Alma es catalana. Harta de trabajos precarios de muchas horas y sueldo magro, se decidió por el trabajo sexual. Con la economía familiar saneada, confiesa que le cuesta dejarlo porque se crea un vínculo muy especial con algunas clientes. Es partidaria de una regulación similar a la de Nueva Zelanda.
Pamela, Diana, Tatiana y Valkiria se encierran en un salón para hablar de su trabajo, de su mundo, de los clientes, de cómo se organizan, de lo que sienten, de lo que les piden, de lo que piden ellas, de lo que se encuentran a diario en sus ámbitos de trabajo. Las cuatro son independientes. La puerta se cerró para la charla a las cuatro de la tarde y se abrió a las cinco y diez. Este capítulo recoge, íntegro, el diálogo entre las cuatro.
Cristina es catalana, tiene formación universitaria, un trabajo regular, y un matrimonio estable. Defiende el derecho a dedicarse libremente a lo que quiera. Entró en la prostitución en un momento de dificultad económica, pero no quiere dejarlo, y reclama su derecho a hacerlo sin trabas ni leyes que le condenen a la clandestinidad.
Laura Lux es española. Comenzó en 2016. Asegura que era abolicionista hasta que comenzó a trabajar en una agencia. Le gusta su trabajo, ama lo que hace, y cree que el abolicionismo se basa en la ignorancia sobre la naturaleza del trabajo sexual. Es independiente. Su primer acercamiento fue un trabajo de investigación para un documental sobre prostitución. Algunos de sus clientes son políticos, y le dicen que no tienen libertad para expresar su opinión dentro de los partidos.
Antonella vino de Venezuela. Espera traer a sus dos hijos y a su madre en diciembre. Por mucho dinero que mande a casa, su familia vive sin agua ni luz por la situación del país. Gana unos cinco mil euros al mes. Dice que su corazón ya se endureció por el fracaso de una larga relación. Tiene la certeza de que los hombres son infieles, y eso, cree, no tiene remedio.
Juliana vino a España con idea de hacer otros trabajos, pero la falta de papeles le impidió acceder a contratos. La salida fue la prostitución. Es creyente. Confiesa que le pide a Dios perdón después de cada servicio. Su proyecto es traer a España a sus hijos, tener un negocio, dedicarse a otra cosa.
Naomi estaba llena de complejos. Tartamudeaba y no se sentía a gusto con su cuerpo. Dice que el trabajo le ha mejorado. Comenzó con 18 años. Cuenta que ha conocido grandes personas y que las malas experiencias han sido muy pocas. También que la única presión que ha tenido para ejercer la prostitución es la de los sueldos miserables que se pagan en el mercado.
Dalia lleva tres meses en la prostitución. Confiesa que su visión ha cambiado de forma radical. Era feminista, lo sigue siendo. Era abolicionista, pero ahora comprendido que las mujeres utilizan el trabajo sexual como una plataforma para cumplir sus proyectos, y lo hacen de forma voluntaria. Niega que exista coacción en el intercambio económico a cambio de compañía o sexo.
Sacha es joven. En Venezuela perdía el tiempo tomando droga. Dejó los estudios, Es una chica rebelde. Su padrastro le aconsejó que viniera a España, que dejara las drogas. Y le hizo caso. Una persona la trajo, y con ella tiene la primera deuda que tiene que pagar. Habla de algunas fantasías y aberraciones que le han llamado la atención en las tres semanas que lleva en España cuando grabamos esta conversación, el diez de julio de 2025.
Jesica vino de Colombia. Lleva un año y medio en la prostitución. Cree que las mujeres que entran en este ambiente deberían tener información y educación para saber de qué se trata, porque ha visto muchas con falsas expectativas. También reflexiona sobre la generosidad de las mujeres, piensa que es una forma de limpiar un dinero porque se sienten sucias.
