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Mejor Colombia

Author: Semana Podcast

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Un pódcast de historias regionales para conocer el país de una manera distinta. Música, deportes, ciencia, arte, turismo, gastronomía. Descubra la magia de nuestro territorio.
25 Episodes
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Marce recorre todo el país generando conciencia y educando por medio de su contenido sobre el reciclaje. Fue reconocida en 2020 como una de las 10 líderes de cambio más influyentes de Colombia. Su vida, anécdotas y fracasos escúchelos aquí.
Parece mentira que Rubén Darío Carianil muestre con orgullo un cultivo de 10 hectáreas de la flor de Inírida, con ejemplares que llegarán a floristerías y ferias en Bogotá o el extranjero, pues a finales de los noventa las autoridades ambientales prohibieron su comercialización porque estaba a punto de desaparecer.Esta particular flor crece únicamente en los suelos arenosos y ácidos del Guainía y es la protagonista de una nueva entrega del podcast Mejor Colombia, un programa que recoge historias de resiliencia contadas desde el corazón de las regiones del país. A finales del siglo pasado su extracción indiscriminada la tenía al borde de desaparecer. Pero gracias a Ruben Darío, un maestro guainiano del pueblo Curripaco, y Martha Toledo, una filósofa y ecologista bogotana, lograron lo que hace 15 años se creía imposible: cultivar la flor de Inírida. Descubrieron que una de las razones que dificultaba su cultivo era la ausencia del colibrí, su polinizador. “El colibrí vive en el bosque primario. Y como lo habían tumbado ya no había. Entonces como organización nos obsesionamos para mantener este ecosistema porque es único en el mundo”, explica Toledo.Y lo lograron, gracias a la perseverancia de Martha, la experiencia de Rubén en la selva y el apoyo de expertos como Mateo Fernández, un biólogo que les ayudó a investigar todo sobre la flor y sus ecosistemas. “Somos los pioneros. Ninguno tenía idea de cómo sembrarla. Yo estoy feliz porque lo bonito es que usted sembró, y ya queda toda la vida, para mis hijos y nietos”, agrega Carianil.Sin embargo, hay algo más profundo en el proyecto que lograron Toledo y Carianil: no solo recuperaron a la flor sino que la han convertido en un negocio, pero no cualquier negocio. Es un desarrollo productivo que genera empleo para indígenas en la región, protege y recupera ecosistemas y exporta el símbolo de la región. “Ahora, nuestra tarea es producir sostenible y ecológicamente. Estamos demostrando que la región es productiva. Es que en estos territorios estamos condenados a que si no es el extractivismo es el no tocar. ¿Entonces se trata de no pisar el pasto? Al contrario, se trata de pisarlo, de saborearlo, pero de saber cómo se mantiene”, explica Toledo.
Gracias al ingenio de un casanareño, que le hizo algunas modificaciones al instrumento original, la cirrampla pasó del olvido a despertar de nuevo el interés de los músicos de la región. Hoy, unos 80 niños aprenden a tocarlo para enriquecer el folclor llanero.Sobre la historia de la cirrampla hay poca información. No existen datos exactos sobre el momento en que este instrumento llegó a las manos de los músicos de los Llanos Orientales colombianos. Lo que sí es claro es que se tocaba, incluso, antes de que llegaran el arpa, la bandola y el cuatro. Hoy, no muchos lo han escuchado ni lo han visto tocar en vivo. De hecho, el músico llanero Jorge Albarracín, que era una de las últimas personas del mundo que sabía interpretar la cirrampla tradicional, murió el año pasado.