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Un Minuto Con Dios - Dr. Rolando D. Aguirre
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¿Has participado alguna vez en algún tipo de exploración? Se le llama "sentido de exploración" a aquel impulso que lleva a las personas a involucrarse en diversas formas de exploración. Algunos se dedican a la arqueología, otros exploran aspectos culturales y muchos también participan en misiones. Los exploradores comparten ciertas características distintivas: son arriesgados, inquisitivos, observadores, aventureros, analíticos y, a menudo, extremadamente valientes.
En la Biblia encontramos relatos de personas que actuaron como exploradores. Una historia notable narra cómo Moisés envió a doce exploradores para que informaran sobre la tierra prometida que el pueblo de Israel debía conquistar. Diez de ellos regresaron con un informe completamente negativo, centrado en los desafíos formidables que enfrentarían: pueblos fuertes, gigantes y obstáculos aparentemente insuperables. Solo dos, Josué y Caleb, ofrecieron un informe diferente: uno lleno de fe, posibilidad y confianza en la victoria.
Cuando te enfrentas a la exploración de algo nuevo, ¿qué tipo de informe tiendes a presentar? ¿Es positivo y lleno de fe, o negativo y desesperanzador? Dios desea que confiemos en Él en todo momento y que nuestras exploraciones reflejen esa confianza y esperanza en Su guía y poder. La Biblia dice en Números 13:30-31, “30 Pero Caleb trató de calmar al pueblo que se encontraba ante Moisés. ¡Vamos enseguida a tomar la tierra! —dijo—. ¡De seguro podemos conquistarla! 31 Pero los demás hombres que exploraron la tierra con él, no estuvieron de acuerdo: ¡No podemos ir contra ellos! ¡Son más fuertes que nosotros!”, (NTV).
Ya no discutas más.” Estas son palabras que he escuchado a lo largo de mi vida en momentos de altercados y diferencias que suelen ser algo desagradables. Las discusiones tienen el poder de desafiar nuestra naturaleza, tanto de manera positiva como negativa. Por lo general, son una prueba de nuestro carácter. La clave está en la paciencia que ejercemos al enfrentarlas. Herbert Spencer nos recordó: “Conserva la calma en las discusiones, porque el apasionamiento puede convertir el error en falta y la verdad en descortesía.”
Las discusiones nos ponen a prueba en el control de nuestras emociones. Habitualmente, surgen por la falta de dominio emocional. Entonces, ¿cómo deberíamos actuar durante una discusión? Debemos pensar antes de actuar. No debemos reaccionar con ira ni actuar por impulso. Es crucial no dar rienda suelta a nuestras emociones ni a nuestras palabras. A veces, el silencio es la mejor respuesta. Debemos calmarnos antes de tomar cualquier acción y orar a Dios para encontrar la mejor forma de responder. Si la situación amenaza con salirse de control, es prudente alejarnos de la persona o del lugar.
En conclusión: “No demos rienda suelta ni a nuestras emociones ni a nuestras palabras.” Así, evitaremos muchas de las discusiones que enfrentamos en la vida. La Biblia dice en Proverbios 15:1, “La respuesta amable calma el enojo, pero la agresiva echa leña al fuego” (NVI)
“Ya no quiero Batallar”. Esta es una frase común que expresa el deseo de evitar lidiar con ciertos desafíos o personas. Para muchos, el “no batallar” sería el ideal. No obstante, las batallas son una parte esencial y natural de la vida. Vivir sin enfrentarse a pruebas y batallas sería una vida incompleta, al menos en nuestra esfera humana y finita. Entonces, ¿qué actitud debemos tomar ante las batallas?
Primero, no debemos esquivar ni evitar las batallas. Estas experiencias nos enseñan, nos fortalecen y nos permiten experimentar la verdadera sensación de victoria, algo que solo se logra al enfrentarlas. Segundo, debemos prepararnos con antelación en la medida de lo posible, antes de que estas lleguen. Tercero, es fundamental enfrentarlas con una actitud de fe y como miembros de una comunidad espiritual. Las batallas no se deben enfrentar en soledad. Cuarto, debemos buscar consejo y dirección tanto de Dios como de aquellos que han pasado por situaciones similares y han salido victoriosos.
Finalmente, debemos confiar en la poderosa intervención de Dios. Él es quien nos da fortaleza, nos guía, pelea nuestras batallas y nos concede la victoria cuando es Su voluntad. Así que, permite que Él sea quien pelee tus batallas. La Biblia dice en Deuteronomio 3:22, “No les tengas miedo, que el Señor tu Dios pelea por ti” (NVI).
