"Tu opinión es tu interpretación de la realidad... no necesariamente la verdad" Don Miguel Ruiz
"No hables a menos que puedas mejorar el silencio" Jorge Luis Borges
"En tus estados de ánimo diarios, lo máximo que podrás hacer cambiará de un momento a otro, de una hora a otra, de un día a otro. También cambiará con el tiempo. A medida que vayas adquiriendo el hábito de los cuatro nuevos acuerdos, tu rendimiento será mejor de lo que solía ser." Don Miguel Ruiz, Los cuatro acuerdos.
«Suponemos que todo el mundo ve la vida del mismo modo que nosotros la vemos» Don Miguel Ruiz
“Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”. Jean-Paul Sartre
... y nuestra libertad? Si todo es parte del plan de Dios, entonces Dios lo controla todo, y si él está en control de todo, somos marionetas de un Dios controlador... ¿o no? 🤷🏻♂️
"Intentar vivir en libertad puede ser doloroso, aceptar vivir como un cavernícola mirando en una sola dirección, es patético" Yosvany R Garcia
"... dile a tu corazón que el miedo a sufrir es peor que el sufrimiento mismo" P. Coelho
El inicio de la historia de Daniel en la Biblia, parece poco prometedor. Un conflicto político, sometimiento militar y como resultado, siendo apenas un adolescente, está preso en el exilio. Lejos de su familia y sufriendo presiones de todo tipo. Frente a esta realidad solo tiene dos opciones. Rendirse o luchar. Daniel eligió la segunda, y luchó, su fe se agigantó en medio de las adversidades y llegó a estar en la cumbre de las esferas académicas y políticas de su época. De eso se trata, de imponerte ante las dificultades y luchar, aferrarte a Dios y sus principios, trabajar duro, estudiar, no dejarte intimidar por los muros de imposibilidad que se levantan. Como lo hizo José, quien dejó su amada tierra peruana, y vino en busca de sus sueños. Trabajó lavando platos pero hoy es dueño de su propio restaurante, o como Patricia que aunque muchos le decían que era imposible hacerlo porque era indocumentada, siguió adelante y abrió su propia pastelería, o Paco, el taxista de Mexico que hoy tiene aquí su taller mecánico. Y también Darío, que sigue peleando por concretar sus sueños. Esa es la vida de los inmigrantes, los que no se dejaron intimidar, de los que han hecho historia, los que buscaron la alternativa correcta sin quebrar sus valores, los que pusieron a Dios y su familia en primer lugar. Los que no iban tras el dinero fácil, sabiendo que perdura aquello por lo que se trabaja. Y cuando hablo con ellos me inspiran a seguir luchando, se renuevan en mi los valores de mi tierra caribeña y me siento feliz comiendo chile junto a un amigo mexicano o arepas con un paisa o green beens con mi vecino americano. Y ando por estas tierras del norte con la frente alta, sabiendo que Dios no hace acepción de personas, porque él; él ama a los extranjeros. A los extranjeros como tú, y como yo. Yosvany R Garcia Corpas
Escuchaba a Darío mientras me contaba el dramático viaje desde su Guatemala amada. Brillo en sus mirada y por momentos tristeza, una profunda tristeza que era muy fácil de leer en su ojos y su voz. Fue muy descriptivo cuando me contó la estampida junto a un grupo de inmigrantes en el desierto. La mochila cargada con objetos que él consideraba indispensables para su viaje, y que de pronto, se convertía en el impedimento de su libertad, pues todo lo que necesitaba en aquel instante era correr y correr… Y recordé mi mochila, aquella que todo inmigrante trajo consigo. Con la que partimos en nuestro viaje hacia lo mejor. Esa mochila cargada de muchos, muchos recuerdos. Recuerdos que en el proceso, tendremos que ir seleccionando, pues es