Valencia, un tsunami a tres bandas
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La noche del 29 de octubre de 2024, una riada de fuerza descomunal, producto del fenómeno meteorológico conocido como DANA o Gota Fría, arrasó con una decena de municipios de la región de Valencia, España. Los invitamos a escuchar el reportaje de nuestra enviada especial a cubrir la catástrofe, Angélica Pérez (con la colaboración de Pauline Gleize de la redacción Medio Ambiente de RFI y Luis Velasco del diario El País).
Esta es la historia de un tsunami a tres bandas. Primero, la riada o crecida de los ríos que el 29 de octubre de 2024 arrastró consigo pueblos enteros al sur de la ciudad de Valencia. Enseguida, la marea humana solidaria que inundó a las comunidades devastadas paliando la ausencia oficial. Y, finalmente, el terremoto social y político desatado por la caótica gestión del gobierno regional para hacer frente a la catástrofe.
La riada
“Nadie nos avisó”. "Las alertas telefónicas sonaron cuando ya teníamos el agua al cuello”. “Nos han dejado solos”. Dolor e ira se desprenden de los testimonios de cada sobreviviente y damnificado de la riada.
La primera vez que escuchamos estas frases fue un día después de la catástrofe dentro de los albergues que se improvisaron en Valencia para recibir a cientos de siniestrados. Estaban en chock. Muchos habían pasado más de diez horas, en plena noche, trepados en las plantas altas de sus casas, los tejados o en cualquier artefacto que les permitiera escapar a la inundación.
Agradecían estar vivos. Pero tenían la sombra de la muerte pegada a su memoria.
“Casi morimos ahogados. Un vecino murió delante de nosotros. Nuestros animalitos también murieron. No pudimos salvarlos. Ver cómo lo pierdes todo en segundos. Y ver que tienes la muerte a tus pies...”, la voz de Mari Carmen Rodríguez se ahoga entre las lágrimas. Ella y su marido Pepe son dos pensionados pobres del municipio de Manises.
Escuche el reportaje en versión audio:
José Stiwart Camacho, otro sobreviviente, también recuerda que “en cosa de segundos el agua subió un metro y medio de altura”. Este obrero de la construcción pasó 16 horas trepado a unas plataformas en el municipio de Sedaví antes de ser rescatado. Durante toda la noche vio pasar bajos sus pies innumerables vehículos, muebles y electrodomésticos arrastrados por la furia del rio desbordado por efecto de una Dana descomunal.
Todos afirman que las alertas sonaron cuando ya tenían el agua al cuello – y no se trata de una figura literaria-. Un recuerdo que martilla el relato de los habitantes de los municipios devastados, algunos a menos de diez minutos en tren de la capital valenciana, pero cortados del mundo con la riada.
La marea humana
Jueves 31 de octubre. Alfafar. Para llegar desde Valencia a este municipio, uno de los más devastados, hay que caminar cerca de una hora sobre la carrilera del tren, suspendido por las inundaciones. Y, sin embargo, Alfafar está a apenas a cinco kilómetros de la ciudad capital.
Algunas personas que van a pie cargan agua y víveres. Son amigos, familiares y espontáneos que, por iniciativa propia, aprovisionan a los damnificados de este municipio.
Al llegar a Alfafar, el paisaje es apocalíptico. Se diría que un tsunami al revés sepultó a su gente entre el barro, el caos y el olvido.
“Llevo dos días limpiando solo. Nadie ha venido a ayudarme”, se lamenta con resignación enfurecida Francis Frau mientras barre kilos de lodo. El agua arrancó ventanas y puertas de su casa y destruyó completamente la planta baja. Lo mismo ocurrió con los primeros pisos del casco histórico, muchos eran comercios.
Sólo los relatos macabros, dantescos y desgarradores de los habitantes dan una dimensión a esta tragedia que no fue anunciada a la población, aunque los expertos habían lanzado la alerta con suficiente antelación.
“En la calle la gente se agarraba a los árboles. Se oían gritos de auxilio. Con los vecinos tratábamos de ayudarlos con cuerdas, pero estaban muy lejos. No pudimos. Hay personas que no sabemos dónde están. Y no llegó la ayuda sino hasta las cinco de la madrugada. Llevamos dos días sin luz ni agua”, relata Natalia Morinelli. Lleva horas esperando en la fila la llegada de la ayuda humanitaria
La cólera y el sentimiento de abandono de la población tienen la magnitud de la destrucción. Parada en su balcón, Irene Romero observa con enojo la larga cola de siniestrados: “Nos han dejado solos, completamente. Y ha habido muchos muertos. Aun anoche había una chica tirada en la calle, cubierta con una sábana, muerta. ¡¿Tú crees que esto puede ser?!”.
Las autoridades municipales también denuncian la desidia del gobierno de la región presidido por el conservador Carlos Mazón. “No hay ninguna acción de parte del gobierno autónomo regional. No nos ha facilitado nada”, asegura Marián Pérez.
