Esta semana reflexiono sobre la pérdida de la ilusión y sobre el respeto por la diferencia.

Hace 5.000 años las sociedades ancestrales cuidaban y consideraban a las personas con síndrome de Down como personas de su comunidad y los enterraban en sus casas o junto con objetos valiosos.

¿Qué nos ha pasado 5.000 años después para tener que forzar su inclusión en la nuestra?. ¿Qué nos ha pasado que sólo toleramos nuestras propias limitaciones?.

Estas semanas, quizá hayáis visto en la TV la campaña de Pikolin, basada en los resultados de un estudio encargado por la marca. Algunos de sus conclusiones:

El 82% de los niños entrevistados dicen que empiezan el día con ilusión porque va a ver a alguien que les hace feliz y el 59% dice que, cada día, hace algo que le encanta.

Sin embargo, el 50% de los adultos entrevistados siente que cada vez tiene menos ilusión en su día a día.

Así que las preguntas son obligadas: ¿Qué nos pasa cuando nos hacemos mayores? ¿Dónde queda nuestra infancia plagada de ilusión, imaginación y espontaneidad? Y, por otro lado, ¿Dónde queda mirar al otro sin cuestionar como cuando eras niño/a?

Por cierto, mi hijo Martín es un niño que nació con síndrome de Down y con una inmensa ilusión por la vida.

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