DiscoverNada personalCapítulo 17-El trauma de la adopción puede mejorar o empeorar dependiendo de la familia que adopte?
Capítulo 17-El trauma de la adopción puede mejorar o empeorar dependiendo de la familia que adopte?

Capítulo 17-El trauma de la adopción puede mejorar o empeorar dependiendo de la familia que adopte?

Update: 2024-06-15
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La familia que nos adopta es nuestro mundo. En ese mundo vivimos, respiramos, crecemos. Son nuestra referencia, nuestro punto de partida, nuestro hogar. No hay forma de que lo que haga nuestra familia adoptiva no nos influya. Por supuesto que hay que tener en cuenta que todas las familias son diferentes, todas las personas adoptadas son diferentes, todas las situaciones en la que se dió la adopción son diferentes y todas las formas de relacionarse son diferentes. Es difícil generalizar y simplemente decir que si las cosas se hubiesen dado de una forma o de otra, el trauma automáticamente hubiese disminuído.  pero lo que descubrí en mi caso, y por lo que otros me contaron, la forma en la que a una la trata la familia que a una la adoptó va a reforzar o sanar el trauma de que: “A mi me abandonaron porque hay algo defectuoso inherente en mí” también conocido como esa voz interna que como disco rallado dice: “Obviamente nací para ser abandonada y rechazada. Ese es mi destino, esa es quién soy”. Esas voces internalizadas, esas creencias vinieron de algún lugar. No es algo que a los niños simplemente se les ocurre creer. No es algo que eligen. 


En el 2020, plena pandemia, me encontraba yo luchando contra mis demonios: Mi codependencia, mi inhabilidad de poner límites, mi inhabilidad de cortar con la relación tóxica en la que me encontraba que tan claramente me hacía mal, y mi apego obsesivo hacia una persona con quién realmente no debería estar.


A pesar de todos los años de terapia, todos los libros leídos y todas las reuniones de doce pasos, había algo que yo todavía no había entendido. Cómo podía ser que a pesar de todo el conocimiento, de toda esa claridad mental todavía seguía repitiendo los mismos patrones relacionales? ¿Podía realmente ser que el comienzo de mi vida me había marcado mucho más de lo que yo había entendido?


En el 2021, decidí averiguarlo de una vez por todas cuando descubrí que en Suecia se ofrecían sesiones de terapia online gratis para gente adoptada. Y esto sucedía muy probablemente como consecuencia de los datos que salieron a la luz sobre el robo sistemático de bebés en Chile en la década de los '70 y los '80 y la venta de los mismos a países del primer mundo. Países como por ejemplo Suecia, a dónde se estima llegaron alrededor de 2200.


La terapeuta que me atendió me preguntó si ya había ido a terapia y de qué forma necesitaba ayuda. Yo fui directo al grano, le dije que iba a terapia desde los 17 años, pero sentía que necesitaba información sobre cómo me afectó la adopción y sobre todo, si este trauma se podría haber curado o al menos se hubiese aminorado con la familia que me adoptó. Me pidió que le describiese un poco cómo fue crecer con mi familia, y no le tomó mucho tiempo confirmarme, que más allá de mi adopción, mis padres adoptivos y la forma en la que se manejaron con el hecho de que mi hermano y yo no éramos sus hijos biológicos, hicieron que el trauma inicial a no pertenecer a su mismo clan genético se potenciase muchísimo más.


Antes de contar la siguiente historia, voy a hacer un paréntesis. Tener hijos no es fácil. Lo he visto en mis amiguos y amigas. Es el amor más grande y la demanda más grande. Es la relación más hermosa y más molesta. Más energizante y drenante. Y por lo que puedo observar, la fragilidad más grande que se puede experimentar. Como dijo mi amigo el otro día: “Es como si tu corazón de repente estuviese fuera de tu cuerpo”. Por eso siempre miré a la gente que decide tener hijos con mucha admiración. 


Volviendo al tema entonces voy a tomar de referente a mi propia mamá, que es lo que tengo. Cuando murió en el 2013, yo sentí que moría una parte de m'i. Estuve junto a su lado hasta que tomó su último aliento. Ella que tanto miedo le tenía a todo, no debería estar sola en un momento de tanta incertidumbre. Después de su muerte mucha gente se me acercó diciéndome cuánto nos amaba, a mí y a mi hermano. “Se desvivía por ustedes” me dijeron. Yo sonreía y afirmaba: “Si, mi mamá nos dio todo”. Y por dentro pensaba, cómo es que nadie nunca vió lo que pasaba en casa? Durante muchísimos años pensé que yo estaba loca y que me lo había imaginado todo. O que en realidad el problema siempre fue que soy muy sensible y  que todo me afecta. Que su comportamiento era normal, de madre estresada por ser madre. Que mi hermano y yo éramos insufribles, por eso siempre estaba irritada con nosotros. Que si hubiésemos sido mejores hijos, ella se hubiese sentido mejor. O al menos si yo hubiese sido mejor hija. Si no le demandaba nada, si me portaba bien, si no hacía barullo, si la entendía y escuchaba, si no reaccionaba al abuso, a la falta de límites con mi cuerpo, si no reaccionaba a sus comentarios dañinos, a sus golpes. Si yo simplemente dejase de existir, tal vez entonces ella se sentiría más tranquila y no le pesaría tanto ser madre.  


