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Lectura en breve

Author: Facundo Hisi

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Lecturas breves de buenos momentos de cualquier clase de libros y de clásicos de la literatura universal.
28 Episodes
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“Al fin de cuentas los novelistas envidian a los cuentistas. Los cuentistas a los poetas. Mas los poetas a nadie.”
“Qué quería Angelita era un misterio, porque más que mover la cabeza afirmativa o negativamente no hacía. Pero algo quería con suma urgencia, porque no sólo seguía señalando, sino que no me dejaba en paz. Me seguía por toda la casa. Me esperaba atrás de la cortina del baño cuando tomaba una ducha; se sentaba en el bidet cuando yo hacía pis o caca; se paraba al lado de la heladera cuando lavaba los platos y se sentaba al lado de la silla cuando yo trabajaba con la computadora. Seguí haciendo mi vida normal durante la primera semana. Creía que a lo mejor se trataba de un pico de estrés con alucinación, y que se iría. Me pedí unos días en el trabajo, tomé pastillas para dormir. La angelita seguía ahí, esperando al lado de la cama a que me despertara. Algunos amigos me visitaron. Al principio no quise atender los mensajes ni abrirles la puerta pero, para no preocuparlos más, accedí a verlos aduciendo agotamiento mental. Ellos comprendieron, estuviste trabajando como una negra, me decían. Ninguno vio a la angelita. La primera vez que me visitó mi amiga Marina metí a la angelita en el placard, pero para mi terror y disgusto, se escapó y se sentó en el brazo del sillón, con esa fea cara podrida verdegrís. Marina ni se dio cuenta.”
Carrie - Stephen King

Carrie - Stephen King

2021-02-0101:24

“Puedo comprender algunos de los elementos que deben haber preparado la situación que se produjo en el baile. Aunque resulte horrible, comprendo que una persona como Billy Nolan, por ejemplo, haya podido entrar en el juego. Chris Hargensen lo tenía cogido de las narices —por lo menos la mayor parte del tiempo—. Y Billy arrastraba a sus amigos con la misma facilidad. Kenny Garson, que abandonó la escuela a los 18 años, tenía un nivel de lectura de tercer año, de primaria, comprobado. En sentido clínico, Steve Deighan era un poco menos que un retrasado mental. Algunos de los otros estaban fichados por la policía; uno de ellos, Jackie Talbot, fue detenido por primera vez a los nueve años por robar los tapacubos de los coches. Si uno tiene la mentalidad de una asistente social, puede incluso considerar a esta gente como víctimas lamentables. ¿Pero qué podemos decir de la actitud de Chris Hargensen? Me parece que en todo momento, su primer y único objetivo fue la destrucción completa y total de Carrie White…”
“Nuestra vida era un azar. Vivíamos sin ton ni son. Ni se planeaba nada, ni nada se ejecutaba. Comíamos cuando teníamos hambre, bebíamos al sentir la sed, nos retirábamos al abrigo de las cuevas cuando la noche se aproximaba y pensábamos en un juego fortuito el resto de la vida. Éramos muy curiosos, fáciles de divertir y muy abundantes en bromas y jugueteos. Sólo la cólera o el peligro nos volvían serios y graves; pero tan pronto como se disipaba la amenaza se olvidaba todo. Ilógicos, inconsecuentes e inconstantes, carecíamos de firmeza en nuestros propósitos, y esta era la causa de la superioridad de los Hombres del Fuego, que poseían todo esto en que tan pobres éramos nosotros. En algunas cosas, sin embargo, éramos capaces de algún propósito largamente acariciado, especialmente en la vida emocional.”
