nos adentramos en enclaves como la Facultad de Derecho de Córdoba o una vivienda de El Garraf donde dos ancianos fallecieron
19 de abril de 1995. Timothy McVeigh aparcó un coche bomba junto al Edificio Federal Alfred Murrah, en Oklahoma, provocando el que sería el acto terrorista más grave en los Estados Unidos hasta los atentados del 11-S, causando la muerte de 168 personas e hiriendo a más de 600. Timothy fue condenado a muerte por inyección letal. En "La Noche" con Adolfo Arjona repasamos más días sangrientos: 24 de marzo de 1998. Mitchell Johnson y Andrew Golden, de once y trece años, apostados en las inmediaciones de la escuela de Jonesboro, y con un abundante armamento, comenzaron a disparar indiscriminadamente contra alumnos y profesores, vengándose de esa manera del acoso que venían sufriendo por parte de sus compañeros, dejando a su paso cinco muertos y once heridos. Mitchell y Andrew fueron condenados a prisión, pero la ley les permitió quedar libres al cumplir la mayoría de edad. 21 de mayo de 1998. Kip Kinkel, de quince años y amante de las armas, se adentró en la escuela de Thurston cargado con dos pistolas, un rifle y un cuchillo de caza. Durante su ataque, quitó la vida a dos estudiantes, y veinticinco quedaron heridos. La masacre había sido realizada sin más motivo aparente que sus problemas mentales mostrados desde su nacimiento. Kip fue condenado a 111 años de prisión, sin posibilidad de libertad condicional. 11 de marzo de 2009. Tim Kretschmer, de diecisiete años, tras sufrir una depresión severa y un extraño interés por otras matanzas populares en centros educativos, realizó un tiroteo en la escuela secundaria de Albertville, en Winnenden, Alemania, en el que quitó la vida a dieciséis personas. Tim se pegó un tiro en la cabeza antes de ser detenido, muriendo en el acto
Perry Smith, junto a su compañero Dick, asesinó a los miembros de la familia Clutter: el padre, Herbert Clutter, su esposa Bonnie, y sus hijos
Los expedientes de algunos de los asesinos más violentos de las últimas décadas, criminales que pretendieron infligir un daño extra en sus víctimas: un inquietante viaje a través de las mentes más sádicas
Historias que provocan un pellizco en el estómago por la relación entre víctima y verdugo. Nelson Castro esperó a que su madre, Miriam, se tumbara en la cama. Cuando la mujer estaba tranquilamente leyendo un libro, su hijo apareció por detrás, musitando una extraña oración, y le clavó un cuchillo en el estómago. Miriam intentó quitarse de encima al agresor, pero éste la apuñaló 37 veces, dos de ellas en la cara. Tras cometer su crimen, Nelson decidió ducharse. Tenía el cuerpo lleno de sangre y de trozos de carne y vísceras de su víctima. Minutos después llegó a la vivienda Lisseth, la asistenta doméstica, a la que también apuñaló con tanta saña, que tuvo que cambiar de cuchillo porque el primero se volvió demasiado resbaladizo. Después infringir a Lisseth 33 puñaladas, le cortó la garganta y le clavó una daga en los ojos. Aquellos asesinatos habían tenido como germen el ingreso de Nelson Castro en una secta satánica fundada en Caracas. Abrimos varios expedientes de asesinos que mataron a miembros de su propia familia. Casos como el de Sabine Radmacher, una mujer que, henchida de celos ante la separación solicitada por su esposo, decidió matarlo NO sólo a él, sino también al hijo que tenían en común y que había quedado bajo la custodia de su padre. Pero la locura de Sabine no tenía fin, y tras el doble asesinato, la mujer se adentró en las instalaciones de un hospital, donde asesinó a un enfermero y dejó varios heridos, hasta que un grupo de más de 300 agentes de policía lograron abatirla a tiros. Conoceremos también otros casos estremecedores de asesinatos en familia, con protagonistas tan siniestros como Stylloy Pantopiu Christofi, “la suegra asesina”, o Loch Ah Tam, “el padre asesino”.