imposible cargar con todos. Cuando pasan los años y revisas tu vieja mochila te das cuenta que sólo quedan unos pocos, los más fuertes, los especiales. Aquel día cuando papá te llevó a pescar y aunque no recuerdas siquiera si llegaste a pescar algo, sí recuerdas que estuviste con tu viejo y te contó historias de su niñez y rieron juntos, y recuerdas que papá fue tu mejor amigo ese día. Recuerdas también aquella mañana bonita en que mamá cumplía años y te levantaste temprano para que, al llegar a la cocina, ella tuviera el desayuno listo, preparado por ti. También hay recuerdos de los otros, de los que duelen más pero no quieres dejarlos ir, no sé si para castigarte o para tratar de buscar alguna justificación en tu conciencia. O quizás, tratando de recrear la historia, pensando en cómo habría sido si no le hubieras hablado así a tu padre porque, al fin y al cabo, él sólo quería protegerte. O si no hubieses golpeado la puerta detrás de ti para irte enojado y no regresar, y nunca llamaste a mamá hasta que supiste que era demasiado tarde. Esto es parte del equipaje del extranjero, del emigrante, nuestra propia mochila. ¿La sentís pesada? Jesús quiere hoy llevarla contigo. Yosvany R Garcia Corpas
Sentado en el sillón contemplo a mi pequeño de tres años que juega sobre la alfombra. Él no tiene ni idea de las vueltas que hemos dado para llegar acá. Le pusimos sobre su frágil espalda un peso que tendrá que llevar toda su vida. Hijo de cubanos, nacido en Argentina y creciendo en los Estados Unidos de América. Qué responderá él cuando su maestra, algún dia, pregunte en su clase ¿De dónde eres?… Qué responderá, cuando alguien que creció en Buenos Aires o la Pampa sepa de su origen y venga a preguntarle acerca de su comida favorita ¿cómo podrá decirle mi hijo que prefiere el arroz y los frijoles a las empanadas? ¿Cómo logrará él desarrollar una identidad sana? Lo contemplo mientras juega y siento un profundo deseo de abrazarlo, abrazarlo y pedirle perdón…Sí, sí, se que estás pensando que esas decisiones las tomamos para ofrecerles un mejor futuro a nuestros hijos…también yo me repito eso cada día para sentirme mejor, pero de igual manera él, mi pequeño, sigue siendo un cubano, nacido en Argentina y creciendo en Estados Unidos. Para los de acá, siempre será un hispano, pues aunque perfeccione su acento, solo basta mirarlo para darse cuenta, y Cuba o Argentina sólo serán una teoría en su mente…lugares a donde no pertenece… Por ello me empeñado en leer a Daniel y su gran historia en la Biblia, porque él fue desarraigado de su suelo y llevado a Babilonia, a la capital del mundo. ¿Qué llegaría a ser Daniel allí? Pues nada diferente de lo que ya era, un príncipe de Dios. Daniel me enseño que cuando creces como príncipe, con los valores correctos, con los objetivos claros, con los principios de Dios en tu vida, no importa donde vivas, siempre serás un ganador. ¿Daniel? -le pregunté- ¿Cómo llega un inmigrante a ser un triunfador? Él me respondió con sus hechos… -Lealtad -me dijo- sólo la lealtad a Dios te mantendrá por encima de las circunstancias. Definitivamente, eso quiero para mi hijo, y se también que es lo que quieres para los tuyos. Yosvany R Garcia Corpas
