueblo para su nombre” [Hechos 15.14]. Y después de eso, Él dijo que volvería. Por lo que la Gran Comisión implica que deberán hacerse discípulos de todas las naciones. ¡Pues bien! —exclamó indignado—, Jesucristo no podrá volver para reinar hasta que toda nación haya oído las Buenas Nuevas, porque así lo dice: “Vi una gran multitud, la cual nadie podía contar de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas” [Apocalipsis 7.9]. Por lo que no importa cuántos misioneros envíen a los países ya evangelizados, ni cuántos convertidos obtengan, mientras no se proclame el Evangelio en Alaska, el Tíbet, Afganistán y los demás dominios que tenemos, donde Cristo no ha sido proclamado, Él no podrá volver para reinar. —En ese caso —interrumpió el príncipe de Indochina Francesa—, si podemos impedir la entrada de los misioneros a las Tierras Cerradas, impediremos su venida para reinar sobre la tierra y de ese modo frustrar los propósitos del Altísimo. —¡Y así vamos a hacer! —exclamó el orgulloso príncipe de Camboya—. Hace pocos días —continuó—, un misionero escribió: “En este momento, no sabemos de un solo indochino que tenga conocimiento personal de Jesucristo, el Salvador”. ¡Confíe en nosotros, su Majestad, le aseguramos que nadie escapará! —¡Muy bien! —dijo Satanás—. ¡Seamos aún más vigilantes y frustremos toda tentativa que se haga para entrar en las Tierras Cerradas! Al darse cuenta de aquel gran plan, todos dieron voces de alegría y regresaron rápidamente a sus imperios, más resueltos que nunca a no dejar escapar ni una sola alma. Pasaron cincuenta años. Con gran intranquilidad, su Majestad satánica caminaba de un lado para otro. Señas de gran preocupación se dejaban ver en su rostro. Era evidente que algo fuera de lo común lo estaba perturbando. —¡No puede ser! —se reprochaba
Historia 'Dos modos de verlo': Eran los mismos hechos, pero con diferentes puntos de vista. Un famoso escritor estaba en su estudio, tomó lápiz y papel y comenzó a escribir: ✏️ El año pasado tuve una cirugía y me quitaron la vesícula biliar. Tuve que quedarme en cama por un largo tiempo. ✏️ El mismo año llegué a la edad de 60, tuve que renunciar a mi trabajo favorito. Permanecí 30 años de mi vida en esa editorial. ✏️ El mismo año experimenté el dolor por la muerte de mi padre. ✏️ Y mi hijo tuvo un accidente de automóvil y estuvo hospitalizado con el yeso durante varios días. La destrucción del coche fue otra pérdida. Al final escribió: "- Ha sido el peor año de mi vida -" Cuando la esposa del escritor entró en la habitación, lo encontró triste en sus pensamientos y pudo leer lo que estaba escrito en el papel. Salió de la habitación en silencio y volvió con otro papel. Lo colocó al lado de su marido. Cuando el escritor vió el papel, se encontró con esto escrito en él: ✅El año pasado finalmente me deshice de mi vesícula biliar, después de pasar años con el dolor. ✅Cumplí 60 años con buena salud y me retiré de mi trabajo. Ahora puedo utilizar mi tiempo para escribir con mayor paz y tranquilidad. ✅El mismo año, mi padre, a la edad de 95 años, sin depender de nadie y sin ninguna condición crítica, conoció a su Creador. ✅El mismo año, Dios bendijo a mi hijo con una nueva oportunidad de vida. Mi coche fue destruido, pero mi hijo se mantuvo con vida sin ninguna discapacidad. Al final, ella escribió: *"Este año fue una inmensa bendición de Dios!"* Eran los mismos hechos, pero con diferentes puntos de vista.