“Es un instrumento muy antiguo. No tenía caja de resonancia: era la boca. El intérprete se llevaba a la boca una de las puntas del instrumento y con los dedos tocaba la cuerda”, explica Edwin Eregua, un músico llanero, en el nuevo episodio de Mejor Colombia, un pódcast que recoge historias de resiliencia contadas desde el corazón de las regiones del país.Para entender la escasez de intérpretes de la cirrampla original, es necesario ir a la historia del género. Se habla de una fuerte influencia de andaluces, que trajeron sus cantos, y de españoles, con la guitarra. Según explica Hugo Mantilla, investigador de la cultura llanera, también se sumaron el violín, la bandola y el triple, que por muchos años predominaron en el joropo. “Luego apareció el arpa, que se empezó a arraigar en la década del cincuenta, más o menos. Llegaron unos artistas venezolanos que la tocaban. Cuando llegó el arpa, la gente empezó a aprender y se volvió una locura. Se generalizó y desplazó varios instrumentos”, agrega Mantilla. Dentro de esos instrumentos, estuvo la cirrampla tradicional. A Avelino Moreno, un artesano araucano, le daba curiosidad conocer una cirrampla en persona. Como nunca lo logró, decidió armar una a su manera: ya no había boca como caja de resonancia, sino un totumo. De a poco, comenzó a tocar su instrumento renovado por los pueblos de la región: “En las esquinas la gente me fue escuchando. Hasta que la subimos a la tarima. Y pude llevarla al Festival Internacional de Joropo, en Villavicencio. Mi trabajo fue darla a conocer”.El hecho de que esta cirrampla sea más fácil de tocar, en comparación con la tradicional, está despertando el interés de los músicos llaneros, y está generando un verdadero renacimiento del instrumento.De ese resurgimiento, nació la idea del alcalde de Tame, Arauca, de crear un curso de enseñanza en la casa cultural el Makaguán, para lo que contactó a Edwin Eregua, quien aceptó encantado. Hoy, tiene 80 estudiantes.
Casi que fue error o casualidad. Cuando a Luz Nellis Camacho le preguntaron cuál escuela elegiría para enseñar por primera vez, luego de graduarse de la escuela normal de Cartagena, ella se inclinó por Santa Fe de Icotea. Lo que ella no tenía tan claro es que para llegar allí no había transporte y tendría que caminar dos horas desde el casco urbano de María La Baja, en Bolívar. Arroyo El Medio, la comunidad donde estaba el colegio, no era precisamente un pueblo, sino un conjunto de fincas desperdigadas. Su sorpresa fue mayor cuando a su primera clase apenas asistieron cuatro estudiantes. “¿Qué está pasando? ¿Será porque se fueron los maestros? Decidí averiguar con los niños que llegaron, pero no me querían hablar. Era todo difícil porque tenían miedo de hablar”, explica Luz Nellis en un nuevo episodio de Mejor Colombia, un pódcast que recoge historias de resiliencia contadas desde el corazón de las regiones del país.Como primer gran reto, Luz Nellis se dio a la tarea de convocar a todos los estudiantes ausentes. Se ideó una fiesta de amor y amistad, hicieron una olla comunitaria y repartieron torta. Reunió en total a 28 estudiantes y por fin pudo hablar en confianza con la comunidad para entender el gran problema. Las familias ausentes se habían ido huyendo de la guerra y los pocos presentes tenían los mismos planes. Muchos de ellos venían desplazados de un territorio cercano al Carmen de Bolívar, por lo que llegaron a la vereda Santa Fe de Icotea y luego a Arroyo El Medio, de dónde ahora empezaban a partir. No pasó mucho tiempo para que Luz Nellis entendiera las razones de la comunidad: “Nos tocó duro porque en las noches pasaban cosas. Y, cuando llegábamos en la mañana, veíamos la tristeza de las familias: que se llevaron a un hijo, que se llevaron a mi hermano… Eso lo vi en el colegio”, cuenta.Luz Nellis entendió que la comunidad tenía que buscar un nuevo lugar, pero ella quería que fuera uno donde pudieran continuar su vida de campesinos. Lo primero que hizo fue conseguir un terreno, cerca al corregimiento de Matuya, a donde pudiera trasladar el colegio. Usó la mitad de su sueldo, pidió ayuda a conocidos y convenció con mucho esfuerzo al dueño del terreno para que le vendiera, aunque fuera un pedazo de esa tierra en la que se alzaba un enorme árbol de mango. Lo logró. El reto no paraba allí: aún hacía falta un espacio para la comunidad. Esta es la historia de cómo lo hizo.
