Juan 8_1_11 Ni yo te condeno
Update: 2018-04-15
Description
Juan 2018 (12)
Palabra/ Juan 8:1-11
V.C./ Juan 8:11
Ni yo te condeno
“Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.”
Esta palabra es realmente maravillosa, porque en ella podemos ver el mismo evangelio de Jesucristo. Al ver a la mujer que andaba en el pecado de adulterio, podemos entender cómo se encuentra el ser humano esclavizado por el pecado. Y a través de la palabra que le dijo Jesús a la mujer, podemos ver cuán preciosa y maravillosa es la salvación y la nueva vida que nos ha dado nuestro Señor Jesucristo.
Oro que por medio de esta palabra renovemos la gracia de la salvación que nos dio Jesús. Y oro que muchas ovejas con sinceridad y humildad reconozcan su esclavitud en pecados, y reciban la salvación y la nueva vida que Jesús les da. Amén.
I. La mujer adúltera (1-6)
La semana pasada vimos que Jesús enseñaba en la fiesta de los tabernáculos. Y en el versículo 53 del capítulo anterior dice que cada uno se fue a su casa. Ya se acabó la fiesta. Y ¿a dónde se fue Jesús? En el versículo 1 dice que Jesús se fue al monte de los Olivos. Este monte se encontraba al este de Jerusalén, en el valle de Kidrón. Y en él había el huerto de Getsemaní, en donde Jesús se acostumbraba a orar. Después de la fiesta, Jesús no fue a comer y dormir. Ni se fue de vacaciones. Jesús se fue a orar. ¿Con qué título oraría Jesús? En el último y gran día de la fiesta Jesús había invitado a la gente, alzando la voz y diciendo: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.” Jesús oraría con anhelo para que la gente no sufriera más, tratando de saciar la sed interior con el agua de las cosas mundanales, sino creyera en Jesús, y tuviera verdadera satisfacción y una vida fructífera que le agradara a Dios. Por eso, si vemos el versículo 2, por la mañana volvió Jesús al templo.
Y todo el pueblo vino a él. Ellos habían disfrutado la fiesta, viendo espectáculos, oyendo músicas, comiendo en los puestos y participando en ceremonias religiosas. Pero, después de la fiesta, ellos se darían cuenta de que seguían con ese vacío y sed interior. Y se acordarían la invitación que les había dado Jesús en el último día de la fiesta. Por eso todo el pueblo vino a él al día siguiente por la mañana. Y sentado Jesús, les enseñaba. En esa mañana la palabra de Jesús correría como ríos de agua viva en el corazón de la gente.
Pero, miren el versículo 3. Los escribas y los fariseos interrumpieron ese aire tan pacífico y celestial. Ellos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio. Y poniéndola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?” En Levíticos 20:10 dijo Moisés: “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos.” También, si vemos Deuteronomio 22:23 y 24, mandó diciendo: “Si hubiere una muchacha virgen desposada con alguno, y alguno la hallare en la ciudad, y se acostare con ella; entonces los sacaréis a ambos a la puerta de la ciudad, y los apedrearéis, y morirán; la joven porque no dio voces en la ciudad, y el hombre porque humilló a la mujer de su prójimo; así quitarás el mal de en medio de ti.” Los escribas y los fariseos sabían esta ley de Moisés. Entonces, ¿por qué no apedrearon a la mujer, al sorprenderla en adulterio, sino la trajeron, y le preguntaban a Jesús qué decía? Miren el versículo 6a. “Mas esto decían tentándole, para poder acusarle.” ¿Qué esperarían ellos que dijera Jesús para poder acusarle? Ellos habían visto que Jesús era misericordioso y compasivo para con la gente. Jesús sanaba a los enfermos en días de reposo, sabiendo que los líderes religiosos querían destruirle por esa causa. La multitud le seguía a Jesús por su amor y misericordia. Entonces, en cuanto a la mujer adúltera, diría Jesús que no la apedrearan. Y podrían acusarle por quebrantar la ley de Moisés. Pero, aunque Jesús dijera que sí la apedrearan, lograrían quitarle la imagen de misericordia y compasión. Además, podrían acusarle ante el gobierno romano, ya que Israel estaba colonizado por Roma, y los israelitas no tenían la autoridad para ejecutar. Aparentemente los escribas y los fariseos buscaban cumplir con la ley de Moisés. Pero en realidad ellos utilizaban la ley de Dios, y la pobre mujer que estaba temblando de vergüenza y miedo, y la misericordia de Jesús para destruirle. Ellos eran tan hipócritas y malvados.
