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Creciendo con Mike.
Creciendo con Mike.
Author: mikeherrera
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© 2025 mikeherrera
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A medida que maduramos, nos hacen pensar que la vida se hará sencilla, pero lamento informarte que esto no siempre es así; y cuando las cosas no resultan como nos prometieron, ¿quién nos da un consejo? Bueno, no es que necesitemos consejos, pero platicar con personas que han o están pasando por lo mismo que tú a veces ayuda, ¡o al menos a mí me ayuda!
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Hacernos responsables de nuestras acciones es un tema recurrente en el crecimiento personal. A pesar de ello, son pocas las veces en las que realmente le hacemos frente a las consecuencias de nuestros actos.
Debemos comprender que nuestras acciones no pasan desapercibidas, y que tarde o temprano tendremos que hacer frente a los demonios que, voluntariamente, desatamos.
Tengo nulas intenciones de echarles un sermón sobre cómo llevar su vida, lo único que intento es hacerlos reflexionar sobre el hecho de que cada acto tiene consecuencias y que tendrán que afrontarlas y sobrellevarlas quieran o no. ¿Para qué nos hacemos? ¡Aquí el único que "sufre" por lo que hace o deja de hacer es uno mismo!
Caminar a ciegas es uno de mis grandes temores. Me hace sentir vulnerable, desprotegido. Todo cambió cuando me di cuenta de que la incertidumbre es una constante que, de ser aprovechada, puede traernos grandes ventajas. ¡Claro puede que las cosas estén mal, pero puede que cambien para mejorar! Es como un juego de sillas en el que, a veces, te toca sentado y, otras... ¡más suerte para la próxima!
¡Acompáñame en este episodio en el que pondremos muchos puntos sobre las íes, Mae!
Como es de esperarse, todos están haciendo el recuento de lo sucedido en 2019 y de lo que desean para 2020, así que Val y yo no nos podíamos quedar atrás y decidimos lanzar este episodio en el que te compartimos nuestro sentir respecto a las fiestas.
Sociedad, amigos, familia e individuo son los aspectos que abordamos (y lo hacemos entre carcajadas y buenos recuerdos). Espero te identifiques con nuestra reflexión y, si no, pues de menos pasas un agradable momento.
¡Feliz Navidad y prospero Año Nuevo, Mae!
¿A dónde voy?, ¿qué quiero?, ¿¡por qué elegí esto!? (y demás preguntas existenciales que no nos dejan vivir o respirar).
La insatisfacción que sientes a pesar de los -muchos- logros que has tenido es más común de lo que crees. No permitas que momentos de desconcierto marquen el rumbo de tu vida. Eres una persona valiosa que ha superado muchos retos para poder llegar hasta aquí. ¡Reconócete y continua avanzando, Mae!
Cuando aquella amable señora me dio el consejo "¡gócese, mijo!" me sentí un tanto incómodo y algo confundido. Después comprendí que se refería a "disfrutar cada día, cada momento". Es por ello que quiero compartirte este consejo: para que la vida no nos pase en blanco.
Aprendamos a vivir con lo que nos tocó y busquemos mejorar a cada paso. La vida es nuestra y, sin importar qué tan gris se vea el panorama, es decisión propia ver el vaso medio lleno o medio vacío. ¡Elige, Mae!
¿Qué es “el corazón roto”? Es cuando sientes que la vida se va a cachitos y que los suspiros no te alcanzan para retenerla. Es no tener fuerza para moverte ni ganas de hacerlo. Es esto que siento y que alguna vez tu también sentiste. Es saber que, lo quieras o no, el tiempo lo curará y volverás a amar con la misma intensidad.
Si los consejos son ciertos y “pronto pasará”, ¿por qué es importante hablar de esto? Pues porque puedes aprovechar el duelo para sanar y, con algo de esfuerzo, para romper el patrón que minó tu relación. Sé que suena a “echarle limón a la herida”, pero es necesario si lo que quieres es arrancarlo de raíz y no solo maquillarlo.
