Preparemos el camino para el Señor que llegará pronto; es el momento de apartar los obstáculos si no vemos con claridad la luz que procede de Belén, de Jesús.
Muchos hombres no tienen la nostalgia del Cielo porque se encuentran aquí satisfechos de su prosperidad y confort material y se sienten como si estuvieran en casa propia y definitiva.
Unos pocos minutos diariamente nos ayudan a conocer mejor a Jesucristo, a amarle más, pues sólo se ama lo que se conoce bien.
En la acción de gracias de la Comunión, mientras que tenemos en nuestro corazón al Señor del Cielo y tierra, nos unimos a todo el universo en su pregón de agradecimiento al Creador.
Sabemos que, en todas las situaciones, la victoria está de nuestra parte.
las propias fragilidades servirán para afianzar nuestra perseverancia, pues nos volverán más humildes y aumentarán nuestra confianza en la misericordia divina.
Cristo con su doctrina ha proclamado la verdad fundamental del hombre, su libertad y su dignidad sobrenatural, por la gracia de la filiación divina. Cristo tiene «palabras de vida eterna» (Jn 6, 58), y nos ha dejado el encargo de transmitirlas a todas las generaciones hasta el fin de los tiempos. Cada cristiano debe ser testimonio de buena doctrina, testigo –no sólo con el ejemplo: también con la palabra– del mensaje evangélico.
La mejor manera prepararnos para la Navidad es vivir el Adviento junto a la Virgen. Nuestra vida también es un adviento y hemos de vivirla junto a Nuestra Señora si lo que queremos es encontrar a Cristo en esta vida y después en la eternidad.
Éste es el criado fiel y solícito a quien el Señor ha puesto al frente de su familia (Antífona de entrada. Lc 12, 42). Esta familia de la que se habla en la Antífona de entrada de la Misa es la Sagrada Familia de Nazaret, el tesoro de Dios en la tierra, que encomendó a san José, «el servidor fiel y prudente», que entregó su vida con alegría y sin medida para sacarla adelante.
La entrega plena de Cristo por nosotros, que culmina en el Calvario, constituye la llamada más apremiante a corresponder a su gran amor para cada uno de nosotros. En la Cruz, Jesús consumó la entrega plena a la voluntad del Padre y el amor por todos los hombres, por cada uno: «me amó y se entregó por mí»
Jesús nace en una cueva, oculto a los ojos de los hombres que lo esperan, y unos pastores de alma sencilla serán sus primeros adoradores. La sencillez de aquellos hombres les permitirá ver al Niño que les han anunciado.
El Señor se conmueve y derrocha sus gracias ante un corazón humilde. La soberbia es el mayor obstáculo que el hombre pone a la gracia divina. Y es el vicio capital más peligroso: se insinúa y tiende a infiltrarse hasta en las buenas obras, haciéndoles perder su condición y su mérito sobrenatural; su raíz está en lo más profundo del hombre (en el amor propio desordenado), y nada hay tan difícil de desarraigar e incluso de llegar a reconocer con claridad.
La historia de la Encarnación se abre con estas palabras: ‘No temas, María’ (Lc 1, 30). Y a San José le dirá también el Ángel del Señor: José, hijo de David, no temas (Mt 1, 20). A los pastores les repetirá de nuevo el Ángel: ‘No tengáis miedo’ (Lc 2, 10).
El Niño que contemplamos estos días en el belén es el Redentor del mundo y de cada hombre. Más tarde, durante sus años de vida pública, poco dice el Señor de la situación política y social de su pueblo, a pesar de la opresión que éste sufre por parte de los romanos.
En el Evangelio de la Misa leemos el relato del sacrificio de los niños de Belén ordenado por Herodes. No hay explicación fácil para el sufrimiento, y mucho menos para el de los inocentes. El sufrimiento escandaliza con frecuencia y se levanta ante muchos como un inmenso muro que les impide ver a Dios y su amor infinito por los hombres.
Sabemos de San Juan que desde que conoció al Señor, no le abandonó jamás. Cuando ya anciano escribe su Evangelio, no deja de anotar la hora en la que se produjo el primer encuentro con Jesús: Era alrededor de la hora décima (Jn 1, 39), las cuatro de la tarde.
San Esteban, protomártir. - Audio 26 de diciembre 2020.
La Virgen sabía que ya estaba próximo el nacimiento de Jesús, y sin embargo emprendió con alegría el viaje a Belén para empadronarse como lo indicaba el edicto de César Augusto. Su pensamiento estaba puesto en el Hijo que le iba a nacer en el pueblo de David.
De modo muy especial y extraordinario, la vida de la Virgen está centrada en Jesús. Lo está singularmente en esta víspera del nacimiento de su Hijo. Apenas podemos imaginar el recogimiento de su alma.
El nacimiento de Jesús, y toda su vida, es una invitación para que nosotros examinemos en estos días la actitud de nuestro corazón hacia los bienes de la tierra. El Señor nace en una cueva, en una aldea perdida.