Marina Okarynska nunca hubiera imaginado que la visita a la vivienda de su expareja para recoger objetos personales podría terminar de aquella manera. La tarde del 6 de agosto de 2015, la muchacha se hizo acompañar por su amiga Laura del Hoyo. No quería ir sola porque no confiaba en la reacción del que había sido su novio durante un tiempo, Sergio Morate, un joven con tendencias violentas que ya había estado en prisión por agredir y secuestrar a su anterior pareja. De pronto, la casa de Sergio se convirtió en un negro escenario, y él, en un verdugo que golpeó y estranguló a ambas chicas, en el caso de Marina apretándole el cuello con una brida de plástico. Aquel crimen, el de Marina Okarynska, había sido totalmente premeditado, aunque el asesino se había topado con la sorpresa de que su ex pareja no venía sola. Tras cargar ambos cuerpos en un vehículo, condujo hasta el nacimiento del río Huécar, en Cuenca. Los cadáveres fueron lanzados a una fosa excavada previamente. Al ser dos, no pudieron ser del todo enterrados, quedando ligeramente a la vista. Luego arrojó sobre Marina y Laura una gran cantidad de cal viva que había comprado días antes, pensando que así desaparecían del todo. Una vez cometido el crimen, Sergio Morate huyó a Rumanía, desde donde pensaba dar el salto a Latinoamérica, un plan truncado cuando fue detenido y juzgado por un doble asesinato que estremeció a nuestro país. La Audiencia Provincial de Cuenca condenó a nuestro protagonista a cuarenta y ochos años de cárcel, que cumple actualmente en la prisión de Herrera de la Mancha, en Ciudad Real
Virginia Tech, Austin y Columbine: Recordamos grandes masacres que se han producido en centros educativos de EEUU. Atentados que han pasado a la historia por el elevado número de víctimas
Los años 1968 y 1969 fueron el reinado del terror de un siniestro personaje, que dejó numerosas víctimas mortales en varios lugares de Estados Unidos. Un criminal que fue conocido por el apodo de “El asesino del Zodíaco”. Un perverso personaje que, por medio de las cartas que él mismo envió a la policía y al periódico de San Francisco, aseguraba haber quitado la vida a treinta y siete personas. La policía investigó en su momento a más de 2500 sospechosos, pero sus huellas dactilares no coincidían con las extraídas de una cabina telefónica desde la que nuestro protagonista llamó a comisaría. Han pasado cincuenta años desde su primer doble crimen, y la identidad del asesino del Zodíaco sigue siendo un misterio. Por lo tanto, los crímenes que cometió son, sin duda, crímenes perfectos. Del primer protagonista de nuestro expediente, Zodíaco, se han filmado películas que han inmortalizado sus crímenes. Algo parecido ocurre con el segundo personaje que pondremos bajo la lupa. En Ted Bundy encontramos el perfil bien definido del asesino de mujeres. Este criminal estadounidense fue condenado por asesinar a treinta y seis personas, aunque todo hace indicar que el número real de víctimas podría superar el centenar. Bundy, con total desparpajo, diría en cierta ocasión a los investigadores: “Soy el hijo de puta más duro que jamás han conocido”. Ambos, Zodíaco y Bundy, se han convertido caso en iconos de la Gran Pantalla, protagonizando películas y series de enorme éxito.
3 expedientes escalofriantes: "La Bestia de Goiania", "El Asesino del Parque Caiza", y "El amo de las gallinas". Asesinos que mataron a sus novias a cuchilladas, a golpes, disparándolas, incendiándolas, descuartizándolas y decapitándolas. 25 de julio de 2008. Mohamed D'Ali Carvalho dos Santos, subió el volumen de la música para que nadie escuchara lo que iba a suceder. Luego, se abalanzó sobre su novia, Caro Marie, dándole patadas y puñetazos por todo el cuerpo. Los golpes fueron tan fuertes que a la chica se le reventaron varios órganos, se le salió un ojo, y sufrió fracturas en el cráneo y en otros huesos del cuerpo. Aún estaba viva cuando Mohamed cogió un afilado cuchillo y se lo clavó repetidas veces en el vientre hasta provocarle la muerte, para después descuartizar el cadáver y meterlo en una maleta que abandonó en un descampado. Mohamed fue conocido como “la Bestia de Goiania”. 23 de febrero de 2010. Giomar Cartagena llevó a su novia, Oriana Monasterios, a un lugar a las afueras. Primero, le pegó un tiro en la ingle que le hizo caer al suelo. Después, la roció de gasolina y le pegó fuego. Viendo que quería huir convertida en una antorcha humana, Giomar, ignorando las súplicas de la muchacha, le disparó en la cabeza, dejándola moribunda, consumiéndose entre las llamas. Giomar fue conocido como “el asesino del Parque Caiza”. 5 de diciembre de 1924. Norman Thorne tomó un garrote y lo estrelló varias veces en la cabeza de su novia, Elsie Cameron, provocándole la muerte. Para deshacerse del cadáver, lo descuartizó con un hacha, enterrando los fragmentos debajo de su gallinero, aunque la cabeza la guardó dentro de una caja de galletas, para conservarla como recuerdo. Norman fue conocido como “el amo de las gallinas”.
