En medio de la constante oposición de Satanás y sus ángeles, Jesús vivió una vida de amor, abnegación, compasión y poder divino, sanando a los enfermos, liberando a los oprimidos y levantando a los muertos de la tumba. Aunque el enemigo buscó endurecer los corazones y sembrar incredulidad para frustrar el plan de salvación, nada pudo apartar al Hijo de Dios de su misión. En la gloriosa transfiguración, Dios reveló su carácter divino a los discípulos, enviando a Moisés y a Elías como testigos de su victoria y como símbolos de la esperanza eterna para vivos y muertos. Así, Cristo avanzó con firmeza hacia la cruz, decidido a cumplir la redención de la humanidad.