Fue el amor lo que impulsó a Gloria Tabares a escaparse a Jurubirá, un corregimiento de Nuquí encerrado entre el océano Pacífico y la impenetrable selva chocoana. Siendo muy joven, dejó su pueblo, El Retiro (Antioquia), en busca de nuevas aventuras y del amor de Javier Montoya, hermano de una de sus compañeras de colegio. Ambos armaron su vida alrededor de Morromico, una playa que en ese entonces era desierta. “Cuando llegas por primera vez, hay algo que se mete en tu sangre y en tu espíritu; es una sensación de plenitud, de grandeza. Ese bosque y el sonido que tiene. La selva es muy especial. Y hay un olor de esto en las mañanas”, dice Tabares, en Mejor Colombia, un pódcast que recoge historias de resiliencia contadas desde el corazón de las regiones del país. De a poco, Gloria y Javier se hicieron amigos de la comunidad y empezaron a construir su hogar. Pescaban y sembraban banano y yuca, mientras disfrutaban de una vida austera pero plena. Prosperaron, tuvieron tres hijos y decidieron ofrecer, lentamente, hospedaje. Así nació el hotel Morromico y así se convirtieron en pioneros del ecoturismo en la región. Era una época en que los avistamientos de ballenas no eran tan conocidos. Como en tantos otros territorios de Colombia, la guerra llegó a Jurubirá. Gloria y Javier, tras 20 años de un mundo de completa serenidad, tuvieron que huir porque aparecieron hombres armados, tanto guerrilleros como paramilitares. “Don Javier, tarde o temprano usted va a estar en cualquiera de los dos bandos”, le advirtieron..Tras un año de refugiarse en Medellín, la pareja decidió regresar a reconstruir su vida en Morromico. Parecía que todo iba bien, pero el 5 de junio de 2017, a Javier Montoya lo asesinaron.Ante la profunda tristeza de Gloria, su hija Melissa le preguntó qué podía hacer para ayudarla a volver a sonreír. Gloria le respondió que quería pintar. Con un par de amigas grafiteras de Melissa, armaron el colectivo Florece.Ya ha pintado murales en Jurubirá, Arusí, Tribugá, Nuquí y en la comunidad indígena Villanueva. Gracias a las gestiones de Melissa, han traído artistas de todo el país y han conseguido patrocinadores como Pintuco y el Fondo Nacional de Turismo. Gloria calcula que ya han hecho más de 50 murales. Uno de ellos, una ballena junto con su ballenato, que es un recuerdo imborrable que tiene de su esposo. “Un día estábamos aquí viendo el mar cuando, de pronto, vimos que en el fondo de la bahía había como una cosa grande (...). Salió un chorro gigante y Javier y yo empezamos a gritar como locos de la felicidad. ¡La ballena, la ballena! (...). Iba con un ballenatico, que de pronto salió a respirar. No te imaginas la sensación cuando ves una ballena por primera vez. Esto es una felicidad que se queda para siempre”, recuerda. La idea no es solo fomentar el cuidado y el amor por la comunidad, sino por la biodiversidad de la región. Además, los murales forman una ruta turística que busca beneficiar económicamente a las comunidades.“Lloré mucho esta tragedia, hasta que Florece llegó. Me puse a pensar que yo sólo debería agradecerle a Dios por los regalos que me dio. Me dio un buen hombre, me dio unos hijos y me dio esta esta vida aquí, que ha sido bonita. Y mi espíritu ha vuelto, y digo que he vuelto a florecer. Florecí yo y floreció mi casa”.