Sus crímenes fueron recuperados por directores de cine y guionistas para ser convertidos en películas. Se trataba de un hombre con graves desajustes mentales. Sus actos perversos le llevaron a ser conocido como “el estrangulador de Rillington Place”. Este siniestro personaje sólo alcanzaba el placer cuando, antes de matar, usaba la fuerza y la dominación con sus víctimas. Luego, ocultaba los cadáveres tras una falsa pared. Antes de ser ajusticiado, John Christie dijo: “Para mí, un cadáver tiene una belleza y una dignidad que ningún cuerpo con vida podría tener nunca”. Nuestro segundo protagonista de la noche solía disfrazarse de payaso, de “Pogo, el payaso”, para hacer las delicias de los más pequeños, pero, llegada la noche, agredía, violaba y mataba adolescentes. John Wayne Gacy pasará a la historia como “el payaso asesino”. El sótano de su casa se convirtió en un improvisado y pestilente cementerio donde enterraba a sus víctimas.
Tres asesinos sedientos de sangre: El vampiro de Bucarest, el vampiro de Río de Janeiro y el vampiro de Lyon: tres criminales que bebían la sangre de sus víctimas
El colombiano Luis Alfredo Garavito, conocido popularmente como “la bestia de Génova”, usaba siempre un mismo modus operandi. Salía a pasear como un depredador al acecho, buscando niños pertenecientes a familias de bajo nivel económico, pero que le resultaran atractivos a la vista. Los encontraba habitualmente en parques infantiles, en canchas de futbol, en mercados, en barriadas. Para engatusarlos, conversaba animadamente con ellos para ganarse su confianza, y luego les ofrecía dinero y les pedía que lo acompañaran a dar un paseo. Por el camino, Garavito tomaba una botella de brandy. Decía que era un capaz de matar estando sobrio. Ya en un lugar apartado, lejos de miradas indiscretas, “la bestia de Génova” amarraba a su víctima para poder golpearla a placer. Aquellos niños recibían patadas en la cara, en el pecho, en las piernas. Con auténtica saña, el agresor les pisoteaba las manos hasta que se quebraban sus huesos, y saltaba sobre el vientre para romperles las costillas. Como buen fetichista de manual, guardaba en casa un calendario y una libreta donde iba anotando todas y cada una de sus fechorías, y conservaba aquellos recortes de periódicos en los que se hablaba de los niños muertos y del dolor de sus familias.
Ed Gein, Jeffrey Dahmer y Andréi Chikatilo: tres brutales asesinos convertidos en iconos del cine Las sobrecogedoras historias de tres asesinos que fueron llevadas a la gran pantalla
Cuatro jóvenes con ideales neonazis le agredieron en un parque de Santiago de Chile hasta la muerte. Aunque no era la primera vez que Daniel Zamudio recibía ataques homofóbicos por su condición de homosexual, nunca hubiera esperado encontrarse con aquel fatal desenlace en la noche del 2 de marzo de 2012. Aquel joven de 24 años fue a visitar a una amiga, pero al volver a su casa en Santiago de Chile, ya de madrugada, se tropezó con sus verdugos. Cuatro jóvenes con ideales neonazis que ya habían ajustado cuentas con la justicia por amenazas y agresiones. Los asaltantes forzaron a Daniel a acompañarlos al parque San Borja, junto a la Alameda. Allí comenzaron a insultarlo por sus inclinaciones sexuales, para luego comenzar a darle patadas y puñetazos en la cabeza, en cara, y en los genitales. Luego, con el filo de una botella rota, le grabaron una esvástica en el abdomen. Más tarde le tiraron varias veces una piedra de gran peso sobre la cabeza. Con la víctima sangrando y desvanecida, sus agresores le partieron una pierna haciendo palanca. Uno de ellos diría que el sonido fue parecido a cuando se quiebra el hueso de un pollo. Tras seis horas de tortura, apagaron sus cigarrillos sobre el cuerpo de Daniel, y lo dejaron allí tirado. Fallecería días más tarde en el hospital, después de haber permanecido en un coma inducido. Es este un expediente que se adentra en aquellos asesinos cuyas víctimas pertenecían a algún colectivo concreto, hacia el que sentían un odio feroz, como el caso del que fue apodado “el Jack el Destripador mexicano”, Francisco Guerrero Pérez, alias “El Chalequero”, un hombre con trastorno errático de la personalidad, que asesinó a decenas de prostitutas debido a su odio a la figura de la mujer; o los asesinatos de indígenas ocurridos en la “carretera de las lágrimas” de Canadá, o los asesinatos de indigentes del conocido como “asesino en serie de Limón”, en Nicaragua. Algunos de esos siniestros personajes fueron detenidos y condenados, pero otros permanecieron en el anonimato, y sus historias aún se cuentan a pie de calle, provocando un estremecimiento en aquellos que las escuchan.