Nos encontramos en la recta final del viaje. Tengo hambre, cansancio e insolación. Hemos caminado alrededor de 20 kilómetros por día. No he tenido contacto con mi familia y amigos debido a los problemas de conectividad y, aún así, ¡no tengo ganas de regresar!
Como saben, de pequeño soñaba con ser arqueólogo. Fue en aquel entonces cuando aprendí sobre los Guerreros de Terracota. Descubiertos en 1974 en lo que ahora es el Mausoleo del primer emperador de China, Qin Shi Huang, estas 8,000 figuras fueron mi principal motivación para visitar Xi´an. Haberlos visto tan perfectos como cuando los modelaron me hizo reflexionar sobre las capacidades del ser humano y, particularmente, sobre la trascendencia de nuestras acciones.
Nos faltaron días para disfrutar de Xi´an, pero era momento de conocer Pekín, la capital del país. Ni mal habíamos llegando cuando el destino nos dirigió hacia la Plaza de Tiananmén. No estaba preparado para lo que vería o cómo me sentiría: observado, indefenso, desconcertado y un poco angustiado. ¿¡Esto es China!?
“No sé si podré perdonarle”, me dijo viendo fijamente el plato de fruta que acababan de servirle, “lo que me hizo es algo que no podré olvidar”. El silencio reinaba. Su voz cansada continuó: ya sé, si alguien me pidiera este consejo le diría que se fuera. Fue entonces cuando –muchos años antes y sin saberlo– apliqué el “y si te quedas, ¿qué?”
En diferentes etapas he optado por hacerme esta pregunta al momento de tomar una decisión trascendental. Tal vez no como tal, pero sí sabiendo que el objetivo es vislumbrar qué pasara si decido retirarme o continuar en un proyecto o relación. No siempre resulta exactamente como me lo planteé, pero darme una idea sirve para reflexionar cómo me haría sentir estar en determinada situación.
Desde que mi hermana cursó un semestre en Shanghái, esta ciudad se posicionó en mi bucket list. Leer sus aventuras, sorprenderme con lo que comía, imaginar las calles por las que enfiestaba hizo que me enamorara de un lugar distante, pero familiar a la vez.
Nueve años después, logré aventurarme a China continental. Debo confesar que estaba nervioso por todos los comentarios que había recibido, aunque, de ellos, solo the Great Firewall me afectó en verdad. Tener acceso limitado a Internet en un país en donde los gadgets se han convertido en extensiones del ser es frustrante, especialmente cuando necesitas comunicarte y no cuentas con un traductor eficiente que te saque del apuro. ¡Aún así, Shanghái valió la pena!
Soledad es eso que todos sentimos cuando los seres queridos se van. Alguna vez, de regreso a la CDMX, escribí que el hueco que deja es tan grande que solo se puede llenar con pequeños –y cortos– suspiros. A veces provoca tristeza y otras tan solo añoranza. Con todo, se ha convertido en mi aliada.
Descubrir qué hacer con el tiempo cuando todos se han ido fue un reto al principio. Ahora me faltan horas para realizar aquellas actividades que me son de utilidad. Aprender que la soledad no es mi enemiga me hizo impulsarme hacia un nuevo lugar, uno en donde mi mejor compañero soy yo mismo y en el que he aprendido a disfrutar a los demás, sin sentirme culpable cuando se van.
Como pudieron escuchar, Hong Kong no estaba en mis planes. Originalmente iría a Singapur y de ahí brincaría a China continental, pero al final hubo un cambio de itinerario y el resto es historia.
Hong Kong fue el inicio ideal en mi ilusión por comprender la historia de una cultura milenaria. Desde que aterrizamos, los contrastes de esta ciudad me cautivaron, alimentando mi inquietud por conocer más sobre sus raíces y tradiciones. Al final, lo único que me deslumbró más que su historia fueron sus luces.
Ya fuera en Victoria Peak, Disneyland o el Gran Buda, cada esquina de Hong Kong es impresionante y asombrosa. La seguridad se respira y la capacidad económica no intenta esconderse. Las personas son amables y educadas, demostrándose consideradas hacia el turista y dejando en claro que la hospitalidad es parte de la cultura.