Todo huele a podrido Hace algún tiempo leía una historia que ilustra muy bien las palabras del Señor Jesús. La lámpara del cuerpo es el ojo; cuando tu ojo es bueno, también todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando tu ojo es maligno, también tu cuerpo está en tinieblas. LUCAS 11:34 El abuelo se había quedado profundamente dormido en su mecedora. Los nietos niños "terri-bles". -, tuvieron una mala idea: tomaron un trozo de queso (que con el tiempo se había corrompido) y untaron con cuidado los grandes bigotes del abuelo. Cuando éste despertó; aspiró el aire por la nariz y exclamó: "¡Qué mal huele esta habitación!". Se fue a la cocina, pero encontró que también la cocina olía mal; la misma sensación le produjo al entrar en su despacho. Salió a la calle y encontró a un vecino: "¿También tú hueles a queso podrido? -le espetó brusca- mente- - No sé qué pasa hoy, que todo el mundo huele a queso podrido" Querido hermano, ¿te sientes tentado a criticar y a ver las faltas de los demás? Examínate a ti mismo; limpia tu nariz primero y verás como no todo huele mal.
¿De qué clase somos? Cierto predicador ha comparado el modo como los cristianos sirven a su iglesia, a tres clases de barcos: De remo, de vela y de vapor. Hay cristianos, dice, que desean hacer cosas en la iglesia, pero... despacio. Otros según el viento de sus propios pensamientos, de donde sopla. Los terceros, obedientes al Espíritu Santo, tan pronto como el Señor les da la orden de zarpar. ¿De qué clase somos nosotros, amigos?
Con cánticos de alegría salieron los canteros una mañana para empezar sus trabajos en la cantera cerca de Bristol, población importante en el Oeste de Inglaterra. Era el 31 de marzo de 1868. Aquí, unos están barriendo la dura roca caliza con barras de acero. Allí otros están midiendo con sumo cuidado los granos de la pólvora para las cargas; más allá un grupo considerable se ocupa de remover los escombros y la tierra del escenario de operaciones de ayer. Pasa debajo de la cantera la línea de ferrocarriles entre Londres y Bristol y de vez en cuando corre un tren por el pedazo de línea descubierta entre dos túneles. Ya están listos varios mineros y se encienden varias mechas al mismo tiempo, se apresuran los hombres y muchachos a buscar los rincones y lugares libres de peligro, y pronto tres o cuatro detonaciones fuertísimas proclaman que las minas han producido su efecto esperado. Entre la compañía había un obrero llamado Juan Chiddy. Su oficio era quitar la piedra desalojada por la voladura, y llevarla donde estaban los vagones del ferrocarril. Al hacer esto se removió una gran masa de roca que empezó a rodar y no paró hasta que llegó a la vía férrea y quedó precisamente sobre los raíles mismos. Detúvose de terror el corazón de Juan, al ver que estaba interceptada la línea, y si no se quitaba aquella roca serían sacrificadas centenares de vidas. Se descolgó rápidamente por la pendiente abajo con su palanca de mano, pero en aquel mismo momento pudo apreciarse el silbido de un Tren que estaba en uno de los túneles. Tal vez sería ya tarde, porque era el expresó de Londres y tardaría sólo algunos segundos en atravesar el túnel. Tuvo Juan que tomar una decisión y esto con gran prisa. Hubo de decidirse por dejar estrellar el tren con toda su carga de seres humanos, o arrojarse a una muerte segura procurando quitar la roca de la vía. ¿Cuál iba a ser su decisión? Con sumo cuidado observó el maquinista del expreso los signos, según volaba su tren. Ya se acerca a Bristol y al fin del viaje. Todo estaba expedito al entrar en el túnel, y el tren penetró haciendo retumbar las paredes de su estrecha prisión; ahora empieza a esclarecer y la luz del final del túnel empieza a ser vista por el maquinista, cada vez más clara; más allá se ven líneas de los raíles, que se acercan en su perspectiva y sobre la vía en la cual está volando el expreso, al salir del túnel, el maquinista ve horrorizado el gran trozo de roca en medio de la vía que impide su paso. Es imposible detener el tren; ya no hay más que algunos centenares de metros de distancia. Pero todavía más horrorizado ve el maquinista que está penando un hombre para desviar la roca. Ya no queda tiempo. Con una mirada atónita contempla la escena y cierra los ojos agarrado a su máquina esperando el choque. Prosigue el tren su vertiginosa marcha y no hay choque. Llega a la estación y pronto saben los pasajeros cuán inminente ha sido su peligro. Se les cuenta que han estado a dos Pasos de la muerte; que la línea había sido interceptada por una masa de roca, y que un cantero la había arrojado de la vía un segundo antes del paso del tren; pero que había puesto su vida en lugar de la de los pasajeros, y que en la vía habían quedado los magullados restos de su salvador. Cristo Jesús también puso su vida para que nosotros, los pecadores pudiéramos ser salvos de una catástrofe segura.