La vida está llena de exámenes: algunos académicos, otros relacionales y físicos que nos desafían y nos hacen crecer. Sin embargo, uno de los más importantes y a menudo descuidados es el examen espiritual. ¿Cuándo fue la última vez que reflexionaste sobre tu vida espiritual?
La Biblia nos muestra ejemplos de personas que ignoraron este examen espiritual y sufrieron las consecuencias de alejarse de Dios. No debemos esperar hasta enfrentar esas consecuencias para evaluar nuestra relación con Él. He aquí algunas preguntas para reflexionar: ¿Cómo está tu vida espiritual? Es crucial evaluar regularmente nuestra conexión con Dios. ¿Estás cultivando una relación íntima con Él a través de la oración y el estudio de Su Palabra? ¿Estás pasando tiempo en comunión con Dios? La comunión diaria con Dios es vital para nuestro crecimiento espiritual. Además ¿Estás dedicando tiempo a escuchar Su voz y a obedecer Su dirección? Por otro lado, ¿Estás creciendo en tu fe? Recuerda que la fe se fortalece cuando enfrentamos desafíos y confiamos en Dios. ¿Estás permitiendo que Él te lleve a nuevas alturas espirituales? Y, por último, ¿Hay áreas de tu vida que necesitan ser ajustadas? La auto reflexión honesta revelará áreas donde necesitamos arrepentirnos y cambiar. ¿Estás dispuesto a permitir que Dios transforme esas áreas? La Biblia dice en el Salmo 139:23, “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos ” (RV1960).
¿Te has enlodado alguna vez? El lodo tiene esa cualidad única de adherirse a nuestra ropa, nuestros vehículos y los lugares donde vivimos sin que nos demos cuenta. De manera similar, hay muchas cosas en la vida que se adhieren a nosotros sin que nos demos cuenta: palabras, costumbres, gestos, rutinas e incluso comportamientos que antes no podríamos haber imaginado adoptar.
¿De qué te has enlodado sin darte cuenta? ¿Cómo podrías limpiarte para evitar ensuciarte más o ensuciar a otros? La respuesta la encontramos en la Palabra de Dios. Ella nos enseña que nuestros pecados pueden dañar nuestras relaciones y afectar nuestro corazón. Sin embargo, no hay pecado que no pueda ser limpiado por la sangre de Cristo Jesús. La Biblia enseña que Dios Padre perdona nuestros pecados, sin importar cuán horribles o sucios sean. Jesús pagó un alto precio para limpiar nuestras mentes y corazones.
¿Deseas que Dios limpie tu mente y corazón? ¿Deseas que Él restaure tus relaciones interpersonales y limpie todo en tu vida? Él está dispuesto y listo para hacerlo. La Biblia dice en el Salmo 51:10, “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu” (NTV).
Solo decídete y pídelo”. Esta fue la frase que escuché el otro día de un padre hablándole a su hijo en una tienda, al ver su cara indecisa para pedir un simple dulce. Me hizo reflexionar, porque muchas veces me encuentro en una situación similar. A menudo, estoy corriendo de un lado a otro, ocupado en múltiples tareas, asumiendo que todo va a salir bien. Pero he aprendido que es esencial detenerme y preguntarle a Dios: “¿Cuál es la dirección que debo tomar?”. Frecuentemente, mi oración es: “Señor, muéstrame tu voluntad en esta situación”. Y en otras ocasiones, simplemente le pido a Dios, no como si fuera un comodín benevolente, sino como a mi Padre celestial, quien todo lo puede y sabe qué es lo mejor para mí.
Te preguntarás: ¿Por qué debemos pedir antes de que Él responda? La respuesta es sencilla: nuestra relación con Dios comienza con la fe. Dios no nos forza, ni nos obliga; Él nos invita a tener una relación con Él. En esa relación, podemos conocer Su voluntad y pedir conforme a ella. La primera pregunta que debemos hacerle es: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”. Esta es una pregunta de sumisión. La segunda es: “Señor, ¿cuál es la dirección que deseas que tome?”. Esta es una pregunta para inquirir de Su sabiduría.
Entonces, pídele con fe y de acuerdo con Su voluntad. Confía en que Dios escucha y que Sus respuestas siempre son para nuestro bien, incluso cuando no las entendemos del todo. La Biblia dice en Santiago 1:5, “ Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie” (NTV).
