“Memento mori” recuerda que has de morir.

Tres palabras que viajan desde los huesos de los romanos hasta los espejos donde todavía nos miramos.
No fueron pronunciadas por poetas ni por profetas, sino por esclavos. En los desfiles triunfales de Roma, mientras el general victorioso era coronado de laureles, un sirviente caminaba tras él y susurraba:
Respice post te, hominem te esse memento.
“Mira detrás de ti, recuerda que eres un hombre.”
El murmullo del esclavo era una grieta en el mármol de la gloria: un recordatorio de que ni el poder ni la belleza eran escudos contra la podredumbre.
Desde entonces, la frase cambió de dueño. Los monjes medievales la convirtieron en oración, los artistas en símbolo, los místicos en espejo.
En las catacumbas de Roma, donde los frescos aún conservan rostros con ojos vacíos, se mezclan epitafios y promesas: Dormit in pace, duerme en paz; Expectat resurrectionem, espera la resurrección.
Pero, ¿y si la resurrección nunca llega?
¿Y si lo que despierta no es el cuerpo, sino el recuerdo?

Quédate conmigo y te cuento más.

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