Lise Meitner, una física que nunca perdió su humanidad
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“Asunto que requiere actuar”. Ese fue el comentario que escribió el Presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, al margen de la carta que Albert Einstein y Leo Szilard le enviaron en 1939.
Actuar fue crear un proyecto. Su nombre en clave, “Manhattan” y su objetivo, desarrollar una bomba nuclear antes que Alemania.
En 1943, la física Lise Meitner fue invitada a sumarse. Su decisión reflejaría la lucha que llevaría a cabo a lo largo de su vida.
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¿Qué es la fisión nuclear?
Hasta comienzos de siglo XX se pensaba que el átomo era la partícula más pequeña que existía. Después de todo, son tan chiquitos que en la cabeza de un alfiler entran 60 mil millones. Pero, en realidad, ¡sí que se podía dividir! Para hacerlo sencillo, podríamos decir que un átomo está formado por tres partículas subatómicas: neutrones y protones (en el núcleo) y electrones (que giran por ahí alrededor).
Ahora imaginemos una pirámide de pelotitas de tenis (parece que no tiene nada que ver pero van a ver que sí). Si queremos colocar una pelotita extra, es probable que la pirámide se desestabilice. De la misma manera tirándole neutrones a un átomo podemos desestabilizar su núcleo (por ejemplo, el uranio 235). Y así como la pirámide se cae, el núcleo se parte en dos pedazos y un montón de pedacitos. Esto es lo que se llama una fisión nuclear y es una reacción que libera mucha energía. De manera controlada lo que conseguimos es una central nuclear capaz de aprovechar esa energía. De manera descontrolada tenemos una reacción en cadena y… ¡Bum!
En general la fisión nuclear es inducida pero también puede ocurrir de manera espontánea con átomos muy inestables como el plutonio 239. Se dice que son elementos radiactivos. La radiactividad fue descubierta casualmente por el francés Henri Becquerel en 1896 mientras estudiaba los fenómenos de fluorescencia y fosforescencia. Colocaba un cristal de pechblenda, un mineral que contiene uranio, encima de una placa fotográfica envuelta en papel negro y las exponía al sol. Cada vez que desenvolvía la placa la encontraba velada y Becquerel se lo atribuía a la fosforescencia de la pechblenda. Hasta que un día se nubló. Pero la placa ¡siguió estando velada! Esta vez no podía deberse a la fosforescencia ya que no había sido expuesta al sol. La única explicación era que la pechblenda emitía una radiación muy penetrante.
Años más tarde Marie Curie llamaría a este fenómeno, radiactividad.