Juan llegó a la Iglesia aquella mañana y su rostro reflejaba miedo, sorpresa, parecía sentirse intimidado por todos y por todo. Se sentó al final, en el extremo interior de la banca vacía. Noté que sus zapatos no correspondían al número de su pie, cosa que Juan no lograba ocultar. Siempre me llamaron la atención los zapatos. Quizás porque desde mi niñez hasta mi juventud, nunca tuve la oportunidad de elegir un sólo par. Desde niño me tocaba aceptar la herencia gastada de los otros. No importa si tenía que soportar el malestar de mis dedos recogidos o rellenar la puntera con algún trozo de lana. Recuerdo que cada día, al llegar de la escuela, pues era este el único lugar al que tenía el privilegio de ir con zapatos, escuchaba la orden inmediata de mi madre: - Quítate los zapatos hijo, que los puedes romper. Estos llegaban a ser objetos preciados para mi, y cuando recibía alguno, me ocupaba de limpiarlos y teñirlos de negro con una especie de tinta que fabricaba con el polvo que sacaba de las pilas gastadas de la radio de papá. Luego supe que Juan acababa de llegar de la frontera, algunos amigos le habían dado algo de ropa pues, él le había prometido a Dios que el siguiente sábado estaría en la Iglesia. Allí estaba, tímido y temeroso, preguntándose que hacía él tan lejos de lo suyo, entre gente extraña y con zapatos grandes. Así también se sentía Daniel, si, ese Daniel, el de la Biblia, aquel día al llegar a Babilonia… sandalias destruidas y pies sangrantes a causa de la larga caminata. Su rostro polvoriento y los labios partidos por la deshidratación, intentando, sin poder, borrar de su memoria las imágenes de aquellos que le faltaron las fuerzas y quedaron abandonados en el camino. Ya él está allí, en la capital del mundo, con demasiadas preguntas y muy pocas respuestas, pero en el fondo agradecido, muy agradecido, como Juan aquella mañana. Pues tiene la certeza de que Dios sigue allí, y que ese Dios tiene un gran proyecto para él. Yosvany R Garcia Corpas
Recuerdo aquel día en que dejamos a nuestra pequeña en la escuela. Estaba entusiasmada, siempre fue este uno de sus lugares favoritos. Llenarse de cuadernos, lápices de colores, tareas en la que nos involucraba a todos en casa… pero ese día era totalmente diferente. Todo era nuevo…nuevo país, nueva escuela, nuevos métodos, nueva maestra, nuevos compañeros de clase y un nuevo idioma. Idioma que no conocía, que le intimidaba. Le intimidaba tanto como a nosotros. Aquel día todos los padres hablaban con la maestra buscando orientación y haciendo lógicas consultas. Nosotros, por nuestra parte, permanecíamos en el auto, no porque no tuviéramos preguntas… ¡sólo que no hablábamos inglés! Hicimos una corta oración con nuestra niña, le regalamos un beso que llevaba una gran cuota, quizás innecesaria, de compasión… y la vimos cruzar la puerta de lo que sería su nuevo comienzo. Estuvimos tan angustiados esa mañana. Creo que las horas llegaron a tener 120 minutos aquel día. Cuando el reloj anunciaba la hora mas cercana posible corrimos al auto, fuimos los primeros padres en llegar a la escuela. Nuestra pequeña salió y no tenía mucho para contar. Sencillamente no había entendido nada. Al revisar sus cuadernos allí estaban todas las tareas para el siguiente día. Nos miramos conscientes de que eran las tareas de la familia… hicimos una oración pidiendo sabiduría y reunimos en la mesa todos los recursos posibles, computadora, teléfonos inteligentes, diccionarios… y todo ello para tratar de hacer juntos la tarea de una niña de tercer grado. Eran horas de extenuantes labor… cada día en mi cargada agenda había un obligado espacio que decía “tareas escolares” … en mis tiempos de reflexión personal, leyendo mi Biblia, me encontré con la historia de Daniel. Aquel jovencito que se enfrentó a un nuevo país, nueva escuela, nueva lengua… Devoré las páginas del libro, descubriendo a un Daniel exitoso que se abrió paso ante las adversidades. Y me dio confianza y paz. Desde entonces al contemplar a mi hija, veo a una princesa abriéndose paso ante las adversidades y venciendo. Y allí estaré siempre… para ella. Así te mira Dios… como la princesa que eres, como un príncipe que lucha y triunfa, y allí estará Él siempre, para ti. Yosvany R Garcia Corpas