“Queridos amigos: debido al estado precario de mi salud y a la terrible depresión sentimental que siento al no poder seguir escribiendo y luchando por la libertad de Cuba, pongo fin a mi vida. En los últimos años, aunque me sentía muy enfermo, he podido terminar mi obra literaria, en la cual he trabajado por casi treinta años. Les dejo pues como legado todos mis terrores, pero también la esperanza de que pronto Cuba será libre. Me siento satisfecho con haber podido contribuir aunque modestamente al triunfo de esa libertad. Pongo fin a mi vida voluntariamente porque no puedo seguir trabajando. Ninguna de las personas que me rodean están comprometidas en esta decisión. Sólo hay un responsable: Fidel Castro. Los sufrimientos del exilio, las penas del destierro, la soledad y las enfermedades que haya podido contraer en el destierro seguramente no las hubiera sufrido de haber vivido libre en mi país. Al pueblo cubano tanto en el exilio como en la Isla los exhorto a que siga luchando por la libertad. Mi mensaje no es un mensaje de derrota, sino de lucha y esperanza. Cuba será libre. Yo ya lo soy. Firmado, Reinaldo Arenas. PARA SER PUBLICADA”
“Llamadme Ismael. Hace algunos años -no importa cuántos-, teniendo poco o ningún dinero en la bolsa, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé navegar un poco y ver la parte acuática del mundo. Es una manera que tengo de ahuyentar la melancolía y de regular la circulación. Siempre que noto la amargura en la boca; cuando de mi alma se apodera un noviembre húmedo y lluvioso; cuando me encuentro involuntariamente a mí mismo deteniéndome ante las funerarias y cerrando la marcha en todos los entierros, y especialmente, cuando mi «hipo*» se enseñorea hasta tal punto de mí que requiere un fuerte principio moral para impedirme que salga deliberadamente a la calle y me dedique metódicamente a quitarle el sombrero de un golpe a la gente: entonces ha llegado el momento de embarcarme lo antes que pueda. Esta es mi alternativa a la pistola y a la bala. Catón se arroja sobre su espada, con una expresión filosófica; yo me embarco en silencio. No hay nada sorprendente en ello. En un momento u otro casi todos los hombres, lo sepan o no, comparten conmigo los mismos sentimientos hacia el océano.” *hipocondría
“Comencé a escribir a los ocho años, inesperadamente, sin la inspiración de un modelo. No conocía a nadie que escribiera. En realidad, apenas si conocía a alguien que leyera. El hecho era que sólo cuatro cosas me interesaban: leer, ir al cine, zapatear y dibujar. Luego, un día, empecé a escribir, sin saber que me había encadenado, de por vida, a un amo noble pero despiadado. Cuando Dios nos ofrece un don, al mismo tiempo nos entrega un látigo, y éste sólo tiene por finalidad la autoflagelación.”
“En la medianoche vienen los vigías infantiles y vienen las sombras que ya tiene nombre y vienen los perdonadores de lo que cometieron mil rostros míos en la ínfima desgarradura de cada jornada.”
“El Nautilus, a una velocidad de treinta y cinco millas por hora, avanzaba directamente hacia el oeste. Durante aquel periodo de nuestro viaje, el capitán Nemo hizo interesante experimentos acerca de la temperatura del mar en sus diversas profundidades y sobre sus diferentes densidades. Precisamente al hablarme de esto último me citó sus experimentos en el Mediterráneo, de donde deduje que también se aventuraba por los mares europeos. Esta noticia gustaría mucho, sin duda, a Ned Land. El 16 de enero, el Nautilus se mantenía quieto a pocos metros por debajo de la superficie. Sus aparatos eléctricos no funcionaban y su hélice permanecía inmóvil. Presenciamos entonces un espectáculo único. Las ventanas del salón estaban abiertas y el mar, cubierto de nubes, apenas tenía visibilidad a esa profundidad. De repente el Nautilus se encontró rodeado de luz. Creí que sus fanales se habían encendido, pero al observar mejor comprobé mi error. Flotaba el Nautilus en medio de una gran fosforescencia producida por millones de animalitos luminosos. Se trataba de una aglomeración infinita de pequeños puntos de luz que unidos entre sí provocaban raudales de fulgor en medio de los cuales los grandes peces retozaban alegremente. Parecía que aquella serie ininterrumpida de maravillas jamás iba a tener término. Sin embargo la cruda realidad nos obligó a aceptar nuestra triste situación de prisioneros.”
