Es mucho lo que escuchamos acerca de establecer unos sanos y respetuosos límites con nuestros hijos para que estos en un futuro sean personas amables, empáticas, con pensamiento crítico y buenas personas, que es lo que al final todos deseamos. Pero ¿quién nos enseña a que seamos nosotros, los adultos, los que pongamos los límites a los demás? Que parece que bajo el “me sabe mal” cargamos con todo y esto no puede ser. ¿No te has dado cuenta que, cuando tienes un mal día en el trabajo y llegas a casa, curiosamente tus hijos se portan peor? ¿Y que cuando llegas relajada o relajado, tranquilo y afable, tus hijos te lo ponen fácil? ¿Crees que es casualidad?

Hoy hablamos de ese momento en el que yo misma me di cuenta que, en el instante en el que le decía que no a alguien, me estaba eligiendo a mí. Y con ello, toda mi familia y yo misma, ganaba.

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