¿Alguna vez has visto una copa rebosante? Son esas copas que están tan llenas que el líquido se desborda por encima de ellas. Esto suele ocurrir con bebidas gaseosas, cuya efervescencia las hace rebosar. Personalmente, me encanta ver vasos rebosantes, llenos hasta el borde y más allá. No me agrada ver vasos o copas a medias; las cosas a medias simplemente no funcionan igual. Dios también quiere que nuestras vidas sean rebosantes. Él no desea llenarnos a medias, sino que quiere llenarnos completamente, para que desbordemos de su presencia y amor.
Cuando hablamos de ser llenos del Espíritu, no nos referimos solo a una llenura como la de un vaso, sino a ser controlados por Dios en nuestra vida diaria. Ser llenos del Espíritu significa que nuestras acciones, pensamientos y decisiones estén guiados por Él en nuestro caminar de fe. Sin embargo, en un sentido más práctico, ¿de qué cosas deseas que Dios llene tu vida? ¿Cuáles son los vacíos que Él puede llenar? ¿En qué áreas necesitas Su provisión y Su presencia?
Dios desea que estemos llenos, completos y felices. Quiere que nuestro corazón esté satisfecho por Él, que nuestras acciones sean guiadas por Su Espíritu, y que confiemos nuestro presente y nuestro futuro en Sus manos. Él quiere que nuestra vida esté desbordante de Su amor, de Su bondad y de todo lo que emana de Su ser.
Entonces, la pregunta que debemos hacernos es: ¿estamos dispuestos a dejarnos llenar por Dios? La Biblia dice en el Salmo 23:5, “Dispones ante mí un banquete en presencia de mis enemigos. Has ungido con perfume mi cabeza; has llenado mi copa a rebosar. (NVI).
Stephen King una vez dijo: “El momento que da más miedo es siempre justo antes de empezar”. Todos los comienzos son desafiantes y difíciles, y la incertidumbre que los acompaña puede ser aterradora. Sin embargo, la verdad es que nadie puede retroceder en el tiempo para hacer un nuevo comienzo, pero cualquiera puede comenzar desde ahora y forjar un nuevo final. Alguien mencionó una vez: “Simplemente, para poder seguir a veces hay que empezar de nuevo”. Esto nos recuerda que los comienzos no son solo inevitables, sino también oportunidades preciosas que Dios nos da para aprovechar y transformar nuestra vida.
Hay un concepto bíblico que siempre me ha conmovido profundamente: “Las misericordias de Dios se renuevan cada mañana” (Lamentaciones 3:22-23). La creación misma nos enseña este principio al ofrecernos un nuevo día cada veinticuatro horas y las estaciones del año nos muestran cómo la naturaleza se renueva constantemente. Pero ¿adoptamos realmente este principio en nuestra vida diaria? ¿Creemos en las oportunidades que Dios nos brinda cada día, o estamos convencidos de que ya las hemos perdido todas?
Dios desea enseñarnos valiosas lecciones en cada nuevo comienzo. La fe no debe perderse, y debemos recordar que los mejores comienzos suelen venir después de los peores finales. Así que, no tengas miedo de comenzar una y otra vez. Dios está contigo en cada paso del camino. La Biblia dice en Isaías 65:17, “Presten atención, que estoy por crear un cielo nuevo y una tierra nueva.
No volverán a mencionarse las cosas pasadas, ni se traerán a la memoria” (NVI).
Recientemente, escuché un dicho que me llamó profundamente la atención: “Miles han vivido sin amor, pero ni uno solo sin agua”. El agua es esencial para la vida. Es la fuerza que mueve toda la naturaleza. Sin agua, la vida no puede sostenerse. ¿Alguna vez has sentido una sed tan intensa que todo lo que deseabas era un poco de agua? ¿Te has encontrado alguna vez deshidratado, anhelando desesperadamente unos tragos de agua? Yo he experimentado esto en zonas selváticas y desérticas, y puedo asegurar que no es nada placentero.
En la Biblia, Jesús es descrito como “el agua de vida”. En una ocasión, se acercó a un pozo para beber agua. Allí, se encontró con una mujer samaritana, alguien con quien, culturalmente, no debería haber interactuado por ser judío. Jesús le pidió agua y, en pocas palabras, le reveló todo lo que estaba pasando en su vida. Cuando la mujer le ofreció agua, Jesús le dijo que Él tenía un tipo de agua que haría que nunca más tuviera sed.
