1-3Juan-171 El mundo y sus deseos
Update: 2024-11-12
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El mundo y sus deseos
“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” 1 Juan 2:15-17
Estos tres versículos de la Biblia tienen grandes verdades prácticas para la vida del cristiano, porque describen en una frase relativamente corta las luchas que experimentamos en nuestra vida cotidiana aquí en la Tierra. Nos dice Juan que todo lo que nos tienta a desviarnos de Dios en este mundo no proviene de Dios, sino del mismo mundo en que vivimos. Santiago ya nos advertía del error de pensar que Dios nos da malas cosas cuando dijo en el capítulo 1:13-15: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. (Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte).”
Es fácil para el ser humano culpar a Dios por cada dificultad en esta vida, pero lo cierto es que no necesitamos a nadie, ni siquiera al maligno, para meternos en problemas, porque como Dios ha enseñado, el mal mora en cada corazón y este mundo caído está lleno de maldad. Esta realidad va en contra de la tendencia prevalente de pensar que somos buenos por naturaleza, y que nos hacemos malos por lo que vamos recibiendo en nuestra experiencia. Si fuera así, ¿de dónde viene el mal entonces?
Dios nos explica que el mal viene de nuestro interior, y que no hay nada fuera del cuerpo que contamine al hombre (lo vemos en las enseñanzas de Jesús en Mateo 15 y Marcos 7). Este pensamiento no es muy popular porque pone la responsabilidad sobre la propia persona. Veamos cómo los mismos deseos naturales que Dios nos ha dado para disfrutar en Su voluntad, pueden ser pervertidos para hacernos caer cuando le desobedecemos.
Dice Juan que “todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.” El mundo al que se refiere es el sistema en el que vivimos, el cual formamos todos nosotros. Las categorías que Juan identifica en el texto son los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida.
Como la Biblia es un libro que está perfectamente interconectado, es muy interesante ver estas tres categorías en la primera tentación documentada en Génesis, el primer libro del Antiguo Testamento y las tentaciones de Jesús en Mateo y Lucas, en el Nuevo Testamento.
Cuando la serpiente tentó a Eva en el Huerto del Edén, esta experimentó las tres categorías de deseos aquí mencionadas. Nos dice Génesis 3:6 “Vio, pues, la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió;”
En primer lugar percibió que el fruto era bueno para comer. Las necesidades de la carne son importantes para nosotros; tenemos que comer, dormir y relacionarnos; y Dios nos ha dado tanto las necesidades como el deleite mientras las satisfacemos. Sin embargo, dentro de este regalo, corremos el peligro de desear satisfacer estas necesidades fuera de la voluntad del Señor, ya sea porque no es lo que Dios tiene para nosotros o porque no es el momento de disfrutarlo. El fruto del árbol que Dios había prohibido parecía bueno para comer. No parecía que lo que Dios había prohibido fuera en sí malo, por lo que la serpiente aprovecha este deseo natural en Eva para convencerla. Por supuesto que los árboles que sí podían comer también tenían frutos buenos para comer. No era que Dios no estaba satisfaciendo las necesidades de Adán y Eva; no, pero Eva comenzó a pensar que si Dios no le daba ese fruto, no la amaba. ¿Has pensado de manera similar en algún momento?
Satanás, que ha cambiado poco su táctica, vino a Jesús en el desierto para tentarlo, y la primera tentación es semejante a la que funcionó con Eva. Le propuso que a petición suya convirtiera las piedras en pan y saciara el hambre de 40 días de ayuno. ¡Qué propuesta tan amable! Por supuesto que Jesús lo podría haber hecho; sin embargo Jesús, a diferencia de Eva, no cayó en la trampa de interponer sus propios deseos de la carne o los del mismo Satanás al plan de Dios para su vida en ese momento.
Volviendo al texto de Génesis, leemos que en segundo lugar, Eva vio que el fruto “era agradable a los ojos”. No solo parecía el fruto prohibido bueno para el cuerpo, sino que además tenía buena pinta; podríamos decir que le entró por los ojos a Eva. Lo cierto es que nuestras primeras impresiones suelen percibirse por los ojos. Edén era el lugar más bello de la Tierra. Una vez más, no es que Eva no estuviera rodeada de belleza, pero esta cosa única que ella no podía tener era lo que le atraía.
El Señor Jesús tuvo la misma tentación, cuando Satanás “le mostró todos los reinos del mundo y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares.” (Lucas 4:5-6; Mateo 4:8-9)
¡Qué vistas tendría Jesús desde el alto monte! Pero Él sabía que todo eso sería suyo un día. Ahora no era el momento, y sin duda, no al precio de postrarse ante Satanás. Jesús se sometería al Padre y esperaría el momento perfecto en la voluntad de Dios. Jesús es el ejemplo perfecto para nosotros cuando somos tentados a adelantarnos a los tiempos de Dios o a violar sus condiciones. Su plan es perfecto, y hacemos bien en llevar a Dios todo aquello que nos entra por los ojos para poder discernir si en verdad es o no lo que Dios quiere para nosotros ahora o en cualquier momento.
