El corazón se me aceleró a tope y aunque una intensa energía recorría mi cuerpo, también me sentía llena de paz. Tantos años de habernos buscado, tanto tiempo de haberte soñado, tantos encuentros tropezados nos habían llevado a amarnos. "Nos merecemos esto. El universo es sabio", me dije.
Sentí que toda la sangre se me fue a los pies. En ese momento perdí la fe en la justicia y en el valor de la amistad que nos había unido por tantos años. Me sentí devastada. Algo mucho peor que un huracán había arrasado con mi dignidad.
Sentí la sangre hervir en mis venas. Casi podía ver fuego emanando de mis manos. Mi estómago, apretado, me pedía golpear algo, y mi mente que no lograba encontrar claridad solo me empujaba a seguir corriendo.
Quizá no supe expresar exactamente lo que quería decir, pero ya lo había dicho así. Por más que intentara arreglarlo, ya estabas a la defensiva. Quizá pensarías que realmente no quería nada contigo, y claro que quería algo contigo; era más que evidente. Sólo que aún no era tiempo. Tenía claro que las heridas deben ser cuidadas hasta que cicatricen, o de lo contrario vuelven a sangrar a la primera oportunidad.
Me quedé sin palabras. En un instante el mundo se tornó borroso, los ojos se me inundaron. De algún rincón de mi ser brotaron palabras para concluir la llamada. “Salgo para allá en cuanto termine. Te amo.”, dije sin entender si estaba hablando, pensando o delirando, mientras tú seguías tomando mi mano. Unos segundos después, con la cabeza aún llena de algodón, escuché que el encargado del escenario pronunciaba algunas palabras en voz baja cerca de mi oído. “Ya estamos listos, comenzamos en cuanto quieras”.
A medida que se acercaba el día del concierto, me crecía un nudo en el estómago de la emoción. Por fin iba a presentar mi disco y era un sueño hecho realidad. Mi atención y mi concentración estaban tan dirigidas a ese momento que nada de lo que pasara en La Nave ni nada de lo que dijera Dalia podían derrumbarme.
... Mariana está escribiendo Advertí que se trataba de algo importante, a juzgar por lo difícil que se te estaba haciendo comunicarlo. ... Mariana está escribiendo Definitivamente no me esperaba una confesión así. Cuando por fin llegó el mensaje, me inundó el corazón como un tsunami.
“Tengo que poner un alto” volvió a resonar en mi cabeza cuando aterricé en Ciudad de México después de una semana de haberme llenado de ti. No tenía un plan concreto, pero había logrado vislumbrar el primer paso: poner tierra de por medio permanentemente.
Comenzamos a adoptar posturas claras que fueron redefiniendo nuestra dinámica de trabajo y, por supuesto, deteriorándola. Ella era La Enojada, y yo era La Culpable.
"¿Quieres ser mi novia?" La frase rebotó en todas las esquinas de mi cerebro sin que pudiera articular respuesta alguna.
Te saludé con un abrazo fuerte, intentando inmortalizar esa magia que tienen los abrazos de aeropuerto, y pensé en todas las veces que te había atrapado entre mis brazos en ese mismo lugar. Me pareció un lindo ritual que, sin querer, ya habíamos instaurado entre nosotras.
Tu gesto cambiaba cuando me escuchabas hablar con Dalia. Esa mirada tuya que, con mucho esfuerzo, había aprendido a descifrar evidenciaba tus celos, esos que no querías aceptar.
“Ella no siente lo mismo por mí”, decía un lado de mi cabeza. “Sus ojos me han dicho que sí, lo que siento cuando estoy con ella es enorme, es imposible que sea unilateral. Una llama no crece tanto si sólo una de las dos la alimenta”, respondía mi otro yo, con una certeza insólita.
El magnetismo que nos había unido se hizo tangible, acaparó el aire y se posó sobre nuestros cuerpos. Quise anclarme en tus ojos pero naufragué en ellos.
Pensé en ti, pensé en la posibilidad de tener la misma suerte dos noches seguidas, y sentí mariposas en el estómago tan solo de imaginarlo.
No me explicaba cómo una misma persona podía transmitirme tanta calidez y frialdad al mismo tiempo. No lograba leerte con claridad. Eras un misterio para mí, un misterio sumamente atractivo.
Quizá de ahora en adelante tendría que dejar de pensar en nosotras en plural. A fin de cuentas, ese plural sólo existía en mis sueños.
“No estás pensando claramente porque no has dormido, Anya. Estas llaves son el inicio de un sueño, disfrútalo” me dije. Intenté disfrutarlo, pero cualquier sueño que no fueras tú me sabía a condena.
De nuevo todos a tu alrededor querían un pedacito de ti. Y ahí estaba yo, queriéndote toda.