“En el futuro, ¿no sería yo uno de esos hombres que llevan cuellos sucios, camisas zurcidas, traje color vinoso y botines enormes, porque en los pies le han salido callos y juanetes de tanto caminar, de tanto caminar solicitando de puerta en puerta trabajo en qué ganarse la vida? Me tembló el alma. ¿Qué hacer, qué podría hacer para triunfar, para tener dinero, mucho dinero? Seguramente no me iba a encontrar en la calle una cartera con diez mil pesos. ¿Qué hacer, entonces? Y no sabiendo si pudiera asesinar a alguien, si al menos hubiera tenido algún pariente, rico, a quien asesinar y responderme, comprendí que nunca me resignaría a la vida penuriosa que sobrellevan naturalmente la mayoría de los hombres. De pronto se hizo tan evidente en mi conciencia la certeza de que ese anhelo de distinción me acompañaría por el mundo, que me dije: —No me importa no tener traje, ni plata, ni nada —y casi con vergüenza me confesé: Lo que yo quiero, es ser admirado de los demás, elogiado de los demás. ¡Qué me importa ser un perdulario! Eso no me importa… Pero esta vida mediocre… Ser olvidado cuando muera, esto sí que es horrible. ¡Ah, si mis intentos dieran resultado! Sin embargo, algún día me moriré, y los trenes seguirán caminando, y la gente irá al teatro como siempre, y yo estaré muerto, bien muerto… muerto para toda la vida.”
“Lo llamaban «el Comesol» porque parecía alimentarse de sol crudo, tan gozoso se echaba pancita arriba bajo los más intensos rayos, al tiempo que su hocico se estiraba en algo así como una sonrisa. Su cuerpo era largamente anaranjado, casi solcito también él, pero un solcito que maullaba… Los gigantes dos-piernas-largas lo habían abandonado en un baldío y desde entonces vivía allí, pequeño tigre de ciudad retozando entre botellas, tachos, cascotes y arbustos, como si fuera su selva.”
“Oliver alcanzó la cerca donde finalizaba el sendero y una vez más salió a la carretera principal. Eran las ocho en punto y, aunque se encontraba a casi diez kilómetros del pueblo, corría y en ocasiones se escondía detrás de los setos, hasta el mediodía, temiendo que le pudieran perseguir y dar alcance. Luego se sentó a descansar junto a un hito del camino y empezó a pensar por primera vez dónde sería preferible ir e intentar empezar una nueva vida.”
“No romperás el círculo encantado de la soledad. Estás solo y no conoces a nadie; no conoces a nadie y estás solo. Ves a los demás aglomerarse, apretarse, protegerse, abrazarse. Pero tú, de mirada muerta, no eres sino un fantasma transparente, leproso color grisáceo, silueta convertida en polvo, lugar ocupado al que nadie se acerca. Te esfuerzas con la esperanza de encuentros improbables. Pero no es por ti que el cuero, el cobre o la madera relucen, que las luces se tamizan, que los ruidos se amortiguan. Estás solo aunque los vapores se condensen, a pesar de Lester Young y Coltrane, solo en el calor acolchado de los bares, en las calles vacías donde tus pasos resuenan, en la complicidad adormilada de los únicos bistrots que quedan abiertos.”
“Robin venía haciendo lo mismo desde hacía cinco años. Una obra de teatro cada verano. Tomó esa costumbre cuando vivía en Stratford, donde estudiaba enfermería. Fue con una compañera de estudio que había conseguido un par de entradas gratis gracias a una tía, que trabajaba en el vestuario del teatro. La chica estaba muerta de aburrimiento —representaban El rey Lear—, de modo que Robin no comentó qué le parecía a ella. De cualquier manera no habría sido capaz de expresarlo. Le habría gustado salir sola del teatro y no tener que hablar con nadie, por lo menos en veinticuatro horas. Fue entonces cuando decidió volver. Y volver sola.”