Ese encuentro transformó la vida de la mujer. Ella experimentó una transformación profunda y fue a compartir con otros sobre esa “agua de vida” que sació su sed espiritual. Y tú, ¿has bebido de esta agua de vida que ofrece Jesús, o deseas tomar de ella para nunca más tener sed? La Biblia dice en Juan 4:14, “pero todos los que beban del agua que yo doy no tendrán sed jamás. Esa agua se convierte en un manantial que brota con frescura dentro de ellos y les da vida eterna” (NTV).
Recuerdo una canción que aprendí en la escuela dominical de niños que dice: “Rayito de luz, rayito de luz, brilla en el sitio donde estés, brilla en el sitio donde estés, puedes con tu luz algún perdido rescatar, brilla en el sitio donde estés”. Esta canción nos transmite una gran verdad: “Debemos brillar en el lugar donde estemos”. A veces, nuestro aporte puede parecer pequeño, un simple rayito de luz, pero en un lugar de gran oscuridad, incluso el más pequeño rayo puede convertirse en una luz poderosa y transformadora. Debemos recordar que en nuestros momentos más oscuros, debemos enfocarnos en buscar y ver la luz.Como dijo Desmond Tutu: “La esperanza es ser capaz de ver que hay una luz a pesar de toda la oscuridad”. Ser un “rayito de luz” significa mostrar que tenemos fe y esperanza, incluso cuando todo parece sombrío. Es alumbrar en medio de la oscuridad, mostrando que somos diferentes y llevando esperanza a donde otros solo ven desolación. Aunque estemos rodeados de oscuridad, siempre hay partes que pueden brillar. Ser luz es esperar lo mejor y confiar en lo que Dios tiene preparado para nosotros, compartiendo la esperanza y el amor que llevamos en el corazón. Es decidir ir en contra de la corriente, destacarnos y no ser parte del montón, siendo únicos y auténticos. Entonces, reflexiona: ¿qué tipo de luz estás irradiando? ¿Estás irradiando la luz de Cristo? La Biblia dice en Isaías 9:2, “El pueblo que camina en oscuridad verá una gran luz. Para aquellos que viven en una tierra de densa oscuridad, brillará una luz” (NTV).
Alguien dijo una vez: “El secreto de una vida feliz es el respeto”. En consecuencia, podríamos decir que “el secreto de una vida infeliz es el irrespeto”. ¿Has conocido a personas irrespetuosas? Son aquellas que manifiestan una falta de respeto hacia algo o hacia alguien. El irrespeto se ha convertido en una falta grave que impide la sana convivencia entre las personas, pues atenta contra uno de los valores fundamentales que garantizan la armonía social: el respeto.
A menudo, las personas que no respetan a los demás es porque no se respetan a sí mismas. El respeto no es solo una cortesía; es una expresión profunda de amor y aprecio por la dignidad humana y por las diferencias individuales. Debemos aprender a respetar las diferencias de los demás, a valorar las opiniones ajenas, a honrar otras culturas y a apreciar a quienes nos rodean. Como dice un sabio dicho: “Siempre es más valioso tener el respeto que la admiración de las personas”.El respeto es un principio esencial en la escala de valores de la sociedad. Por eso, es importante que nos hagamos algunas preguntas clave: ¿Me respeto a mí mismo? ¿Cómo puedo mejorar mi respeto hacia los demás? ¿Cómo puedo contribuir a crear una cultura de respeto en mi entorno? Y, sobre todo, ¿cómo puedo respetar más los preceptos de Dios? La Biblia dice en Colosenses 3:13, “soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otrossi alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (RV1960).
Por un largo tiempo viví en un área propensa a inundaciones. Cada vez que llovía intensamente, notaba que la casa de mi vecino se convertía en un pequeño lago. Siempre tenía dificultades para entrar con sus carros, lo que parecía ser un gran desafío. Agradecía a Dios porque mi casa estaba situada un poco más alta y aunque lloviera muy fuerte, no se inundaba. Sin embargo, recibíamos las corrientes de agua que bajaban de las otras casas y se acumulaban frente a la nuestra.