Quiero empezar por decir que no recuerdo cuántas veces he respondido “¡no agradezcas, no es nada!”. Sin darme cuenta llevo toda la vida minimizando las acciones que, con esfuerzo, realizo. ¿Saben qué? ¡Se acabó!
Durante mucho tiempo pensé que ser humilde era la forma en que combatía la soberbia. No sé por qué tenía la idea de que aceptar tus habilidades era algo incorrecto y de mala educación. Al parecer pensaba que mientras más minimizara mis proezas “mejor persona sería”. ¡Por Dios, por qué nadie me dijo nada!
Hace no mucho me pidieron hablar sobre mis chocoaventuras en el extranjero. Haciendo memoria, me doy cuenta de que los retos a los que un viajero se enfrenta son muchos y pocas veces terminan sin estrés. Igual recordar es volver a vivir y no me arrepiento de uno solo de los retos que tuve que sortear en búsqueda de mi viaje ideal.
Debo admitir que muchos de los retos que he superado han requerido tanto de mi habilidad para trabajar bajo presión como del apoyo de amigos que, desinteresadamente, se han preocupado por que mi aventura sea lo menos caótica posible. Sin ellos trasladarme por Copenhague, localizar a un embaucador o negociar con empresas trasnacionales no hubiera sido posible. ¡Muchas gracias, amigos!
Lo interesante es que no importa cuántos viajes haga, siempre surge algo nuevo que pone a prueba mis capacidades. De hecho, las personas que me rodean tienen la teoría de que cada que voy a vacacionar algo dramático sucede. Me niego a creer que tienen razón, pero después de tantas peripecias comienzo a pensar que tal vez vean algo que yo no. En todo caso igual disfruto mucho el proceso, ¡así que no pasa nada!
Hogar no es en donde resides, sino en donde está tu corazón. Suena cursi y empalagoso, pero es real.
En mi caso, hecho raíces con facilidad, pero mi hogar es en donde están mis mejores amigos, mi familia y mis recuerdos. Es por eso que, sin importar el hemisferio en el que me encuentre, la brújula siempre señala el camino hacia donde está mi corazón.
Con esto no quiero decir que vivo añorando regresar a casa, sino que puedo estar en cualquier parte del mundo porque sé cuál es mi lugar, porque sé que hay personas esperándome, apoyándome, amándome. En dónde esté físicamente no importa, ¡lo que el hogar me brinda rompe y cruza cualquier frontera!
Por eso, si tu, mi querido Mae, al igual que yo te encuentras lejos de casa, recuerda que no se trata de un lugar físico, sino de tus seres queridos, aquellos cuyo amor incondicional te acompaña en triunfos y momentos de soledad, quienes te dan fuerza para seguir adelante e inspiran para no tirar la toalla en la búsqueda de alcanzar tus sueños.
No siempre tuve tanta seguridad en mí mismo. De hecho, podría decir que la mayor parte de mi vida la pasé siendo tímido, preocupón y ansioso; o, como diría mi mejor amiga, “tullido”. Luego algo cambió. Puede haber sido que maduré o que me empezaron a valer queso mis defectos. Sea cual sea la respuesta, me ha sentado tan bien que no me lo cuestiono.
A manera de anécdota, quiero compartirles que la pasé mal, pero muy mal. Ahora que lo veo, me gustaría regresar en el tiempo para decirme “bájale a tu drama, animal”. Nadie me obligaba a tomarme todo tan a pecho. Incluso algunas eran cuestiones tan irrelevantes que ni si quiera sé por qué les presté atención. Era inmaduro.
Eso de amar a quien la gente considera que no debes es un pedo. La verdad es que aún no me acostumbro a las miradas extrañas al saludar efusivamente a quienes amo. A pesar de que cada vez es más frecuente que piense “¿y a ti qué fregados te importa?”, no puedo evitar sentirme extraño ante el juicio de estos… babosos.
Ahora, ¿cuál es la afición con querernos encasillar? Uno no puede solo estar en una relación –la que sea, con quien sea– sin que alguien meta su cuchara y quiera hacerte formalizar. Y la “formalizada” no es el problema, porque entiendo que hay para quien es importante, sino el hecho de que exista la necesidad de etiquetar tu vínculo con las personas.
