En Juan, capítulo 14, verso 2, Jesús declara: En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho. Con esta afirmación, Jesús describe a sus discípulos que el cielo, la morada eterna junto a Dios, no es un lugar limitado ni restringido en el que solo hay espacio para unos pocos. Más bien, es un sitio expansivo y acogedor, preparado para albergar a un número incalculable de personas.

La palabra moradas, del griego monē (μονή), significa: Un lugar para vivir, residencia, habitación, mansión, y sugiere una zona permanente y
habitable. La amplitud y el significado de “moradas,” enfatiza la grandeza de un hogar personalizado y eterno, cuya magnificencia es asignada a cada hijo del reino en forma de retribución. Esta elección de palabra enfatiza que el cielo no es simplemente un destino espiritual abstracto, sino un lugar real y duradero, en donde todo aquel que alcanza la transformación final tendrá el brillo y esplendor de su espacio propio.

El mensaje que Jesús trasmite resalta la idea de que en el cielo hay suficiente espacio para todos. Con su afirmación, Jesús evidencia la
atención personalizada de Dios hacia cada uno de sus hijos, asegurando así, que ninguno de ellos se sienta perdido y sin identidad propia en la inmensidad del reino celestial.

Esta es la herencia que experimenta el creyente, cuando su cuerpo terrenal y material, es cambiado por un cuerpo de gloria, que será su
nueva morada o castillo eterno y celestial. En esta nueva realidad, cada uno es levantado a la posición que habrá de conformar su nuevo entorno en el gobierno de Dios.