Esto me lleva a reflexionar sobre las áreas de nuestro corazón que pueden estar "inundadas". Algunas partes de nuestro corazón pueden ser una "zona de inundación" para diversos sentimientos. Nuestro corazón puede llenarse de sentimientos buenos, pero también de emociones dañinas. Las preguntas que surgen son: ¿Qué estamos haciendo para evitar que nuestro corazón se inunde de sentimientos engañosos? ¿Qué medidas estamos tomando para que las torrentes de amargura, enojo, frustración y engaño no hagan estragos en nuestra vida?
Es crucial que pongamos límites para evitar que nuestro corazón se inunde de aguas innecesarias. La clave está en construir nuestra vida sobre la roca firme que es Cristo. Así, aunque las lluvias torrenciales de la vida lleguen, nuestra casa no se inundará. La Biblia dice en Mateo 7: 24-25, “Todo el que escucha mi enseñanza y la sigue es sabio, como la persona que construye su casa sobre una roca sólida. 25 Aunque llueva a cántaros y suban las aguas de la inundación y los vientos golpeen contra esa casa, no se vendrá abajo porque está construida sobre un lecho de roca”, (NTV).
En mi país natal, Colombia, es común escuchar la frase: “Eso es puro cuento” cuando alguien no cree en lo que está escuchando o sabe que la persona está diciendo mentiras. A veces, simplemente sacamos conclusiones apresuradas y desacreditamos la información de inmediato diciendo: "Eso es puro cuento". Pero ¿realmente es siempre así? ¿Y si lo que nos dicen es verdad? ¿Por qué juzgamos tan rápido y con tanta facilidad?
La tendencia natural del ser humano es ser crítico, desconfiado y, a veces, incluso mentiroso. Sin embargo, como seguidores de Cristo, estamos llamados a cultivar la verdad de la Palabra de Dios en nuestras vidas. No todo es "puro cuento". A veces, las historias que nos parecen increíbles son, de hecho, verdad. Dios tiene el poder de sorprendernos, cambiando personas y situaciones de maneras que no podemos imaginar. Él todavía hace milagros y puede transformar lo que parece imposible. Dios obra con poder y libertad en medio de nosotros.
Es importante dejar atrás la incredulidad, el espíritu crítico y nuestra inclinación a juzgar de manera precipitada. Recordemos que solo Dios tiene el juicio puro y perfecto. Él es el único que tiene la autoridad para juzgar con justicia y verdad. En lugar de ser rápidos en juzgar, debemos aprender a vivir en la libertad que Cristo nos ofrece, confiando en Su capacidad de transformar y renovar. La Biblia dice en Romanos 2:1, “Por tanto, no tienes excusa tú, quienquiera que seas, cuando juzgas a los demás, pues al juzgar a otros te condenas a ti mismo, ya que practicas las mismas cosas” (NTV).
En nuestra sociedad moderna, muchas veces vivimos atrapados en un mundo de apariencias. Existe un viejo refrán que dice: “Las apariencias engañan”. Aparentar es mostrar a los demás una fachada que no corresponde con nuestra verdadera esencia. Es vivir en una mentira, presentándola como si fuera una realidad. Es colocar una máscara frente al mundo y ocultar lo que realmente hay en nuestro corazón. Con frecuencia, nos preocupamos más por parecer felices ante los ojos de los demás que por buscar una verdadera felicidad. Este estilo de vida nos convierte en prisioneros de una falsedad que adoptamos como si fuera nuestra verdad.
Un proverbio afirma: “Mientras se juzgue al enemigo solo por su apariencia, su victoria está asegurada”. Esto nos enseña que vivir bajo apariencias no lleva a la victoria, sino a la derrota. Algunas personas moldean su manera de hablar, vestir, actuar e incluso de caminar, para proyectar una imagen que no es la suya. Pero ¿qué ocurre realmente en sus vidas? La realidad es que han elegido ser esclavos del “qué dirán”, esclavos de una o más mentiras. Vivir en una falsedad nos convierte en esclavos de esa mentira.
Por lo tanto, deja de aparentar lo que no eres. No intentes ser o hacer algo que no se alinea con tu verdadera naturaleza. Sé auténtico y busca la verdadera felicidad que proviene de adoptar tu identidad en Cristo. Las promesas de Su Palabra y las bendiciones que Él ha preparado para ti están basadas en la verdad, no en la apariencia. La autenticidad en Cristo es lo que te libera de las cadenas de la falsedad y te permite vivir una vida plena y verdadera. La Biblia dice en Juan 7:24, “No juzguen por las apariencias; juzguen con justicia”, (NVI).