17 de septiembre de 2009. Hermelinda Hernández llegó a su casa cuando estaba amaneciendo. La vivienda era apenas una casucha de láminas en la calle Plaza del Sol, en el Estado mexicano de Morelos. Desde hacía tiempo, la mujer se sentía frustrada por la situación de pobreza y abandono en que se veía envuelta, pero aquella mañana quiso pagarlo con quien menos culpa tenía: su hija Yazmín, de apenas tres años de edad. Tras despertar a la pequeña a golpes, le quitó la ropa y la dejó en la calle, donde el frío se apodero de su pequeño cuerpo. Algo más tarde se la llevó consigo a un cerro cercano. Allí, la obligó a tumbarse sobre un enorme hormiguero. Pronto, las hormigas comenzaron a trepar por su cuerpo y a morderle. Hermelinda, en lugar de apiadarse de la criatura, la dejó allí durante dos horas, mientras Yazmín gritaba: “Mamá… quítame de aquí… no me mates”. Al regresar, la niña no reaccionaba, y su cuerpo estaba cubierto de heridas. Ya en casa, vomitó una especie de espuma, y falleció shock anafiláctico. Es esta la historia de una filicida. La llamada “la asesina del hormiguero", una mujer que fue capaz de asesinar a su propia hija, y que fue condenada a 50 años de prisión.
Hemos rebuscado en 'La Noche con Adolfo Arjona' los expedientes de varios casos que han quedado sin resolver. Son historias donde las víctimas mortales fueron mujeres, pero, sobre todo, donde jamás se conoció al agresor. Aquellos asesinatos, a pesar del tiempo transcurrido, quedaron impunes, convirtiéndose algunos de ellos en mitos del ámbito de la criminología. Cuando acabó con sus labores en la granja a las 9 y media de la noche, el ganadero Josep Cowell paseó hasta la empalizada que separaba su propiedad del carril de tierra, y descansó unos segundos apoyado en ella. De pronto, sus ojos se fijaron en un bulto tirado en el suelo, a lo lejos. Al acercarse a indagar, descubrió horrorizado que era el cadáver de una muchacha. Presentaba lesiones en la cabeza y tenía gravilla incrustada en el rostro. A su lado se encontraba una bicicleta, por lo que las primeras hipótesis apuntaban a un accidente. Seguramente un coche le había hecho perder el control y había caído al suelo con fuerza, falleciendo por el golpe y la pérdida de sangre. Pero la realidad era otra muy diferente. Aquella misma noche, el doctor Williams encontró un agujero de bala en el ojo izquierdo, y otro en la parte superior de la cabeza. Aquel sábado, 5 de julio de 1919, quedó claro que las autoridades no buscaban a un conductor imprudente, sino al asesino de Anna Belle Wright.
Asesinatos que van desde una sola víctima, hasta más de un centenar. Y, en todos ellos, una figura femenina como telón de fondo. Por eso, han pasado a ocupar páginas destacadas en las crónicas de sucesos. Cuando Lester y Betty Likens dejaron a sus dos hijas adolescentes a cargo de Gertrude Baniszewki por unas cuantas semanas, no imaginaban el infierno al que ambas se enfrentarían. Aquel matrimonio ignoraba que, en la mente de Gertrude, se escondía una auténtica bestia, una mujer trastornada por traumas y fobias, cuya válvula de escape era provocar el dolor ajeno. Una de aquellas adolescentes, Sylvia, fue la que recibió la peor parte. Todo comenzó con azotes por medio de un cinturón. Luego vinieron los golpes con una paleta de madera. Más tarde llegarían las quemaduras en el cuerpo con cigarrillos encendidos. Pero días después se produjo la debacle. Gertrude empujó a Sylvia escaleras abajo, provocando que cayera pesadamente al sótano, que se convertiría desde ese momento en su prisión. Allí sería visitada cada tarde por Gertrude, por sus hijos, y por adolescentes del barrio, que pondrían en práctica con ella las más horribles torturas. La levantarían en peso y la lanzarían contra el cemento del suelo, la meterían en una bañera con agua hirviendo, la arrastrarían del pelo de un sitio a otro, echarían sal sobre sus heridas, le grabarían con alambres al rojo vivo frases humillantes en su abdomen, le pegarían patadas y mordiscos… todo esto estando desnuda y desnutrida por no tener acceso a comida y agua, provocando su fallecimiento el 26 de octubre de 1965. Esta noche abrimos un expediente cuyas protagonistas son las mujeres. Más allá del caso Baniszewki, considerada como la historia de abusos físicos más terrible del Estado de Indiana, conoceremos los asesinatos colectivos de las “fabricantes de ángeles” de Nagyrév, en Hungría, entre 1914 y 1929… o los crímenes múltiples de María Catherina Swanenburg en la Holanda de finales del siglo XIX.
ARJONA IS COMING .... con el expediente del sanguinario doctor Mengele, apodado ‘El Ángel de la Muerte’, junto al especialista José Manuel Frías.