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Y así empezó a latir de nuevo el corazón de Ana tras su muerte

Y así empezó a latir de nuevo el corazón de Ana tras su muerte

Update: 2025-12-01
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¿Imaginan la entereza de unos padres respetando la voluntad de su hija de solicitar la eutanasia porque no puede seguir viviendo atormentada por un dolor sin descanso ni solución? ¿Imaginan que ese dolor se transforma en el gesto más generoso, en una donación de órganos que permite a otros conservar o mejorar su vida? Si me acompañan, les cuento su historia. La de Ana, la protagonista. Y la de Salva y Puri. Mejor aún, les propongo contarla con su ayuda, con su voz.




Ana nació con espina bífida, un trastorno embrionario que provoca que su columna vertebral no se complete y que es origen de múltiples problemas neurológicos. Su vida fue un rosario de operaciones, de rehabilitaciones, de calmantes, de tratamientos, fallidos casi todos, y de una espada de Damocles perpetua sobre ella, la de quedarse paralizada de cuello hacia abajo y bajo el riesgo de morir asfixiada. Cuando el dolor se hizo para ella absolutamente insoportable, continuo, imparable, Ana pidió la eutanasia. Con 27 años. Decisión muy meditada, cuentan sus padres, Salva y Puri, que llevaba un deseo dentro: "cuando ella falleciera, quería que sus órganos sirvieran para otros, ya que ella no los podía aprovechar. Lo dijo así de claro, ya que a mí no me van a servir, por lo menos que puedan darle la oportunidad de curar o que alguien pueda tener una vida que yo no voy a tener".

Ana se convirtió en donante de órganos tras una eutanasia. La entrada en vigor de esta ley, en 2021, supuso un cambio para los coordinadores de trasplantes. Acostumbrados a hablar con las familias, la nueva legislación les permitió hablar directamente con los donantes que manifestaban su deseo de donar sus órganos. Hay un día fijado y se establecieron nuevos protocolos porque el fallecimiento debe producirse en entorno hospitalario, aunque la sedación puede hacerse en casa. Desde entonces, 154 personas han sido donantes tras una eutanasia. Su generosidad ha permitido realizar 442 trasplantes.

Gracias por permitirme donar mis órganos

Una de esas personas es Ana. El día fijado, acompañada de sus padres, Ana llegó al hospital, recuerdan sus padres: "cuando ya iban a dormirla, el anestesista nos dijo despediros, porque ya le voy a meter y se dormirá del todo. Y la próxima vez que la veáis ya no estará consciente. Y entonces, de repente dijo: espere, espere. No sabíamos qué quería hacer. Y se quedó mirando a todos y les dijo quiero daros las gracias por lo que vais a hacer. Pero también quiero pediros perdón porque vais con vuestro trabajo vais a conseguir que yo cumpla el sueño desde pequeña de poder donar mis órganos y siento el trabajo que os voy a dar hoy. Y eso fue tan emocionante. Yo vi como hubo personal que se dio la vuelta porque no se esperaban que ella podía decir algo así".

Es muy difícil ponerle palabras a toda la emoción de ese quirófano, tal y como lo recuerdan Salva y Puri, ese fin al que siguió un principio: "vas oyendo al principio de una manera más o menos normal, cada vez más espaciada, más lenta, más lenta, hasta que finalmente lo dejas de oir. Se oye piiiii y ya está". "Yo lo tengo en la cabeza -explica Salvador- no se me puede olvidar, no se me olvidará nunca". Y completa Puri: "Yo le decía Salvador, hemos oído el final y nos vamos a oír al principio del latido otra vez, porque ese latido va a volver a sonar. Nosotros ya no lo vamos a oír, pero va a haber otro sonido en otro quirófano que empiece a hacer pi, pi, pi. Hemos oído el largo y fino. No lo vamos a oír, pero lo va a haber".

Ese latido que se apaga va a volver a sonar

Ana había pedido retrasar la eutanasia un tiempo para pasar las últimas navidades con sus padres. Dos meses después de su fallecimiento, ellos recibieron una carta. Anónima, claro, porque las donaciones en España son altruistas y no hay contacto entre donantes y receptores. Si llega una comunicación al equipo trasplantador la reenvía a la familia. Ocurrió, recuerdan los padres de Ana, poco tiempo después: "al cabo de dos meses de haber ya fallecido nos llegó un escrito muy bonito, con un contenido especialmente balsámico para nosotros, porque es la persona que había recibido su corazón. El final de la carta es un párrafo que está en rojo. En rojo porque que la persona que lo escribió decía que iba a cuidar ese corazón, que iba a darle todas las posibilidades para para que gracias a la donación de Ana ella pudiera y que se lo decía en el mismo color de la sangre que ahora corría desde su corazón por su cuerpo".

La emoción que destila el testimonio de Salva y Puri se une a la entereza para contar una historia que es reflejo de un profundo respeto y de amor infinito: "a cualquier padre le cuesta mucho dejar ir a sus hijos. Nosotros teníamos muy claro una cosa y es que tus hijos no son tu propiedad. Ella era mayor de edad, tenía derecho a decidir por ella misma. Era su cuerpo, era su sufrimiento. No queríamos tampoco verla sufrir. Y por mucho que nos rompiera el corazón quedarnos sin ella, sobre todo, teníamos muy claro que respetábamos su decisión".

Esta es la historia de Ana. Y hay más Anas en nuestra memoria reciente. Nunca serán suficientes los agradecimientos por los cientos de corazones que siguen latiendo gracias a ellos.

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Belén, Gómez del Pino