Estoy seguro que en tu tierra debiste llevar muchas cargas, excepto la de ser un inmigrante. No conocías las luchas de ser un extranjero. Pero la balanza de la vida se inclinaba tanto que no te permitía seguir andando, y un día decidiste irte. Entonces comenzó a pesar. Como le pesa a Carlos al sentirse extranjero cada mañana. Le pesa sobremanera siempre que sale a trabajar, bajo el riesgo de que le descubran manejando sin su permiso para conducir. Le pesa a María cuando recibe su paga semanal y, aunque ella no tiene un título de contabilidad, sabe muy bien que le pagaron la mitad de lo que es justo ¿por qué? María no tiene un permiso de trabajo, porque es extranjera e indocumentada, como Carlos. Ella sólo consiguió un trabajo limpiando aquel hotel en el que se aprovechan de su condición, pero que de alguna manera han logrado que se sienta agradecida porque le permiten…trabajar... Si, ser extranjero definitivamente pesa… Hay pesos diferentes claro, como el tuyo, que tienes la posibilidad de tener tu residencia o tu ciudadanía, pero sabes que esto no hace tu experiencia del todo ligera. En el fondo reconoces que tus mejores momentos, son aquellos en los que te reúnes con tus amigos, los del barrio, para recordar esos sucesos únicos que quedaron detrás de la frontera. Y te sorprendes cuando descubres que hoy la música que más te gusta es aquella que no escuchabas en tu tierra pero que hoy te conecta con ella a la distancia. Se siente pesado ser extranjero, al recordar aquel día cuando pagabas en el súper mercado y el corazón se te achicó cuando escuchaste un acento muy familiar que mencionaba el nombre de tu pueblo, y te dieron ganas, allí mismo, de abrazar a un desconocido. ¿Sabes algo? El Dios del cielo, ese que también fue un inmigrante como tú, nos mira de una manera muy especial. Somos sus héroes, protagonistas en todas sus historias, aquellos que vivimos o morimos luchando, mirándolo de lejos, saludándolo, con la certeza absoluta de que lo mejor aún está por venir. Por ello un día comprendí que no necesito intentar tirar mi carga o ignorarla, sino llevarla con dignidad, porque es parte de lo que soy, y ella me hace fuerte. Y descubrí además, que hay alguien que se ofreció a llevarla conmigo, desde entonces, la comencé a sentir mas ligera. Dios, muchas gracias. Yosvany R Garcia Corpas
Anhelas tanto irte, escapar, recomenzar, que cuando lo logras, cuando llegas a ese nuevo país, sientes una extraña sensación de vacío. En principio, quizás, todo lo que vas conociendo es mucho mejor a lo que dejaste, pero los días pasan y la nostalgia comienza a adueñarse de tu razón. Quizás no has podido conseguir trabajo, o los trámites de estudio se demoran, además estás viviendo en una pequeña habitación y el tiempo de un día te sobra, así que decides invertirlo en una cuestionable inversión, en recordar. Recordar y extrañar. Todo aquello de lo que antes te quejabas comienzas a verlo menos malo. Y allí mismo, sin apenas haber comenzado a vivir en ese nuevo país, ya estás elaborando el plan de tu primera visita a casa. No importa que aun no tengas tus documentos, o donde vivir o dinero. Pero el sueño está allí. Recuerdo el día en que subí al avión de regreso a Cuba. Finalmente ya nadie me miraría como un extraño, ya no tendría que preocuparme por mi acento. Estaba yendo a mi tierra a ver a mi gente. Recuerdo que en la habana tomé un taxi a casa y antes de haber avanzado diez metros el extrovertido taxista me miró a