A todos, de tanto en tanto, nos apetece escuchar una buena historia. Y si esa historia muestra el poder de Dios, tiene un final feliz y (lo mejor de todo) está basada en hechos reales, el placer y la edificación se multiplican. Espero que en estas dos historias encontremos esos ingredientes.
Juan Antonio Cavestany: En el circo romano. TEMA: PERSECUCIÓN, MÁRTIRES, AMOR CRISTIANO Marciano, mal cerradas la heridas que recibió ayer mismo en el tormento, presentóse en la arena sostenido por dos esclavos; vacilante y trémulo. Causó impresión profunda su presencia. “¡Muera el cristiano, el incendiario, el pérfido!” gritó la multitud con un rugido por lo terrible, semejante al trueno. Como si aquel insulto hubiera dado vida de pronto y fuerza al enfermo, Marciano al escucharlo, irguióse altivo, desprendióse del brazo de los siervos, alzó la frente, contempló a la turba y con raro vigor, firme y sereno cruzando solo la sangrienta arena, llegó al pie mismo del estrado regio. Puede decirse que el valor de un hombre a más de ochenta mil impuso miedo, porque la turba al avanzar Marciano como asustada de él guardo silencio; llegando a todas partes sus palabras que resonaron en el circo entero: -César -le dijo- miente quien afirme que a Roma he sido yo quien prendió fuego. Si eso me hace morir, muero inocente y lo juro ante Dios que me está oyendo. Pero, si mi delito es ser cristiano, haces bien en matarme, porque es cierto, creo en Jesús y practico su doctrina y la prueba mejor de que en Él creo, es que en lugar de odiarte ¡te perdono! y al morir por mi fe, muero contento. No dijo más, tranquilo y reposado acabó su discurso, al mismo tiempo que un enorme león saltaba al circo la rizada melena sacudiendo. Avanzaron los dos, uno hacia el otro, él los brazos cruzados sobre el pecho, la fiera, echando fuego por los ojos, y la ancha boca, con delicia abriendo. Llegaron a encontrarse frente a frente, se miraron los dos, y hubo un momento en que el león, turbado parecía, cual si en presencia de un hombre tan sereno, rubor sintiera el indomable bruto, de atacarlo, mirándolo indefenso. Duró la escena muda, largo rato pero al cabo, del hijo del desierto la fiereza venció, lanzó un rugido, se arrastró lentamente por el suelo y de un salto cayó sobre su víctima. En estruendoso aplauso rompió el pueblo. Brilló la sangre, se empapó la arena y aún de la lucha en el furor tremendo, Marciano con un grito de agonía -Te perdono, Nerón -dijo de nuevo. Aquel grito fue el último; la zarpa del feroz animal cortó el aliento y allí acabó la lucha. Al poco rato ya no quedaba más de todo aquello que unos ropajes rotos y esparcidos sobre un cuerpo también roto y deshecho, una fiera bebiendo sangre humana y una plebe frenética aplaudiendo.
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