Conozco tantos casos en los que el amor no es como se estereotipa y las personas están verdaderamente plenas. No comprendo por qué debemos definirnos a través de títulos que delimitan nuestras acciones y sentimientos. Seamos honestos, ¡si quieres estar con alguien (o ponerle el cuerno) el papel es lo de menos!
Hace tiempo que hice las paces con la tristeza. No es que constantemente esté conmigo, pero las veces que decidía pasar a visitarme me afectaba enormemente. Después de un par de episodios desafortunados, opté por dialogar con ella y acordar permitirle sacar lo mejor de mí en cada ocasión.
Y es que debemos aceptar que la tristeza –y sus amigas– aparecen en los lugares menos esperados. Pocas veces preveo que determinadas situaciones me llevarán a sentirme decaído, lo que genera que momentos que podrían ser alegres se conviertan en experiencias dolorosas que me dejarán un agridulce sabor de boca. Como no me gusta ese sentimiento, prefiero hacerlo lo más llevadero.
Así, de la tristeza he obtenido aprendizaje, crecimiento, amor propio y agradecimiento por las bendiciones que se me dan. Poco a poco he aprendido a recibir con humildad las circunstancias que me enfrentan a dolor o frustración, siempre teniendo en cuenta que son pasajeras y que debo de empeñarme en aprender lo más posible para evitar repetir semejantes experiencias; y no es que me guste sufrir, pero si igual he de vivirlo, prefiero dotarlo de sentido.
Diferenciar entre estar triste y sentirme culpable es algo que aún me cuesta trabajo. Para ser sincero, creo que ni siquiera conozco los nombres de todas las emociones, por lo general repito la misa una y otra vez; variando de vez en cuando con aquella que suena cercana a describir lo que experimento. Como imaginarán, platicar con Lizbeth Velázquez me ayudó a comprenderme mucho más de lo que llegué a imaginar.
Después de intercambiar ideas sobre las emociones primaras, secundarias y los sentimientos que generan, llegamos a un tema que me impactó: aprender a diferenciar entre los sentimientos ajenos y los propios. Cuando nos preguntó “¿él te engañó o él engaña?” fue como si se develara un mundo lleno de posibilidades. ¡Puede ser que mucha de la culpabilidad y vergüenza que he sentido durante años ni siquiera me correspondan! En fin, es mucho para procesar y hay otros puntos que me parece importante resaltar.
Con frecuencia me encuentro en encrucijadas ocasionadas por la desesperación de no saber qué camino elegir. Pocas veces mi imaginación se controla y se comporta de manera centrada y realista. Al parecer, lo mío es permitir que mi cabeza cree escenarios sobre un caso determinado para, a partir de ahí, torturarme con los resultados desagradables que puede tener dicha situación. Después, nada de lo predicho sucede y me de doy cuenta de solo fue una pérdida de tiempo.
Sin importar cuánto deseé una situación, al final los resultados son completamente inesperados. Al paso del tiempo, me doy cuenta de que el Universo tiene planes para mí, mismos que se me mantienen ocultos y pocas veces anticipo. Como dicen en mi pueblo “nunca sabes por dónde va a saltar la liebre”, así que he dejado de intentar predecir el futuro para comenzar a fluir acorde a la misión que desde antes de nacer había elegido.
El miedo al ridículo siempre me ha perseguido. No hay nada que me atormente más que pensar en que perderé el control de una situación y esto me llevará a quedar completamente expuesto, sin forma de “limpiar mi reputación”. Debo decirles que esta no es forma de vivir, así que –desde hace un par de años– he decidido aplicar el “no pasa nada”.
Para aminorar mi ansiedad, he decidido reír. Así, relajarme implica hacer lo que me nace sin reparar en lo que otros opinarán –no dañando a terceros, claro está. Cómo vestir, a dónde ir, qué decir, con quién relacionarme: todos son asuntos míos y de nadie más. Por su puesto, no a todo el mundo le parece, pero eso poco a poco me ha dejado de importar.