El embrujo de las calles del corregimiento La Jagua, en el Huila, atrae cada año a cientos de turistas curiosos por la historia del llamado ‘pueblo de las brujas’. Aquí, una historia de hechicería y de amor a la cultura. A La Jagua lo llaman el ‘pueblo de las brujas’. Tiene 482 años de historia y está ubicado a solo 15 minutos de Garzón, en el departamento del Huila. Es un centro poblado de poco más de 2.500 habitantes a orillas del río Magdalena. Sus casas coloniales, pintadas de colores y murales, se levantan sobre calles empedradas. La historia de La Jagua está atravesada por relatos de brujería y hechicería. Hay quienes aseguran que ese legado viene de un pueblo indígena de la región. “Se remonta a los indígenas de la nación tama. Cuando llegaron los españoles, en 1692, encontraron a estos indígenas practicando la hechicería, donde se unen los ríos Suaza y Magdalena. Desde entonces se empezó a hablar de los indígenas hechiceros”, dice Fernando Trujillo, gestor cultural de La Jagua y miembro de la Junta de Acción Comunal. Más adelante, agrega, los indígenas hechiceros quedaron atrás y llegaron las brujas hechiceras. En 1880, atraparon a una por haberle hecho un maleficio a la hija del mayordomo del Alcalde. “La amarraron en el parque y le prendieron candela”, comenta Trujillo. Y cómo olvidar la historia de la bruja Silveria Ordóñez, que le lanzó un maleficio a un sacerdote por no querer bautizar a su nieto: hizo que de su boca le salieran gusanos.Verdad o no, la gente de la región creía que en La Jagua realmente había brujas y hasta miraban para otro lado cuando pasaban por la carretera. Por eso los habitantes del pueblo pensaron en la importancia de transformar el miedo en una oportunidad y crearon, en 1999, su Festival de las Brujas, un espacio donde se refleja su identidad, su cultura, su arte y su gastronomía. Después de ese primer encuentro, abrieron paralelamente la Feria Artesanal, que se realiza también año tras año. En el Festival del 2021, cerca de 45.000 turistas visitaron el pueblo en un solo fin de semana. Para Betty Naranjo, artesana tradicional de la tejeduría del fique, este evento es un orgullo: “Nos despertamos del sueño en el que estábamos. Luego del festival, organizamos otras fiestas, como el San Pedro o el cumpleaños de La Jagua. Nos organizamos para recibir bien a los visitantes”, comenta en el episodio. La herencia del ‘Pueblo de las brujas’ se seguirá fortaleciendo con sus tradiciones. “Poco a poco hemos ganado una identidad. Los visitantes se emocionan con el colorido del festival, la alegría de los habitantes, la historia que se revela en cada comparsa, las artesanías en fique, la danza, el teatro y todo lo cultural que rodea a la población”, concluye Trujillo.
Popayán se prepara para la Semana Santa, y con ella su cuadrilla de cargueros. Conozca la historia de Francisco Bonilla y del "amor infinito" que sienten él y su familia por los pasos y las procesiones. “Hay que tener convicción: si no hay corazón y mente puestas, el más fuerte no aguanta" dice. Amor infinito. Son las dos palabras que usa Francisco Bonilla para hablar del sentimiento de él y de su familia por las procesiones de Semana Santa en Popayán. Ese amor lo heredó de su abuela Carmelita, quien integró la primera junta pro Semana Santa que tuvo la ciudad, y de su papá, que fue carguero y regidor. Desde los 11 años, Francisco empezó a buscar su propio camino como carguero. “Me acuerdo que, para que nos dejaran sacar el paso de la iglesia, me iba con mis amigos desde las 3 o 4 de la tarde hasta las 8 de la noche y nos agarrábamos de los barrotes de los pasos que queríamos ‘pichonear’. ‘Pichonear’ es sacar el paso desde la iglesia hasta dos cuadras más adelante y recibirlo dos cuadras antes de su regreso a la iglesia y guardarlo”, recuerda este patojo de nacimiento en el segundo episodio de la nueva temporada de Mejor Colombia, un pódcast sobre historias de resiliencia contadas desde el corazón de las regiones del país.Francisco logró ser carguero por primera vez en 1984. Ahí descubrió que no es una tarea para cualquiera. “Si queremos hablar de unidades métricas, en alguna ocasión algunos amigos curiosos hicieron unos pesajes y determinaron que eran entre 600 y 800 kilos, distribuidos