En tercer lugar, Eva, al ver el fruto, notó que “era codiciable para alcanzar la sabiduría.”
¿Quién no querría sabiduría, verdad? ¿Es malo desear las cosas buenas de la vida? Sabiduría, riquezas, buen nombre, influencia, ¿qué hay de malo en querer disfrutar lo que podría ser un regalo de Dios? Una vez más, volvamos al contexto donde vivía Eva. Leemos en Génesis que Dios caminaba con ellos en el huerto diariamente. Si Eva quería más sabiduría, podía ir directamente a la fuente. Dios ya les daba el conocimiento del bien. ¿Qué nos haría pensar que el fruto del conocimiento del mal aportaría algo a la sabiduría de Eva?
Una vez más vemos que Eva anheló la satisfacción de sus deseos fuera de la voluntad de Dios, deseando las vanidades de la vida y despreciando los deseos de su Dios.
Cualquiera de nosotros podemos encontrarnos intentando alcanzar la vanagloria de la vida, codiciando para nosotros mismos conocimiento, fama, poder o influencia sin atender a los deseos de Dios.
Jesús nos mostró cómo hacer frente a esta tentación. Satanás lo llevó al pináculo del templo y le invitó a tirarse para que sus ángeles vinieran a recogerlo en el aire. Menudo espectáculo hubiera sido, ¿verdad? Todos los presentes hubieran podido comprobar el poder de Jesús sobre las huestes celestiales. Sin embargo, este no era el plan de Dios. ¿Por qué seguiría Cristo el plan del enemigo? Jesús era el Dios Verdadero. No tenía por qué demostrar su Omnipotencia. Jesús resucitaría de la tumba venciendo a la muerte, pero ahora no era la voluntad del Padre que hiciera alarde de su poder. Y así Jesús reprobó a Satanás y este huyó.
En las tentaciones de Eva y Jesús vemos estas tres categorías de deseos que pueden ser usados en nuestra contra. Notemos que donde Eva cayó, Jesús se mantuvo firme. Sigamos el ejemplo del Maestro y usemos la misma Palabra de Dios para resistir hasta el final, porque como dice Juan, “el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.”
“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” 1 Juan 2:15-17
Estos tres versículos de la Biblia tienen grandes verdades prácticas para la vida del cristiano, porque describen en una frase relativamente corta las luchas que experimentamos en nuestra vida cotidiana aquí en la Tierra. Nos dice Juan que todo lo que nos tienta a desviarnos de Dios en este mundo no proviene de Dios, sino del mismo mundo en que vivimos. Santiago ya nos advertía del error de pensar que Dios nos da malas cosas cuando dijo en el capítulo 1:13-15: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. (Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte).”
Es fácil para el ser humano culpar a Dios por cada dificultad en esta vida, pero lo cierto es que no necesitamos a nadie, ni siquiera al maligno, para meternos en problemas, porque como Dios ha enseñado, el mal mora en cada corazón y este mundo caído está lleno de maldad. Esta realidad va en contra de la tendencia prevalente de pensar que somos buenos por naturaleza, y que nos hacemos malos por lo que vamos recibiendo en nuestra experiencia. Si fuera así, ¿de dónde viene el mal entonces?
Dios nos explica que el mal viene de nuestro interior, y que no hay nada fuera del cuerpo que contamine al hombre (lo vemos en las enseñanzas de Jesús en Mateo 15 y Marcos 7). Este pensamiento no es muy popular porque pone la responsabilidad sobre la propia persona. Veamos cómo los mismos deseos naturales que Dios nos ha dado para disfrutar en Su voluntad, pueden ser pervertidos para hacernos caer cuando le desobedecemos.
Dice Juan que “todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.” El mundo al que se refiere es el sistema en el que vivimos, el cual formamos todos nosotros. Las categorías que Juan identifica en el texto son los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida.
Como la Biblia es un libro que está perfectamente interconectado, es muy interesante ver estas tres categorías en la primera tentación documentada en Génesis, el primer libro del Antiguo Testamento y las tentaciones de Jesús en Mateo y Lucas, en el Nuevo Testamento.