“¿Reconciliarme con esa persona? Ni loca(o) lo haría”. Esta es una respuesta que he escuchado frecuentemente cuando hablo sobre la importancia de la reconciliación. La verdad es que puede ser increíblemente difícil reconciliarnos con alguien que nos ha herido profundamente, que ha mentido, traicionado o abusado de nuestra confianza. La reconciliación puede parecer una meta inalcanzable.
En cierto sentido, la relación entre Dios y la humanidad también parecía irreconciliable. A lo largo de la historia, los seres humanos han intentado acercarse a Dios, pero estos esfuerzos muchas veces resultaban fallidos. Desde el principio, el pecado afectó nuestra relación con Dios. La desobediencia y la rebelión del hombre nos alejaron cada vez más de Él. No obstante, Dios tenía un plan maravilloso para reconciliar al mundo consigo mismo a través de Su Hijo, Jesucristo. Dios Padre envió a Su único Hijo para proveer el camino hacia la reconciliación con Él. Así, lo que parecía irreconciliable, de repente tenía una nueva oportunidad de ser restaurado. Dios ha abierto la puerta para que podamos reconciliarnos con Él. ¿Ya has dado ese paso? Además, nos ha encomendado la tarea de ser agentes de reconciliación. ¿Estás dispuesto a ser un reconciliador? La Biblia dice en 2 de Corintios 5:18, “Y todo esto procede de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación” (LBLA).
Hace algún tiempo, junto a mi familia, visitamos el monumento erigido para honrar a las muchas vidas perdidas en la tragedia del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Al recorrer el lugar y observar las imágenes de aquel doloroso episodio en la historia estadounidense, no pude evitar reflexionar sobre cómo, a pesar de los años transcurridos y de la edificación de un monumento y la construcción de otro en proceso, el sitio de la tragedia ha sido transformado en un espacio de tránsito y visita cotidiana. Este hecho nos invita a meditar sobre el concepto de “reedificación”.A lo largo de la historia, hemos sido testigos de cómo naciones, civilizaciones y regiones enteras han logrado sobreponerse a guerras, desastres naturales y calamidades provocadas por el ser humano. Dios ha dotado al ser humano de la capacidad para crear, reorganizar, diversificar, reasignar y reconstruir. Tras cada tragedia, se abre una nueva oportunidad para volver a construir y renacer. ¿Qué es lo que necesitas reedificar en tu vida? En el Antiguo Testamento, los patriarcas reedificaban altares para adorar a Dios. Nehemías, por su parte, lideró la reedificación del muro de Jerusalén. Josué, tras caminar sobre las ruinas de la conquista, también participó en la reconstrucción. Y tú, ¿qué necesitas reedificar hoy en tu vida? La Biblia dice en Isaías 61:4, “Entonces reedificarán las ruinas antiguas, levantarán los lugares devastados de antaño, y restaurarán las ciudades arruinadas, los lugares devastados de muchas generaciones” (LBLA).
“Cambiar, ¿para qué?” Esa es la respuesta de muchas personas que tienen problemas con el cambio. Aunque las cosas no estén funcionando, prefieren seguir haciendo lo mismo, obteniendo resultados muy pobres, pero conformándose por temor al cambio. Sin embargo, el cambio es natural, bueno y muy enriquecedor. Por ejemplo: ¿qué sería de las plantas si no crecieran y se convirtieran en árboles frondosos o en hermosas flores y rosales? ¿Qué sería del ser humano si no creciera y llegara a la madurez? ¿Qué sería de la naturaleza sin las diferentes estaciones? ¿Qué sería de los animales si no formaran parte de una cadena alimenticia? En fin, el cambio es evidente e inevitable. La pregunta que surge es: ¿por qué queremos evitarlo nosotros?
Aquí te ofrezco tres pautas para recibir los cambios. En primer lugar, evalúa los tiempos, procesos y eventos que estás atravesando actualmente de manera objetiva. Segundo, considera el efecto que dicho cambio tendría en tus relaciones más importantes y en tu crecimiento personal. Tercero, toma en cuenta lo que dice la Palabra de Dios, otros creyentes y mentores maduros en la fe, y nunca ignores la voz del Espíritu Santo. Aceptar el cambio puede ser un desafío, pero es a través de él que crecemos y nos transformamos en la mejor versión de nosotros mismos, reflejando la luz y el propósito que Dios tiene para nuestras vidas.