La coordinadora del servicio social del Ayuntamiento de Alfalfar se indigna: “Hemos perdido alimentos, agua, camas para la gente que perdió su casa, generadores de luz. Nada de eso ha llegado. Todo lo está gestionando la municipalidad”.
Luego confiesa que, para contener las necesidades de la gente, los empleados de la municipalidad han debido entrar al hipermercado Mercadona –cerrado por la inundación- y sacar a la fuerza elementos de limpieza.
Desesperado, el alcalde de Alfafar, Juan Ramón Adsuara, pide a gritos el auxilio del ejército. No ha dormido las últimas 48 horas y está solo haciendo lo que puede con los vecinos, afirma. “Tiene que venir el ejército porque tenemos 8 mil habitantes todavía aislados con un metro de barro y hay gente en los coches muerta. Tenemos que entrar allí”.
Cae la noche. Un grupo de jovencitos universitarios de Valencia emprende la larga caminata de regreso a la ciudad tras una jornada en la que abandonaron las aulas y las terrazas para venir a ayudar a sus vecinos de Alfafar.
Al día siguiente, esos voluntarios se multiplicarían por miles. Armado de palas y escobas, un ejército ciudadano venido de todos los rincones de la región valenciana avanza a pie rumbo a los municipios siniestrados.
En la subida del puente San Marcelino que une a la ciudad capital con los municipios hay un ‘peaje solidario’. No se paga, se recibe. Un grupo de ciudadanos entrega a cada persona que pasa agua y víveres para que los lleve a los damnificados.
En la ruta a Paiporta, la llamada Zona Cero de la tragedia ocasionada por la Dana, Olaz Ramírez marcha con sus tres hijitos “Ellos quisieron venir a ayudar y valorar lo que tenemos”, dice la madre.
En Paiporta, nuevamente las huellas de un tsunami. Pilas de autos destruidos por todas partes, calles intransitables por las montañas de enseres rotos que la gente ha ido acumulando afuera de sus viviendas y toneladas de lodo que todo lo invade, las vías, las casas, las manos.
“Hemos ayudado a sacar barro, ahora son los camiones los que tienen que entrar a quitar todo lo que hay. Ya toda la marea humana es poco lo que puede hacer”, indica Yasmina Gómez, una voluntaria venida de Valencia. “Hasta que no vengan las máquinas aquí, es poco lo que la gente puede hacer”, confirma Mauricio Torres, otro limpiador espontáneo.
Vicente Cascales vive en un edificio cuyos parqueaderos subterráneos y primera planta quedaron anegados en cosas de minutos. “Gracias a otro vecino que también estaba sacando el coche, logramos entre tres personas salvarnos la vida. Esto va a costar mucho. Aquí ha habido una ayuda solidaria que no vamos a poder agradecer ni con palabras, ni con dinero, ni con gestos”, dice con el sabor amargo del abandono estatal.
Antonio Maroto es otro sobreviviente de Paiporta. Su mujer lo arrancó de las aguas por el brazo cuando él bajó al garaje a rescatar su bicicleta. “Hoy han pasado por aquí 40, 50 chicos con palas. Todo lo que ves es en función de voluntarios, de jóvenes españoles que dijeron ‘vamos a ayudar’. El único que ha fallado aquí es el gobierno en sus previsiones meteorológicas y de aviso a la gente", lamenta el pensionado.
Sólo la marea ciudadana que inundó el pueblo con sus escobas solidarias, unos pocos bomberos y un par de grúas contratadas por el municipio, asisten a los siniestrados. La ira reina en Paiporta.
“Estaba la gente en la calle volviendo de sus trabajos. Nos avisaron tarde. Y nos hemos ahogado”, denuncia María, una de las habitantes del número 17 de la calle Países Bajos en Paiporta. Desde hace cuatro días, su abuela se encuentra atrapada dentro del apartamento en el que vive porque la calle sigue atestada de trastos y barro que bloquean la puerta del edificio. “Tiene 90 años. ¡Y sus vecinas han muerto todas porque no podían trepar!”, vocifera fuerte como si pretendiera que su incriminación retumbe en el número 16 del Paseo de la Alameda, la sede de la Generalitat en Valencia.
El terremoto social y político
Domingo 3 de noviembre. Paiporta. Al grito de asesinos, la turba enfurecida recibe a los reyes Felipe VI y Leticia, el jefe del gobierno español, Pedro Sánchez, y el presidente de la región de Valencia, Carlos Mazón.
La gente echa del pueblo a la comitiva oficial. Les lanza barro, el mismo que ha sepultado sus vidas. Y golpea con sus emblemáticas escobas los automóviles de las autoridades
Durante cuatro días, el presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, evadió la ayuda del gobierno socialista de Madrid so pretexto de que Valencia podría gestionar sola la catástrofe. Apenas la noche del viernes 1 de noviembre, Mazón dio su brazo a torcer.
“Celebro mucho que el presidente Mazón haya decidido elevar a cinco mil su petición de efectivos militares. El gobierno central está listo para ayudar. Si necesita más recursos, que los pida”, respondió Pedro Sánc