Tenía 23 años, trabajaba en la minería en el norte de Australia y aprovechaba cada descanso para viajar. En mayo de 2025, Byron Haddow voló a Bali con amigos para pasar unos días de descanso en una villa privada de Umalas, cerca de Seminyak.
Una noche cualquiera, entre risas, alcohol y música junto a la piscina, todo se torció.
A la mañana siguiente, Byron apareció muerto.
Y desde entonces, nada encaja.

Los tres amigos que estaban con él abandonaron la isla antes de que llegaran las autoridades. La policía balinesa tardó cuatro días en saber que había un cadáver. El informe médico habló de ahogamiento, pero el cuerpo tenía golpes en la cabeza, un ojo amoratado y heridas en la rodilla.
Y cuando el ataúd llegó a Australia, faltaba el corazón. Literalmente.

Este episodio reconstruye la muerte de Byron Haddow en Bali, una historia donde las versiones oficiales cambian, las pruebas desaparecen y las familias se quedan solas buscando respuestas.
Porque, entre informes forenses, burocracia internacional y silencios incómodos, lo único claro es que Byron no debió morir así.

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