Cuando la serpiente tentó a Eva en el Huerto del Edén, esta experimentó las tres categorías de deseos aquí mencionadas. Nos dice Génesis 3:6 “Vio, pues, la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió;”
En primer lugar percibió que el fruto era bueno para comer. Las necesidades de la carne son importantes para nosotros; tenemos que comer, dormir y relacionarnos; y Dios nos ha dado tanto las necesidades como el deleite mientras las satisfacemos. Sin embargo, dentro de este regalo, corremos el peligro de desear satisfacer estas necesidades fuera de la voluntad del Señor, ya sea porque no es lo que Dios tiene para nosotros o porque no es el momento de disfrutarlo. El fruto del árbol que Dios había prohibido parecía bueno para comer. No parecía que lo que Dios había prohibido fuera en sí malo, por lo que la serpiente aprovecha este deseo natural en Eva para convencerla. Por supuesto que los árboles que sí podían comer también tenían frutos buenos para comer. No era que Dios no estaba satisfaciendo las necesidades de Adán y Eva; no, pero Eva comenzó a pensar que si Dios no le daba ese fruto, no la amaba. ¿Has pensado de manera similar en algún momento?
Satanás, que ha cambiado poco su táctica, vino a Jesús en el desierto para tentarlo, y la primera tentación es semejante a la que funcionó con Eva. Le propuso que a petición suya convirtiera las piedras en pan y saciara el hambre de 40 días de ayuno. ¡Qué propuesta tan amable! Por supuesto que Jesús lo podría haber hecho; sin embargo Jesús, a diferencia de Eva, no cayó en la trampa de interponer sus propios deseos de la carne o los del mismo Satanás al plan de Dios para su vida en ese momento.
Volviendo al texto de Génesis, leemos que en segundo lugar, Eva vio que el fruto “era agradable a los ojos”. No solo parecía el fruto prohibido bueno para el cuerpo, sino que además tenía buena pinta; podríamos decir que le entró por los ojos a Eva. Lo cierto es que nuestras primeras impresiones suelen percibirse por los ojos. Edén era el lugar más bello de la Tierra. Una vez más, no es que Eva no estuviera rodeada de belleza, pero esta cosa única que ella no podía tener era lo que le atraía.
El Señor Jesús tuvo la misma tentación, cuando Satanás “le mostró todos los reinos del mundo y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares.” (Lucas 4:5-6; Mateo 4:8-9)
¡Qué vistas tendría Jesús desde el alto monte! Pero Él sabía que todo eso sería suyo un día. Ahora no era el momento, y sin duda, no al precio de postrarse ante Satanás. Jesús se sometería al Padre y esperaría el momento perfecto en la voluntad de Dios. Jesús es el ejemplo perfecto para nosotros cuando somos tentados a adelantarnos a los tiempos de Dios o a violar sus condiciones. Su plan es perfecto, y hacemos bien en llevar a Dios todo aquello que nos entra por los ojos para poder discernir si en verdad es o no lo que Dios quiere para nosotros ahora o en cualquier momento.
En tercer lugar, Eva, al ver el fruto, notó que “era codiciable para alcanzar la sabiduría.”
¿Quién no querría sabiduría, verdad? ¿Es malo desear las cosas buenas de la vida? Sabiduría, riquezas, buen nombre, influencia, ¿qué hay de malo en querer disfrutar lo que podría ser un regalo de Dios? Una vez más, volvamos al contexto donde vivía Eva. Leemos en Génesis que Dios caminaba con ellos en el huerto diariamente. Si Eva quería más sabiduría, podía ir directamente a la fuente. Dios ya les daba el conocimiento del bien. ¿Qué nos haría pensar que el fruto del conocimiento del mal aportaría algo a la sabiduría de Eva?
Una vez más vemos que Eva anheló la satisfacción de sus deseos fuera de la voluntad de Dios, deseando las vanidades de la vida y despreciando los deseos de su Dios.
Cualquiera de nosotros podemos encontrarnos intentando alcanzar la vanagloria de la vida, codiciando para nosotros mismos conocimiento, fama, poder o influencia sin atender a los deseos de Dios.
Jesús nos mostró cómo hacer frente a esta tentación. Satanás lo llevó al pináculo del templo y le invitó a tirarse para que sus ángeles vinieran a recogerlo en el aire. Menudo espectáculo hubiera sido, ¿verdad? Todos los presentes hubieran podido comprobar el poder de Jesús sobre las huestes celestiales. Sin embargo, este no era el plan de Dios. ¿Por qué seguiría Cristo el plan del enemigo? Jesús era el Dios Verdadero. No tenía por qué demostrar su Omnipotencia. Jesús resucitaría de la tumba venciendo a la muerte, pero ahora no era la voluntad del Padre que hiciera alarde de su poder. Y así Jesús reprobó a Satanás y este huyó.
En las tentaciones de Eva y Jesús vemos estas tres categorías de deseos que pueden ser usados en nuestra contra. Notemos que donde Eva cayó, Jesús se mantuvo firme. Sigamos el ejemplo del Maestro y usemos la misma Palabra de Dios para resistir hasta el final, porque como dice Juan, “el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.”
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