través del retrovisor solo para decirme que yo no era cubano. Quedé contrariado. Así que en Argentina no parecía argentino y en Cuba dejé de parecer cubano. Además el barrio había cambiado mucho, los vecinos ya no eran los mismos, el árbol del patio lo habían derribado y la que era mi casa ya tenía otro color. Recuerdo que, en unos pocos días ya quería volver. Mientras volaba de regreso pensaba en todo aquello, y me veía entre dos lugares a los que no pertenecía. Entonces el Dios del cielo, ese que ama a los extranjeros, me hizo recordar algo que está en Filipenses 3:20: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos” y sentí paz. Sí, si existe un lugar al que pertenezco y donde me sentiré realmente en casa. Jesús prometió que un día trasladaría ese reino a esta tierra, donde ya no habrán fronteras que nos dividan, donde nadie cuestionará mi origen, y donde todos recibiremos nuestra ciudadanía, para siempre. Yosvany R Garcia Corpas
Argentina.... Ese fue el simple comienzo de mi realidad como extranjero. Nadie comía lo que yo comía, nadie hablaba de béisbol. Tuve que aprender a re pensar mi propio idioma, pues ahora la yuca se llamaba “mandioca”, los frijoles eran “porotos”, los chícharos “arvejas”, la fresa “frutilla”. Muchos términos que para mí eran comunes los debí eliminar pues resultaban sumamente ofensivos. Por otro lado, en cuanto saludaba a alguien, lo primero que me decía era: –Pero vos nos sos de acá. –No– contestaba–. –¿Y… de dónde sos? –Soy cubano. –¡Cubano! ¿Y cómo hiciste para escaparte de Castro? Generalmente, y como parte quizás de un típica reacción argentina, yo debía escuchar una clase “magistral” acerca de mi propio país de parte de alguien que, en el mejor de los casos, había estado un fin de semana en Varadero, la Habana o Cayo Coco o, en el peor de estos, nunca había pisado la Isla. Así que cuando llegaba mi momento yo comenzaba a describir mi dramática historia. Les confieso que después de haberla contado decenas y decenas de veces, me atemorizaban las reuniones sociales en las que generalmente terminaba siendo el foco de atención de miradas consternadas y sorprendidas a causa de nuestra lamentable situación. Realmente ser extranjero ya no era tan divertido. Luego venían las fechas especiales, como el cumpleaños de mamá o papá. El día de las madres, o la cena de fin de año. La típica cena donde todos reían alrededor de la mesa llena de deliciosos platos. Pero mi corazón estaba en Cuba, con mis padres, pensando en qué estarían comiendo ellos en ese momento, o si habrían podido sentarse a alguna mesa a comer algo mínimamente especial. Y la nostalgia me hacía sangrar el corazón y me preguntaba qué hacía yo tan lejos de mi tierra, de mi gente, de mis raíces. Uno de esos días en los que sentía que me costaba seguir avanzando, alguien sacó su Biblia y dijo que iba a leer un pasaje de Deuteronomio. ¿Cuál crees que fue el pasaje que leyó? “Porque el Señor tu Dios es Dios de dioses y Señor de señores; él es el gran Dios, poderoso y temible, que no hace acepción de personas, ni acepta sobornos; el que defiende la causa del huérfano y de la viuda; y muestra su amor por el extranjero proveyéndole ropa y alimentos.” (Deut. 10,17-18). Entonces, finalmente comprendí. Comprendí que la mayor parte de mi Biblia es la historia de extranjeros, de emigrantes que un día vieron como su tierra quedaba a sus espaldas y sólo podían contar con el soporte del Dios que les conducía. Comprendí que Dios tiene un cuidado especial por los extranjeros, porque Dios también fue extranjero, porque vino a este mundo y sintió añoranza por su Padre, su cielo y sus santos ángeles.
