Olentzero, el Amigo de las Montañas
Update: 2025-02-24
Description
En las montañas del País Vasco, vivía un amable carbonero llamado **Olentzero**. Era un hombre grande y fuerte, con barba negra y una mirada cálida. Todos los días subía y bajaba las montañas llevando su saco lleno de carbón para las chimeneas del pueblo. Aunque a veces parecía solitario, Olentzero era un gran amigo de todos los animales del bosque y conocía cada rincón de las montañas como la palma de su mano.
Llegaba el invierno y, con él, la Navidad. Olentzero tenía una misión especial: llevar alegría y regalos a los niños del pueblo. Sabía que en esas fechas cada pequeño esperaba algo especial, y, aunque sus manos estaban acostumbradas al trabajo duro, en su corazón guardaba la ternura y el cariño necesarios para hacerlos sonreír.
En la víspera de Navidad, Olentzero llenó su saco, pero esta vez no de carbón, sino de dulces, juguetes y pequeñas sorpresas que había preparado con esmero durante el año. Puso su boina favorita, una bufanda de lana, y comenzó a descender la montaña mientras la nieve caía suavemente, cubriendo los árboles y caminos de blanco.
Cuando llegó al primer caserío del pueblo, tocó suavemente la puerta y dejó un pequeño regalo en el umbral. Sin hacer ruido, se alejaba y repetía este gesto en cada casa. Los niños, al despertar, encontraban los regalos con sorpresa y emoción, preguntándose quién les habría traído tanta alegría.
Uno de los niños, curioso y con mucha energía, decidió esperar a Olentzero en la ventana, y cuando lo vio alejarse, corrió tras él. Olentzero se detuvo y, sonriendo, se acercó al pequeño. Le dio una palmadita en el hombro y le dijo:
—Que esta Navidad te traiga la misma alegría que tú me das con tu sonrisa, amiguito.
El niño, emocionado, prometió guardar el secreto de Olentzero y contarle a todos los niños del pueblo que un bondadoso amigo de las montañas baja cada año para repartir regalos y sonrisas en Navidad.
Y así, Olentzero regresó a su querida montaña, sabiendo que había cumplido su misión una vez más. Y cada año, en Navidad, la gente del pueblo recordaba su generosidad, esperando con ilusión la llegada de su amigo, el bondadoso Olentzero.
Y colorín colorado, este cuento encantado ha terminado.
Llegaba el invierno y, con él, la Navidad. Olentzero tenía una misión especial: llevar alegría y regalos a los niños del pueblo. Sabía que en esas fechas cada pequeño esperaba algo especial, y, aunque sus manos estaban acostumbradas al trabajo duro, en su corazón guardaba la ternura y el cariño necesarios para hacerlos sonreír.
En la víspera de Navidad, Olentzero llenó su saco, pero esta vez no de carbón, sino de dulces, juguetes y pequeñas sorpresas que había preparado con esmero durante el año. Puso su boina favorita, una bufanda de lana, y comenzó a descender la montaña mientras la nieve caía suavemente, cubriendo los árboles y caminos de blanco.
Cuando llegó al primer caserío del pueblo, tocó suavemente la puerta y dejó un pequeño regalo en el umbral. Sin hacer ruido, se alejaba y repetía este gesto en cada casa. Los niños, al despertar, encontraban los regalos con sorpresa y emoción, preguntándose quién les habría traído tanta alegría.
Uno de los niños, curioso y con mucha energía, decidió esperar a Olentzero en la ventana, y cuando lo vio alejarse, corrió tras él. Olentzero se detuvo y, sonriendo, se acercó al pequeño. Le dio una palmadita en el hombro y le dijo:
—Que esta Navidad te traiga la misma alegría que tú me das con tu sonrisa, amiguito.
El niño, emocionado, prometió guardar el secreto de Olentzero y contarle a todos los niños del pueblo que un bondadoso amigo de las montañas baja cada año para repartir regalos y sonrisas en Navidad.
Y así, Olentzero regresó a su querida montaña, sabiendo que había cumplido su misión una vez más. Y cada año, en Navidad, la gente del pueblo recordaba su generosidad, esperando con ilusión la llegada de su amigo, el bondadoso Olentzero.
Y colorín colorado, este cuento encantado ha terminado.
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