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Ciencia y Saber
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Author: Abbcast
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Descubre un mundo de curiosidades gracias a Ciencia y Saber. Ciencia, Historia, Arqueología, Inventos y descubrimientos... Todas las mañanas de Lunes a Viernes un nuevo episodio en formato rápido, no más de 6 o 7 minutos.
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El usuario únicamente tiene derecho a un uso privado de los mismos, sin ánimo de lucro, y necesita autorización expresa para modificarlos, reproducirlos, explotarlos, distribuirlos o ejercer cualquier derecho perteneciente a su titular.
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A mediados de esta década, diferentes auditorías internacionales, junto con paneles científicos vinculados al estudio del cambio climático, han empezado a dibujar un escenario que hace apenas unos años habría parecido exagerado o incluso alarmista: si queremos cumplir los objetivos climáticos globales y evitar que el calentamiento del planeta supere los límites irreversibles, la humanidad tendrá que transformar su dieta de manera profunda antes de 2050. No se trata de una moda, ni de un giro ideológico, ni de un simple consejo de salud pública: es una conclusión científica derivada de observar cómo producimos, distribuimos y consumimos alimentos, y qué efectos tiene este proceso sobre la atmósfera, el agua, los bosques y la biodiversidad.
Cada incendio forestal deja tras de sí una huella negra visible en los montes, pero existe otra cicatriz silenciosa que amenaza directamente a nuestra salud: la contaminación del agua potable tras las primeras lluvias. Cuando el fuego se extingue y el cielo por fin se abre, la lluvia arrastra cenizas, metales pesados y compuestos tóxicos hacia ríos y embalses, creando una segunda ola de peligro que pasa desapercibida para la mayoría. La ciencia lo tiene claro: los incendios no terminan cuando se apagan las llamas, sino cuando las cuencas hidrográficas logran recuperarse… algo que puede llevar años.
Cuando los radiotelescopios de nueva generación comenzaron a detectar pulsos de radio que provenían de zonas completamente vacías del cosmos —regiones donde no hay galaxias, estrellas, nebulosas ni ningún tipo de estructura visible— los astrónomos asumieron que debía tratarse de un error. Pero los pulsos persistieron. Fueron verificados por múltiples observatorios, en distintos continentes, usando equipos diferentes y calibraciones independientes.
Lo que inicialmente parecía ruido terminó convirtiéndose en una de las anomalías más intrigantes de la astrofísica moderna.
Patrocinado por la ficción sonora "El Partido del Poder con Hugo Silva" escúchalo aquí o en cualquier plataforma de podcast: https://open.spotify.com/show/48aPNRrCigOrCBplv6tR6T
Cuando pensamos en huelgas laborales, solemos proyectar imágenes del mundo moderno: chimeneas industriales humeantes, sindicatos enfrentándose a grandes compañías o multitudes marchando por avenidas urbanas. Pero la primera huelga documentada en la historia de la humanidad no ocurrió en la Revolución Industrial. Ni siquiera en la Edad Media. Tuvo lugar hace más de tres milenios, en un escenario sorprendente: el Antiguo Egipto, bajo el reinado de Ramsés III.
La historia está repleta de emperadores célebres, nombres que resuenan como pilares inamovibles del mundo romano: Augusto, Trajano, Marco Aurelio… Pero entre esas figuras colosales se esconde un hombre que, a pesar de haber salvado al Imperio de una muerte casi asegurada, ha quedado sorprendentemente relegado a un segundo plano. Ese hombre es Lucio Domicio Aureliano, o simplemente Aureliano, uno de los líderes militares más contundentes y eficaces que gobernaron Roma. Paradójicamente, cuanto más crucial fue su papel político y militar, más misteriosa resulta su desaparición. Su cadáver jamás fue encontrado, su final está envuelto en intrigas y la historia de su muerte parece escrita por un guionista obsesionado con la ironía trágica.
El cuerpo humano está lleno de mensajes ocultos: arrugas que cuentan historias, cicatrices que recuerdan batallas… y canas. Hasta ahora, el cabello blanco era sinónimo de edad, estrés o desgaste. Sin embargo, un estudio pionero de la Universidad de Tokio, publicado en Nature Cell Biology, sugiere algo mucho más profundo: en muchos casos, las canas podrían ser el rastro visible de una defensa natural contra el cáncer.
La idea de que la madurez cerebral llega a los 18 —o incluso a los 25— acaba de recibir una sacudida científica. Un estudio pionero de la Universidad de Cambridge, publicado en Nature Communications, ha analizado más de 4.000 escáneres cerebrales de personas de entre 18 y 90 años y ha llegado a una conclusión sorprendente: la adolescencia del cerebro no termina hasta alrededor de los 32 años, mucho más tarde de lo que la mayoría imaginaba.
En los últimos días, una noticia del diario Clarín se viralizó con fuerza: un estudio reciente habría demostrado que la tinta de los tatuajes puede causar un daño relevante en el sistema inmunitario y, potencialmente, alterar la eficacia de ciertas vacunas. Para millones de personas tatuadas en todo el mundo, la pregunta es inmediata: ¿qué significa esto realmente? ¿Es un riesgo serio o un hallazgo preliminar? ¿Y cómo funciona este fenómeno dentro del cuerpo?