entre ocho personas. Son cuatro horas de procesión. Puede ser bastante porque es un barrote de madera que reposa sobre uno de los dos hombros. Siempre he sostenido que el tema de carguío no es exclusivamente de fuerza física. He visto gente muy fuerte físicamente que intenta hacerlo y dice ‘no, esto es una bestialidad, yo me salgo’. Entonces, hay que tener convicción: si no hay corazón y mente, el más fuerte no aguanta”.En total son cinco las procesiones reconocidas dentro de la tradición de la Semana Mayor en Popayán, que debido a la llegada de la pandemia del covid-19, en 2020, no se pudo realizar. “Los cargueros guardamos la esperanza hasta el último momento de poder cargar. Pero esto se comenzó a agravar y definitivamente se vio que era imposible. Fue realmente duro. La Junta Permanente Pro Semana Santa, de forma hábil, organizó unos conversatorios virtuales en los que cada noche, algún carguero u otro protagonista de la Semana Santa, narraba situaciones, cuentos, anécdotas”, cuenta. Francisco no puede contener su alegría ahora que regresan las procesiones, los cánticos y las alabanzas de Semana Santa a las calles de Popayán, una tradición que es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. “Estoy muy emocionado desde el punto de vista espiritual. También muy asustado, porque son dos años en los que físicamente no se ha hecho esa labor. Tengo tres hijos, uno de 21 y los otros dos de 19 años, y los tres están enfermos porque llegue la Semana Santa. La semana pasada estuvieron limpiando pasos con algunos de los síndicos”, concluye. Escuche estas y otras reflexiones de Francisco Bonilla en su charla con Eduardo Echeverri, conductor y guionista del pódcast Mejor Colombia.
En medio de las montañas antioqueñas, Alejandro Vásquez encontró uno de sus propósitos de vida: crear y dirigir la primera filarmónica indígena del país, que está integrada por niños, niñas y jóvenes de la comunidad emberá. Gracias al particular sonido del violín, que oía en la grabadora de un vecino, a Alejandro Vásquez se le despertó el amor por la música, a los 10 años. Hoy no solo es el director general de la Filarmónica Metropolitana del Valle de Aburrá, sino un buscador constante de talentos y empoderador musical, pasión que lo llevó en 2017 al resguardo indígena Marcelino Tascón, en el municipio de Valparaíso, Antioquia. Allí vive una comunidad del pueblo emberá chamí, con la que empezó a trabajar. “Ellos son muy tímidos con alguien nuevo. Pero al ver que la gente llega con buenas intenciones, que quiere compartir y aprender de ellos, se van soltando. Tienen su trapiche y su cultivo, pero sus dificultades económicas son grandes. Entonces uno intenta que, por medio de la música, piensen en otras cosas y disfruten haciendo música”, comenta Vásquez en el primer episodio de la segunda temporada de Mejor Colombia, un pódcast que recopila historias de resiliencia contadas desde el corazón de las regiones del país.La que se convertiría en la primera filarmónica indígena del país arrancó a través de la fundación Música para la Paz, que buscaba la iniciación musical de niños, niñas y jóvenes del resguardo. “Ellos tenían contacto con el piano –organeta– y con la guitarra, y acababan de recibir los primeros instrumentos de viento. Cuando volví al resguardo, llegué con los instrumentos orquestales, los de cuerda frotada. Habían montado una canción completa en español, y otras que mezclaban emberá y español, en las que hablaban de la madre tierra, del cuidado, de que todos somos iguales”, agrega Vásquez. Fue así como en 2019, a través de la corporación social Pasión y Corazón, se creó la Orquesta Filarmónica Emberá, que armó Vásquez con la certeza de cambiar vidas y potencializar las habilidades musicales de los niños y los jóvenes de la comunidad. Hasta el momento han ofrecido conciertos en Medellín y Jericó (Antioquia). Incluso, dos de los niños viajaron a México para tocar junto a la Filarmónica Metropolitana. Aunque la historia de la primera y hasta ahora única filarmónica indígena de Colombia apenas comienza, Alejandro Vásquez ya está cumpliendo una parte importante de su objetivo: que los niños puedan descubrir otras realidades y tener nuevas oportunidades a través de la música.
