Para El Camino

Lo desconocido nos puede llevar a inventar historias fantásticas. Pero la verdad de Jesús desplaza nuestras fantasías y nos afirma en la esperanza de la vida eterna.

Zaqueo era el jefe de los cobradores de impuestos, quienes se hacían ricos recaudando más fondos de lo necesario. Por abusar de su poder mediante actividades fraudulentas, nadie quería asociarse con ellos y eran considerados pecadores. Pero Jesús tiene compasión de Zaqueo y se asocia con él, llevando la salvación a su casa y transformándolo en un discípulo humilde y bondadoso. La historia de Zaqueo es nuestra historia porque Jesús también ha venido a salvar a pecadores como nosotros y nos ha dado la fe para recibirlo en nuestras vidas con gozo. El que anda con Jesús, no será defraudado. Será salvo.

La Biblia dice que ni San Pablo ni Martín Lutero ni tú ni yo podemos salvarnos cumpliendo la ley. Todos fuimos destituidos de la gloria de Dios. Esta no es una frase liviana. La misma palabra destitución ya me da escalofríos. Destituir quiere decir: echar, revocar, remover, deponer. Pero Dios no nos dejó ahí. Su misericordia no nos dejó en la miseria. Dios anuló su justicia de la ley que nos mata por incumplidores y nos trajo, en Cristo, otra justicia que nos da vida, una justicia que recibimos de pura gracia. ¡Somos salvos, restituidos nuevamente a la familia de Dios!

Jesús nos presenta la parábola de una viuda que constantemente visita a un juez injusto y que no se detiene hasta conseguir justicia. Con esta historia, el Señor nos anima a perseverar en la oración, ya que contamos con un Dios que, además de ser justo, nos ama y sin demora dará respuesta a nuestros ruegos. Él llena nuestros corazones de fe para que oremos sin cesar, y para que pongamos nuestra mirada más en Aquél que da, y no tanto en lo que ansiamos recibir.

Jesús sana a diez leprosos en su camino a Jerusalén. Solo uno de ellos —un extranjero— regresa para dar gracias. Su fe es elogiada por Jesús, quien en esta obra nos reafirma que el amor, la gracia, y la misericordia de Dios es para todas las personas que le creen y le aman. Dios no hace distinción de personas, y nos llama a que entre nosotros exista el mismo amor por todos, a pesar de nuestras diferencias raciales o culturales.

En Lucas 17:1–10, Jesús nos enseña que la fe vence lo imposible y nos recuerda que no se trata del tamaño de nuestra fe, sino de en Quién está puesta. Solo en Cristo podemos encontrar la gracia que suple nuestras debilidades y nos capacita para vivir como siervos fieles, aunque inútiles, sostenidos por Su perdón y amor hasta el final.

Jesús llamó a las personas al arrepentimiento y a depositar su confianza en que Dios proveerá un camino de salvación, ¡y anunció consecuencias eternas! Cuántos no lo entendieron en su momento, cuántos no lo entienden hoy y cuántos menosprecian las advertencias de las consecuencias eternas.

A través de la parábola del mayordomo infiel, Jesús nos enseña sobre nuestra relación con el dinero. Algunos caen en la tentación de malgastarlo, usarlo sin sagacidad, y otros se atreven a ponerlo en el lugar que solo le corresponde a Dios. Sin embargo, el Señor nos recuerda que lo valioso está en lo eterno, y en apreciar lo que Dios nos da, no solo en esta vida temporal, sino en la salvación que dura para siempre.

Así como nosotros buscamos sin descanso aquellas cosas valiosas y necesarias que frecuentemente extraviamos, Dios no abandona a sus hijos cuando se pierden en el camino. Él ha enviado a Su Hijo para venir a nuestro rescate, y a través de Él nos llama al arrepentimiento verdadero con el cual Él nos encuentra, nos perdona, y nos transforma para la vida eterna.

El llamado de Jesús es una invitación de amor que reordena nuestros afectos. Jesús no exige nuestra entrega por capricho, sino porque nos amó primero. Su amor nos libera de amores desordenados —como la autosuficiencia, el ego o los ídolos cotidianos— y nos guía a amar correctamente. Seguirle no es perder, sino encontrar el verdadero orden del corazón bajo la cruz del amor.

La gracia de Dios no pregunta, no cuestiona, no elabora un plan y mucho menos se acobarda ante la acechanza de opositores. La gracia de Dios no pierde el tiempo ni deja para mañana lo que puede hacer hoy. La gracia de Dios no se intimida, sino que entra en acción y hace su obra de bien.

