La serendipia es un concepto fascinante: describe esos hallazgos valiosos que llegan de manera accidental cuando estamos buscando algo completamente distinto.

Imagina esto: estás intentando encontrar una receta para la cena. Revisas blogs, videos, ideas… pero te falta un ingrediente clave. Sales a comprarlo y, por pura casualidad, te encuentras con un viejo amigo. En la conversación, él menciona un restaurante nuevo que acaba de abrir. Te da curiosidad, vas esa noche… y descubres uno de los mejores lugares de la ciudad. No estabas buscando un restaurante. Sin embargo, lo encontraste gracias a ese encuentro fortuito. Eso es serendipia.

La historia también se repite en la ciencia. Alexander Fleming no estaba intentando descubrir un antibiótico revolucionario. Simplemente dejó una placa olvidada. Cuando regresó, notó que un moho había eliminado las bacterias a su alrededor. Ese accidente llevó al nacimiento de la penicilina y cambió la medicina para siempre.

Incluso en el cine ocurre. Robert Pattinson no buscaba convertirse en Edward Cullen. Estaba audicionando para otro proyecto cuando Catherine Hardwicke lo vio por casualidad. Esa cadena de eventos inesperados lo llevó al papel que marcó su carrera y lo proyectó a la fama mundial. Otra vez: serendipia en acción.

Y así sucede en la vida diaria: oportunidades que llegan por caminos imprevistos, conversaciones que abren puertas, tropiezos que nos guían a descubrimientos que jamás habríamos buscado directamente.

La serendipia nos recuerda algo simple: no controlamos todo, y a veces lo mejor aparece cuando dejamos espacio para que las cosas inesperadas ocurran.

Por eso, mantén tu mente abierta. Permite que lo imprevisto te sorprenda. Da un pequeño paso más, cambia un plan, haz una llamada, acepta una invitación. Nunca sabes qué gran regalo puede esconderse detrás de una casualidad… o de un desvío mínimo en tu día.

Porque, a fin de cuentas, la serendipia siempre está ahí. Solo tenemos que permitirle entrar.

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