La belleza de los cedros y la fortaleza de los olivos
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Hoy era palpable la emoción del pueblo cristiano libanés reunido para celebrar la misa presidida por León XIV en el paseo marítimo de Beirut que se abre al Mediterráneo, un lugar en el que es palpable la contradicción a la que se ha referido el Papa: por un lado, la belleza legendaria del Líbano y por otra la pobreza y el sufrimiento, las heridas de la guerra tan palpables en esa zona. No existe una fórmula para superar la contradicción, lo que existen son “las huellas palpables de Dios en una historia aparentemente perdida”. Son, ha dicho León, “pequeñas luces que brillan en la noche, pequeños brotes que despuntan, pequeñas semillas plantadas en el árido jardín de este tiempo histórico, también nosotros podemos verlos, aquí y hora”.
El Papa no hace literatura, se moja señalando cuáles son esas luces: la fe sencilla y genuina arraigada en las familias y alimentada por las escuelas cristianas; el trabajo constante de las parroquias, las congregaciones y los movimientos para responder a las preguntas y necesidades de la gente; los sacerdotes y religiosos que se dedican a su misión en medio de múltiples dificultades; los laicos comprometidos en el campo de la caridad. Para los grandes análisis, estas luces parecen poca cosa, pero los libaneses congregados hoy en torno al Papa las conocen de primera mano, saben que son la señal inconfundible de la fidelidad de Dios y que sostienen la esperanza ante el futuro. Son un auténtico milagro cotidiano que atraviesa las vicisitudes de una historia que tantas veces nos parece trágica.
León XIV ha comparado a los cristianos libaneses con la belleza de los cedros y la resistencia y fecundidad de los olivos. Les ha pedido que no cedan a la lógica de la violencia ni a la idolatría del dinero, que no se resignen ante el mal que se extiende, que mantengan la fe, la esperanza y la caridad para que el Líbano sea una morada de justicia y de fraternidad, y una profecía de paz para todo el Levante.