La celebración presencial de estos tradicionales eventos ha generado grandes expectativas entre quienes viven de ellos y han aguantado meses difíciles ilusionados con el esperado reencuentro que finalmente comienza a finales de diciembre.
En 2019 nació esta iniciativa gracias a la cual los hallazgos de fragmentos de cerámicas o piezas de antiguas tumbas indígenas están siendo recuperados para proteger la memoria de los territorios.
Se calcula que solo el 23 por ciento de la población rural dispersa en el país tiene el esquema de vacunación completo contra el virus. La vocación de enfermeros y médicos, el apoyo de la Fuerza Pública y ONG, además del compromiso de los mandatarios locales permite avanzar en este esfuerzo.
Fuertes y aún con esperanza, siguen buscando los restos de sus seres queridos. Se reunieron con paramilitares desmovilizados, perdonaron y juntas se apoyan para no desfallecer y finalmente encontrar con cada hallazgo algo de paz.
Durante los últimos 25 años este maestro campesino ha recorrido el departamento buscando entusiasmar a niños y jóvenes con la lectura. Cada día visita con sus biblioburros entre 10 y 15 familias a las que la literatura les ha dado alas.
En este corregimiento del departamento de Bolívar nació el primer campeón mundial de boxeo, Kid Pambelé. Sin embargo, su lengua y tradiciones estuvieron a punto de desaparecer. Sus habitantes no se rindieron y finalmente la Unesco lo declaró Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad.
En los últimos 40 años el área glaciar de los nevados colombianos pasó de 91 kilómetros cuadrados a solo 36. Montañistas, indígenas y ambientalistas trabajan unidos buscando revertir este fenómeno que de seguir avanzando tendría consecuencias devastadoras. SEMANA visitó algunos de estos lugares que hoy buscan controlar el flujo de turistas e implementar tecnologías que podrían desacelerar su derretimiento. Urge una política para proteger a los glaciares.
Hombres y mujeres con diferentes especialidades médicas recorren durante días el río Baudó para atender comunidades que a pesar del abandono, la pobreza y la violencia no pierden la esperanza. SEMANA los acompañó en uno de sus viajes.
Actualmente son alrededor de 1.300 los voluntarios disponibles las 24 horas del día, durante todo el año, para asistir a las víctimas de los accidentes en las minas. Su historia comenzó en 1986 y hoy Colombia no solo organiza unas olimpiadas nacionales de seguridad y salvamento, sino que será sede de la competencia internacional de rescate minero en 2024.
Esta actividad se ha convertido en una alternativa de trabajo rentable y bien remunerado. Artesanas y campesinos han descubierto su valor entre reconocidos diseñadores de todo el mundo.
Estamos a menos de una década de llegar a un punto de inflexión que podría hacer colapsar el sistema y poner en riesgo de manera irrevertible al bosque tropical más grande del mundo. Empoderar a las comunidades para que se conviertan en guardianes de este paraíso es una de las fórmulas para protegerlo
Las vidas de Juan Guillermo Cuadrado y Dávinson Sánchez comparten algo en común: unas madres que lo hicieron todo para que sus hijos tuvieran una oportunidad. Esta es la historia de cómo el fútbol terminó convirtiéndose en un símbolo de identidad nacional, en un motivo de unidad y en una posibilidad para decenas de niños y jóvenes que con un balón le hacen el quite a la droga y la delincuencia y se dan licencia de soñar.
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