Emily llegó hace cinco meses a España. A la hora de grabar esta conversación lleva tres meses en la prostitución. Intentó otros trabajos. Consiguió trabajar en limpieza, pero nunca le pagaron. Dice que muchos clientes buscan que se sienta bien. Reconoce que ha encontrado placer sexual en su dedicación. Tiene planes, pero no una fecha concreta para terminar.
Kiss vino por primera vez a España como turista. Le gustó. Cuando Venezuela entró en el caos y la pobreza, se vino a trabajar en la noche. Entra y sale de la prostitución según lo necesite. Ahora está estudiando, y en vacaciones vuelve a trabajar. Tiene claros sus objetivos y no descarta, si ilegalizan la actividad, marcharse a otro país a seguir trabajando para conseguir lo que pretende.
Ana calla muchas cosas, pero sus silencios son elocuentes. No tuvo una infancia fácil. Padres ausentes y dolor familiar. A pesar de todo, da a sus hijos lo que ella no tuvo de niña. Tiene pareja, cree en el amor. El hombre que la acompaña le hizo comprender que el amor es mucho más que sexo y besos. Pelea por sus hijos y por su propio proyecto vital.
Melina es joven, muy joven. Vino a España a trabajar. No encontró ningún trabajo de los que se consideran normalizados. Una amiga le habló de la prostitución. Lleva tres años. Cuando hace balance, dice que este trabajo le ha dado fortaleza mental y seguridad en su cuerpo. Le ha quitado las inseguridades, y le ha permitido tener la certeza de que cuando llega fin de mes puede pagar las facturas y enviar dinero a su casa.
Gabriela es rumana, es periodista de profesión, y lleva diez años ejerciendo la prostitución en España. Asegura que aprecia mucho su libertad, y que nunca ha tenido un hombre al que dar cuentas. Nos relata su periplo en el trabajo sexual, al que llegó gracias a una amiga que le orientó. Gana entre tres y seis mil euros al mes, y añade que la que es trabajadora puede llegar a conseguir más dinero.
Tatiana es colombiana. Sus inicios fueron en Colombia. Hoy, años después, confiesa que la relación con los hombres le sube la autoestima, le estimula ver cómo se vuelven locos. En sus servicios ha evolucionado. Empezó con sexo convencional, pero con el tiempo ha variado hacia la dominación y la sumisión.
Candy tiene 40 años. Vino desde México aunque es venezolana. Quiere hacer dinero para abrir un restaurante. Su pasión es la cocina. Estudió para chef en Venezuela, pero sin papeles, no puede conseguir trabajo en España. Lleva apenas unas semanas, pero ya su catálogo de anécdotas es rico. Dice que desde que ejerce entiende mejor a las mujeres que se prostituyen.
A la familia de MIranda la golpeó primero el hundimiento de la clase media venezolana, arruinada por el chavismo. Luego vino el cáncer de la abuela. Ante la carga familiar, Miranda emigró primero a Ecuador. Allí fue cajera en un club, luego prostituta. Vino a España en busca de mejores horarios para poder atender a su hija. Habla con claridad de su dedicación, que considera un trabajo donde se atiende a personas que traen deseos que no pueden realizar en la sociedad, porque no están bien vistos, o porque sus parejas no los aceptan.
Melisa es colombiana. Vino a España para cuidar a una anciana por 700 euros al mes. Cuando la mujer falleció, amigas de Melisa le dijeron que en la prostitución ganaría mucho más. Empezó en un piso. Estuvo unos meses para hacerse después independiente. Dice que le gusta su trabajo, que nunca le ha costado, ni siquiera la primera vez. Sueña con traerse a su familia a España.
Nicole. Lleva siete años en el local en el que grabamos la entrevista. Este año cambiará de profesión. Tiene dos hijos que conocen su oficio. Les ha dado estudios y bienestar. Sostiene a su madre, ingresada en un centro de cuidado de ancianos en Venezuela. Salió del país como otros cinco millones de venezolanos, por la ruina del chavismo. Es creyente, y optimista. Y está convencida, y se lo dice a sus clientes, que las mejores mujeres se pueden encontrar en los ámbitos de prostitución.