La naturaleza es la mejor ingeniera que existe. Durante millones de años ha perfeccionado estructuras, materiales y mecanismos que hoy, gracias a la biotecnología, empezamos no solo a comprender, sino también a replicar con precisión sorprendente. Entre todos los milagros biológicos que el mundo natural ha creado, uno destaca por reunir propiedades prácticamente imposibles en cualquier material sintético conocido: la seda de araña.
Durante décadas, hemos escuchado un mensaje sencillo, casi poético: “Un yogur al día te hará vivir más”. Suena a consejo de abuela, a refrán antiguo, a esa sabiduría popular que atraviesa generaciones sin perder fuerza. Pero, ¿de dónde surge realmente esta idea? ¿Es un mito amable que se repite por inercia o tiene alguna base en la ciencia moderna? ¿Es posible que un alimento tan humilde haya adquirido fama de elixir de longevidad?
Es uno de esos cambios del envejecimiento que todos hemos visto en padres, abuelos o incluso en nosotros mismos: la pérdida progresiva de altura. Ocurre despacio, casi en silencio, y muchas veces no somos conscientes hasta que alguien nos dice que “estamos un poco más bajitos” o hasta que lo vemos reflejado en una fotografía de hace años.
En los últimos años, el mundo de la obesidad, la nutrición y la medicina metabólica ha entrado en una fase revolucionaria gracias a una nueva generación de fármacos adelgazantes que actúan directamente sobre el cerebro. Ya no se trata solo de reducir el apetito o acelerar el metabolismo: estos medicamentos, como los agonistas de GLP-1 y sus nuevas versiones combinadas, modifican la percepción del placer asociado a la comida.
Durante la mayor parte de la historia humana, formar pareja no fue una elección romántica ni un ideal cultural, sino una necesidad económica, social y biológica profundamente arraigada. Antes de que existieran anticonceptivos modernos y fiables, la maternidad llegaba sin posibilidad real de planificación, y criar a un hijo sin el apoyo de un compañero era prácticamente imposible para la mayoría de mujeres. El matrimonio —o al menos la pareja estable— funcionaba como unidad económica básica, como red de apoyo para la supervivencia y como estructura sobre la que se organizaba la vida cotidiana.
Durante gran parte del siglo XX, el envejecimiento parecía una especie de fuerza misteriosa e inevitable. Pero en las últimas dos décadas, la biología molecular ha desmantelado ese halo de misterio y nos ha mostrado que envejecer es un proceso multifactorial, identificable y, en gran parte, manipulable.
En los últimos veinte años, la hipertensión infantil —una condición históricamente asociada a adultos de mediana edad— ha experimentado un aumento alarmante. Un estudio global publicado recientemente revela que la tasa de niños y adolescentes con hipertensión casi se ha duplicado, alcanzando cifras que los expertos consideran una señal de alerta inequívoca. Esta tendencia, que afecta a países de todos los continentes, plantea un problema de salud pública de magnitud creciente: ¿por qué los menores están desarrollando una condición que antes solo aparecía tras décadas de malos hábitos y envejecimiento?
En los últimos meses, una noticia tecnológica ha empezado a circular con cada vez más fuerza entre ingenieros, expertos en eficiencia energética y amantes de la cocina: el lanzamiento del primer horno doméstico que no necesita precalentamiento, gracias a un tubo de calefacción basado en grafeno.
La fuerza humana ha fascinado a nuestra especie desde que empezamos a contar historias. Los héroes mitológicos, desde Heracles hasta los gigantes nórdicos, ya reflejaban un deseo muy antiguo: entender hasta dónde puede llegar el cuerpo humano cuando se exprime al máximo. Aquellas narraciones no solo servían como fantasía, sino como metáforas de algo profundamente humano: la búsqueda constante de superación.
Hoy, miles de años después, seguimos sin tener una respuesta definitiva. ¿Hay un límite biológico infranqueable? ¿Podemos seguir aumentando la fuerza humana indefinidamente con entrenamiento, nutrición y tecnología? ¿O existe un punto en el que el cuerpo simplemente dice “hasta aquí”?
El trabajo, desarrollado por investigadores de la Universidad de Aarhus (Dinamarca) y la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), se ha publicado recientemente en la revista Journal of Archaeological Science. Bajo el nombre de Digital Atlas of the Roman Empire (DARE), el proyecto reúne datos de miles de excavaciones, mapas antiguos, textos clásicos y estudios topográficos, con el objetivo de ofrecer una representación interactiva y precisa de la infraestructura viaria romana, capaz de mostrar cómo se movía, comerciaba y comunicaba una de las civilizaciones más influyentes de la historia.
A más de 600 metros bajo la superficie del océano, donde la luz del sol nunca llega y la presión es suficiente para aplastar un submarino, los científicos han encontrado una nueva especie de tiburón que parece salida de una película de ciencia ficción. Es el tiburón linterna australiano, el primer ejemplar de su tipo descubierto en esas aguas, y un fascinante ejemplo de cómo la vida se abre paso incluso en los rincones más oscuros del planeta.
Durante años, la melatonina ha sido vista como un remedio natural, seguro y casi milagroso para combatir el insomnio. Se vende sin receta en la mayoría de países, se promociona como suplemento alimenticio y millones de personas —incluidos niños— la toman a diario para conciliar el sueño o recuperarse del jet lag. Pero un nuevo estudio presentado en las jornadas de la Asociación Americana del Corazón ha encendido todas las alarmas: el uso continuado de melatonina podría estar relacionado con un riesgo significativamente mayor de padecer insuficiencia cardíaca.
























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