La Biblia dice en Efesios 4:22-23, “22 desháganse de su vieja naturaleza pecaminosa y de su antigua manera de vivir, que está corrompida por la sensualidad y el engaño. 23 En cambio, dejen que el Espíritu les renueve los pensamientos y las actitudes” (NTV).
Hace algún tiempo, al visitar la selva, recordé lo que se siente dormir en completa oscuridad cuando me desperté durante las altas horas de la noche. Instintivamente, el ser humano busca un poco de luz en medio de la oscuridad, ya que una pequeña luz en un lugar totalmente oscuro suele brillar de una manera impresionante. Una pequeña lámpara marca la diferencia cuando se está caminando en la oscuridad selvática de la noche.
Esto me hizo reflexionar sobre la luz que irradiamos como hijos de Dios. Nosotros somos esa luz que alumbra intensamente en la oscuridad. Somos el punto de referencia para los perdidos. Somos la llama encendida para el que tiene frío. Somos la lámpara en el camino para el desubicado. Somos la esperanza para los ciegos. Somos la guía para los que pueden ver, pero andan desorientados. Somos la esperanza para el que se encuentra caído. Somos la paz para el que está oprimido y la confianza para el que se siente entristecido.
Entonces, ¿cómo estás dejando brillar tu luz? ¿Estás permitiendo que otros sigan la luz de Cristo en ti o estás escondiendo el poder de la luz que hay en ti? ¿Cómo puedes hacer para que brille aún más? Recuerda que somos la luz en un mundo lleno de oscuridad.La Biblia dice en Mateo 5:15, “Nadie enciende una lámpara y luego la pone debajo de una canasta. En cambio, la coloca en un lugar alto donde ilumina a todos los que están en la casa” (NTV).
¿Te has sentido abrumado, con dolor de cabeza y con ganas de hacer cualquier cosa menos continuar con lo que estás haciendo? Creo que este es un sentimiento que todos hemos experimentado. Nos abrumamos por las múltiples ocupaciones, por nuestras relaciones, por nuestras emociones, por el presente o por un futuro que puede parecer desafiante. Como dijo José Mujica: Estoy muy contento con el hoy, me tiene abrumado el pasado mañana. La conclusión es que los problemas nos abruman hoy en día, pero si permitimos que nos agobien demasiado, no seremos capaces de salir de ellos.
¿Cuál es la solución? Aquí hay algunas pautas: detente por un momento para reflexionar sobre las causas de tu gran preocupación. Determina las cosas que puedes cambiar y deja ir las que no puedes cambiar. Pregúntate si eres parte del problema o parte de la solución. Busca el consejo sabio de alguien maduro en la fe. Pídele paz a Dios y fortalécete en Su poder y no en el tuyo. Espera un tiempo y verás que poco a poco las cosas serán diferentes. Finalmente, toma una postura de fe, lee la Palabra de Dios para buscar dirección y ora constantemente para experimentar lo sobrenatural en medio de cada una de tus situaciones. La Biblia dice en Jeremías 17:7, “»Pero benditos son los que confían en el Señor y han hecho que el Señor sea su esperanza y confianza”, (NTV).
“No pasa nada”. Esta es una frase que usamos comúnmente. Generalmente significa que “todo está bien o estará bien”. Otros usan la expresión: “Todo tranquilo”, para comunicar que las cosas están o van bien. Pero ¿realmente todo está bien? Esa es una respuesta rápida y cotidiana. Sin embargo, podemos estar desmoronándonos y aun así decir que todo está bien cuando no es así.
La verdad es que todos los días nos pasa algo. El día que no nos pase nada será porque estaremos a varios metros bajo tierra. La vida está llena de sorpresas, de altos y bajos, de incertidumbres, de victorias y de algunas derrotas. Nos ocurren muchas cosas en el día a día. No obstante, debemos aprender a no dejar que la vida se nos pase esperando los mejores tiempos, porque quizá ya los estemos viviendo. Como dice otra frase: “El problema no es tanto lo que nos pasa, sino lo que somos capaces de hacer con lo que nos pasa”.
Por lo tanto, pase lo que pase, debemos ser estudiantes de la vida. Si nos pasamos la vida esperando a que algo pase, lo único que se pasará será la misma vida. La Biblia dice en el Salmo 28:7, “El Señor es mi fuerza y mi escudo; mi corazón en él confía; de él recibo ayuda. Mi corazón salta de alegría, y con cánticos le daré gracias” (NIV).