A terapia empecé a ir a los 17 años. Yo pedí de ir a terapia porque sentía una gran pesadez en el alma, algo que muchísimos años más tarde diagnosticaron como síndrome de estrés post traumático complejo. 
Para los que no saben, este se diferencia del síndrome de estrés post traumático, ya que es una afección que puede desarrollarse después de que una persona experimenta acontecimientos traumáticos prolongados y repetidos,  como por ejemplo abuso sexual, emocional y psicológico prolongado, con la negligencia agravada durante la infancia, víctimas de secuestro, situaciones de acoso constante, esclavitud, explotación laboral, prisioneros de guerra, supervivientes de campos de concentración, desertores de cultos u organizaciones en forma de cultos; entre otras cosas.  
En cambio el síndrome post traumático se desarrolla tras experimentar o ver algún evento traumático. O sea, es la repetición de esos acontecimientos lo que lo hace complejo y el que desarrolle en las personas una serie de mecanismos de sobrevivencia que se diferencian del no complejo.
Mecanismos de sobrevivencia como por ejemplo:
Dificultades para regular las emociones, ideación suicida, furia explosiva o extremadamente inhibida; amnesia selectiva, disociación, sentimientos crónicos de impotencia, vergüenza, culpa o estigma; aceptar la forma de pensar, los valores y la forma de racionalizar del agresor; aislamiento, desconfianza crónica, enfado y hostilidad hacia los demás; búsqueda repetida de un salvador, falta de relaciones íntimas e incapacidad para autoprotegerse; falta de fe o sentimientos de desamparo, impotencia, desesperanza y desesperación; y pérdida del sentimiento de realidad acompañado por sentimientos de terror y confusión.


En esas sesiones de terapia especializadas en el tema de la adopción, la terapeuta también me mencionó algo de lo que ya había escuchado hablar varias veces, pero nunca me había animado a adentrar, por miedo a lo que iba a encontrar. La teoría del apego.
Esta teoría describe la dinámica de largo plazo de las relaciones entre los seres humanos. Esta teoría propone también que los niños se apegan instintivamente a quien cuida de ellos,​ con el fin de sobrevivir, incluyendo el desarrollo físico, social y emocional.​ La meta biológica es la supervivencia, y la meta psicológica es la seguridad. Dependiendo de cómo los cuidadores se relacionen con los niños, estos desarrollarán distintos patrones de apego como por ejemplo el apego seguro, apego inseguro-evitativo, apego inseguro-ambivalente y también el apego desorganizado. Este patrón será el molde relacional del cual la persona luego se basará para relacionarse en la vida. 
En el caso de las personas con síndrome de estrés post traumático complejo, en general, se puede observar el desarrollo del patrón de apego inseguro o desorganizado.
Ese patrón se caracteriza por, por ejemplo, el deseo y necesidad de conexión y de intimidad, pero al mismo tiempo la incapacidad de poder recibir afecto, y la constante desconfianza.
La terapeuta me recomendó leer varios libros sobre la teoría del apego y lo hice. Porque el primer paso a la sanación es entender cuál es el problema, dónde está la herida. Concientizarse del camino recorrido y las secuelas que dejó para entender que parte de una hay que abrazar, que pedacito hay que integrar, y que vergüenza hay que romper.


Acá viene una de esas verguenzas.
En el colegio secundario alemán a donde fui, en ese contexto racista normalizado post segunda guerra mundial del cuál ya hablé y en el que más que claro está, seguía rigiendo la ideología del colonialismo europeo que tanto marcó a todo el mundo, sin ninguna impunidad, pasó lo siguiente. 
Cuando tenía 14 años los alumnos de los años superiores a mí, me empezaron a llamar “Berta” por el color de mi piel. Este nombre, al menos entonces, era un nombre con el que se referían a las empleadas domésticas. La idea era dejar bien en claro que yo era inferior. Que no pertenecía ahí. Que lo veían, que no me podía escapar. Que yo valía menos que todos los otros. 
Cada día era una tortura. Por las noches lloraba deseando no tener que despertarme al otro día, y durante los días hacía de cuenta que nada de esto pasaba, me desasociaba de la realidad y sonreía como si nada. Porque nunca podría quejarme, ni protestar, porque dado que  desde casa y desde muy chica, ya me habían dejado en claro, que mis genes eran defectuosos, que venían de gente pobre o gente de la villa, que según sus creencias racistas, era gente de menor valor, el desprecio de los otros alumnos era justificado. 
Y yo les creía. Esa verdad, como ya conté antes, ya estaba internalizada. Mi alma lloraba por dentro y por fuera cargaba con las creencias racistas de los que me rodeaban, de ser un ser humano de menor valor. 
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