Dios ha enviado a su iglesia el Espíritu Santo para impulsar su ministerio e impulsarnos a nosotros en la dirección correcta hacia Jesús, la puerta angosta abierta, quien nos da acceso a la misericordia eterna de Dios. Cuánto mejor es ser impulsados por el Espíritu Santo, que ser expulsados por Dios para siempre del jardín eterno de las bienaventuranzas.

La Biblia está llena de personajes que fueron héroes de la fe, aunque sus vidas estuvieron llenas de desafíos, retos y sufrimientos. A todos ellos, y a nosotros, Dios nos dota con el regalo de la fe, el superpoder que el Señor nos da y que nos lleva a recibir las promesas de Cristo, y a confiar en Él por sobre todas las cosas. A través de la Palabra y los Sacramentos, el Espíritu Santo obra fe en nuestros corazones para que tengamos plena convicción de nuestra salvación.

En esta vida abundan las preocupaciones y el afán, y los ataques de ansiedad en las personas registran estadísticas alarmantes. Sin embargo, Jesús nos invita a depositar nuestra confianza en Él, y además promete que sea cual sea la batalla que nos angustia, Él estará con nosotros y será nuestro mejor auxilio. Recuerda que lo que más te preocupa hoy es temporal, solo Jesucristo y su amor por ti es eterno.

Aunque Jesús puede ayudarnos en todas nuestras situaciones, aquí Él nos deja en claro que Él vino para cambiar fundamentalmente lo que el pecado produce en nosotros. Uno de esos pecados, que nos desubica, que nos desvía del propósito divino, es la avaricia. La Escritura nos aclara que la vida es lo que somos y no lo que tenemos, pero ¡cuántas veces confundimos esto! ¿Valemos por lo que somos o por lo que tenemos? Uno vale por lo que se va a llevar a la vida eterna. Uno vale por lo que Jesús hizo por nosotros.

La oración es más que palabras, peticiones, o alabanzas que los creyentes traen a Dios. Es nuestra comunicación directa con nuestro Padre celestial, que nunca nos echa fuera cuando nos acercamos a Él, sino que por medio de Jesús escucha atentamente cada una de nuestras súplicas, las cuales nunca quedan sin respuesta. Cada oración, independientemente de su contenido o respuesta, es un fuerte vínculo de conexión entre Dios y sus hijos, y eso nada ni nadie lo puede romper.

Marta y María reciben a Jesús en su casa. La primera se preocupa por atenderle, mientras que la otra se sienta a escucharlo. El Señor deja claro que, aunque el servicio es importante, la prioridad de todo creyente debe ser aprender la Palabra antes de ponerla en práctica. El mensaje del Evangelio es, y debe ser siempre, lo más importante de nuestras vidas, por encima de toda ocupación, distracción, o recreación. ¿Qué rol tiene la Palabra en tu orden de prioridades?

En la parábola del Buen Samaritano, tres hombres se encuentran en el camino con una persona herida. Solo uno de ellos, el menos religioso y quizás el más rechazado de los tres, es el que termina haciendo lo correcto y va en rescate del necesitado. Jesús te ha encontrado en tu camino de vida, tal vez malherido y sin muchas esperanzas, pero Él ha cuidado de ti y te ha dado la salvación que nace de Su amor. ¿Crees que puedas amar así a tus prójimos?

En Lucas 10, Jesús envía a setenta y dos discípulos a proclamar el Evangelio, destacando que todos los creyentes tienen una misión, un mensaje y una motivación. La misión es predicar, sanar y liberar en el nombre de Jesús. El mensaje es el Evangelio del Reino de Dios. La motivación es la seguridad de que nuestros nombres están escritos en el cielo, no por nuestros logros, sino por la gracia de Dios.

Uno de los seguidores de Jesús se ofrece a ser uno de sus discípulos. Jesús le advierte: “Las zorras tienen guaridas, pero yo no sé dónde pasaré la próxima noche.” ¿Estaría este hombre dispuesto a pagar el precio de ser discípulo de Jesús? Con su ofrecimiento se estaba aventurando a vivir a la buena de Dios, a darle prioridad a la tarea de hacer discípulos y a dejar todo lo demás de lado. ¿Estaría dispuesto? Jesús lo hace pensar. ¿Qué hizo este hombre? Lo siguió? No sabemos. ¿Qué harías tú?