Y en un acto, quizás, de masoquismo sentimental, comencé a revisar mis fotos y me detuve en una de ellas, la mas especial, una que nadie ha visto, sólo yo…está vieja, no porque haya perdido sus colores, sino porque nunca fueron muy vivos. Fue uno de esos días raros en los que no puedes reír aunque quieras. Quisiera mostrarte esa foto pero no puedo, la tomé con mis ojos, enfoqué muy bien mi mirada y fotografié a mis padres. Luego tomé la foto y la guardé en ese lugar especial al que llamamos recuerdos. Y allí estaba yo, despidiéndome de mis viejos e intentando convencerlos de que los volvería a ver muy pronto. Que ingenuidad la mía, ellos me conocen, ellos hicieron de mi quien soy, ellos sabían que mi declaración optimista era sólo un intento por secar sus lágrimas. Entonces los abracé, con ese abrazo largo en el que te quieres fundir con la gente que amas. Ese abrazo en el que dices a gritos: –¡Vengan conmigo! ¡No quiero dejarlos, vengan por favor! Aunque si hubiese podido leer el abrazo de ellos, con toda certeza me estarían diciendo. –¿Qué haces hijo? No te vayas, tengo miedo de envejecer sin verte, de no ver crecer a mis nietos ¿Quién nos visitará en navidad? No te vayas, ya verás cómo nos arreglamos todos aquí. Me costaba mucho hablar y mantenerme fuerte, era casi imposible dominar mis sentimientos, y quizás por ello al abrir mi boca yo volvía con mi poco convincente consuelo al decirles: –Nos veremos pronto ma. Y ella, como para mimar a su hijo más pequeño, volvía a decirme: –Sí mijo, ve con Dios, todo va a estar bien, ya verás que nos vamos a ver muy pronto. Esa tarde, los vi subir al tren si saber siquiera si volvería a abrazarlos algún día. Les dije adiós, ese adiós que tiene sabor a último y que duele desde adentro. Y los miré mientras pude hasta que se perdieron dentro del oscuro vagón lleno de hollín y rostros poco entusiasmados. Esperé a que la estrepitosa máquina se perdiera en la distancia dejando sólo el sonido ronco de su gastado silbato… Han pasado los años y aquel día sigue ahí como a la vuelta de cada esquina. ¿Y yo?… yo aun me siento endeudado con mis viejos. No hablo de una mala deuda, no hablo de esas que pesan y molestan, es una deuda diferente, de esas que dan sentido y que me ayudan a estar enfocado. Hoy, de alguna manera trato de compensarlos…con algo de dinero cada mes, algunos regalos especiales, llamadas telefónicas y algunas fotos de los nietos…pero sé que no es suficiente, mi corazón sabe que le debo besos a mis viejos, les debo chistes, largas charlas de sobremesa, le debo al gusto de mama de acariciarme la cabeza y regañarme por mis imprudencias… le debo el derecho a mi viejo de demostrarme su experiencia con un consejo… sí, sé que les debo. Por ello, a pesar de la distancia, un mandamiento de la ley de Dios me sigue desafiando: Hijo, honra a tu padre y a tu madre. No quiero permitirme que el tiempo y la distancia hagan un abismo entre mis padres y yo. Por ello, cada día los pienso y me repito: el amor puede acortar cualquier distancia y cruzar cualquier frontera. (Hola Daniel... Yo también soy inmigrante. Yosvany R Garcia)
– Mami ¡Mira lo que me regalaron! ¿Quiénes son ellos mami? Mi madre me miró con esa mezcla de tristeza y ternura con la que saben mirar las madres y me dijo: – Hijo, ellos son extranjeros. Desde entonces se convirtieron en mis héroes, mis modelos a seguir. ¡Oh Dios! ¿Por qué no me hiciste extranjero? Y comencé a buscarlos. Los podía mirar durante horas, pensarlos, soñar con sus vidas relajadas y abundantes. Y sí… yo definitivamente quería ser uno de ellos. Un día, mientras leía mi Biblia, un texto hizo sacudir mi cabeza. Generalmente, los textos difíciles de la Biblia tienen que ver con la Ley, la justificación por la Fe, la vida después de la muerte. Pero no fue mi caso, a mí me resultó incomprensible Deuteronomio 10,16-17: “Porque Jehová vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas, ni toma cohecho; que hace justicia al huérfano y a la viuda; que ama también al extranjero dándole pan y vestido.” Justicia al huérfano y a la viuda lo entendía, pero… ¿Al extranjero? ¿Dándole pan y vestido? Pero no son los extranjeros los que necesitan esos cuidados especiales, –pensé– era yo quien no tenía ni lo uno ni lo otro. ¿Por qué Dios le hablaba así a los extranjeros que eran las personas más felices y realizadas del mundo? Estaba yo tan convencido que ni la Biblia me hizo cambiar de idea. Aún yo quería ser extranjero. (Yosvany R Garcia: Hola Daniel... Yo también soy inmigrante)
No siempre fallás por emoción… muchas veces fallás por ruido.Dale play y descubrí cómo la variabilidad interna del cerebro puede confundir tus decisiones sin que lo notes.No se trata de cuánto tienes, se trata de cómo piensas.