“Al fin, Dios me deparó remedio no pensado, y fue éste: que como pasábamos por muchos casares y aldehuelas, vi un huerto muy hermoso y deleitable, en el cual, además de otras muchas hierbas, había allí rosas incorruptas y frescas con el rocío de la mañana. Yo, como las vi, con gran deseo y ansia, esperando la salud, alegre y muy gozoso lleguéme cerca de ellas; y ya que movía los labios para comerlas, vínome la memoria otro consejo muy más saludable, creyendo que si dejase así de improviso de ser asno y me tornase hombre, manifiestamente caería en peligro de muerte por las manos de los ladrones. Porque sospecharían que yo era nigromántico o que los había de acusar de robo. Entonces, con necesidad, me aparte de las rosas, y sufriendo mi desdicha presente, en figura de asno roía heno con los otros.”
“A cualquier hora que despertaras siempre había una puerta balanceándose. Iban de habitación en habitación, tomados de la mano; levantando aquí, abriendo allá, asegurándose… Una pareja de fantasmas. «Aquí lo dejamos», dijo ella. Y él agregó: «¡Oh, pero aquí también!». «Está arriba», murmuró ella. «Y en el jardín», susurró él. «Con cuidado», dijeron, «o los despertaremos».”
“Oscuro y fruncido como un clavel violeta respira, humildemente agazapado entre el musgo, húmedo aún de amor que sigue la pendiente dulce de las blancas nalgas hasta el borde de su pliegue. Filamentos semejantes a lágrimas de leche han llorado, bajo el vendaval cruel que los rechaza, a través de pequeños coágulos de rojizo abono, para irse por donde la pendiente los llamaba. Mi boca se acopló a menudo a su ventosa, mi alma, del coito material celosa, hizo de él su lagrimal salvaje y su nido de sollozos. Es la oliva desfallecida, y la flauta mimosa, es el tubo por donde desciende el celestial guirlache, ¡Canaán femenino de los trasudores brotados!”
“Si algo me molestaba era sentirme objeto de una observación constante. No porque pensara que querían meterse en mi vida o creyera que me espiaban con intenciones aviesas. Resultaba... no sé cómo decirlo, incómodo para mí que cada vez que saliera al patio las encontrara con la cabeza por encima del tapial. Era una familia rara. Yo saludaba: —Buen día– y jamás me devolvían el saludo. Me costaba además enfrentar esas miradas tristes, de una melancolía infinita, que me lanzaban a través de las gruesas pestañas. Intuía que habían sufrido infortunios, pero todo el mundo padece los propios y no era el caso de compartirlos. Tampoco lo deseaban en apariencia. De ser así, me hubieran devuelto el saludo, iniciado una conversación. Estaban mudas. Yo me acercaba a la tapia, generalmente de noche, para tratar de retener unas palabras sueltas, el barullo de una discu­sión, algún jolgorio, el ruido del televisor encendido. Nada, no ponían ni siquiera la radio. En muchos as­pectos eran vecinas ideales. No reñían, jamás me despertó un escándalo, jamás tuve que golpearles la pared requiriéndoles decoro.”
“Labuelo no quería que nos casáramos y de haberlo permitido nuestra vestimenta hubiera sido un serio impedimento para ello. Enfermó de ira por no poder adivinar nuestros secretos de muchachos. ¿Quién no tiene novia en aquella edad? Labuelo se escondió debajo de mi cama para oírnos hablar a mi hermano y a mí, una noche. Hablábamos de Leticia. ¿La sordera o la maldad le hizo pensar que ella era la amante de mi hermano? Nunca lo sabré. Al moverse, para no ser visto, se le enganchó parte de la barba a una bisagra del armario donde tenía apoyada la cabeza, y dio un gruñido que en aquel momento de intimidad nos dejó aterrados. Al ver que estaba a cuatro patas, como un animal cualquiera, no le perdí el miedo, pero sí el respeto, para siempre.”
“A partir de entonces Rosaura estuvo presente en nuestras conversaciones y en nuestro propio corazón. Acabamos por quererla como una persona de la familia, como si la conociéramos, nada más que por saberla novia de Camilo. Bueno, novia, novia, no lo era aún. El padre ignoraba todo. En serio no habían hablado todavía. Pero se amaban locamente. Y eso era decir más que decir que estaban ennoviados y comprometidos para casarse. Cada lunes, a la noche, preguntábale yo cómo le había ido esa tarde, que habían conversado. Y él me lo contaba todo, punto por punto.”
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