Hay una pregunta que aparece una y otra vez en la vida de cualquier madre o padre, y también en la de quienes acompañamos niños sin ser sus progenitores: ¿Cómo doy seguridad y amor… sin ahogar? ¿Cómo marco límites… sin controlar? ¿Cómo acompaño… sin invadir?

No es igual cuando tienen tres años que cuando tienen nueve, ni cuando ya entran en la adolescencia y empiezan a empujar para salir al mundo. Y tampoco es igual en todas las familias. Las hay monoparentales, reconstituidas, homoparentales, extensas, elegidas, improvisadas. Pero al final todas comparten un hilo común: queremos que esos niños y niñas crezcan sintiéndose seguros, queridos y capaces.

Hoy quiero reflexionar sobre eso: cómo cambia la manera de dar amor según la edad, cómo se combinan las reglas con el afecto para construir autonomía, y cómo cada modelo de familia puede encontrar su forma de ser hogar.

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