Y miren el versículo 6b. Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. ¿Qué escribiría Jesús? Al pensar en esos líderes religiosos hipócritas y malvados, escribiría Jesús: ‘paciencia’, y ‘que se arrepientan’. Y al pensar en la pobre mujer, escribiría: ‘misericordia’ y ‘salvación’.
Ahora, esta mujer, ¿por qué andaría en el pecado de adulterio? ¿No sabría ella la ley de Moisés? Sí la sabía. Porque todos los niños judíos, en cuanto empezaban a hablar, comenzaban a aprender el Pentateuco. O acaso, ¿no tendría miedo del castigo? Claro que sí habría temido ser descubierta, avergonzada y apedreada hasta morir. Entonces, ¿por qué andaba en el pecado de adulterio, aun después de la fiesta solemne?
Para empezar, ¿cómo llegaría a caer en el pecado? Ella era una mujer casada. Ella tenía a su marido. Pero muy probablemente su marido era un hombre machista. Ella se habría casado, soñando tener un matrimonio feliz, que su marido la apreciara, respetara y amara. Al principio fue así. Pero esa felicidad no duró ni un mes. El hombre le empezó a gritar por cualquier cosa. Le hablaba con grosería, y la humillaba. Luego comenzó a golpearla. Los insultos y golpes se volvieron pan de cada día.
O su marido era el niño consentido de su familia, y egoísta. Aunque trabajaba y ganaba dinero, no aportaba ni un quinto para la casa. Él no le compraba a ella ni un par de zapatos. Y no sabía convivir con sus hijos. Ella tenía que trabajar, hacer quehaceres del hogar y criar a sus hijos.
O quizá su marido era buen hombre. No la humillaba, ni la golpeaba. Tampoco era egoísta. Era trabajador, y aportaba todo lo que necesitara para el hogar. Pero, él no la pelaba. Él era indiferente de ella. Cuando regresaba del trabajo, todo lo que le decía era: “Hola”, y ya. No le daba un abrazo cálido, ni le hablaba. Se encerraba en su cuarto con lo suyo. Y no había comunicación entre los dos.
Ella anhelaba sentirse respetada, apreciada y amada como mujer. Y un día se le acercó un hombre. La verdad él buscaba a una mujer para aprovecharse. Pero para conquistarla él se aparentó amable, cariñoso y considerado. Él le mandaba mensajes por celular cada rato, y le preguntaba cómo se encontraba. Además, le daban regalos: flores, perfumes, bolsas, etc. Y un día él la invitó a salir. Ella se acordaría del mandamiento de Dios. Pero su anhelo de ser amada era tan fuerte que pensaría: “Esta vez, y ya. Será la primera y última vez.” Así aceptó el pecado.
Pero, el verdadero problema llegó después. Una vez cometido el pecado, ella quedó esclavizada por el pecado. El hombre seguía buscándola. Y ella caía una y otra vez en el pecado. Un día ella volvió en sí, y dijo: “No debo seguir en este pecado. Si me llegaran a descubrir, ¡qué terrible sería el castigo!” Pero cada vez que venía la tentación, aunque ella trataba de negar el pecado, dentro de ella surgía una fuerza que la obligaba a pecar. Al principio ella cometió el pecado por su propia voluntad. Pero después ella seguía pecando, obligada por el poder del pecado. Por eso, sabiendo la ley de Dios, y temiendo el terrible castigo para los adúlteros, y con preocupación, miedo y angustia, seguía cometiendo adulterio. Y ese día por fin fue descubierta por los escribas y los fariseos. Ella fue traída y puesta en medio de la multitud. Y se encontraba avergonzada, y a punto de ser apedreada.
A través de esta mujer adúltera podemos entender cómo se encuentra el ser humano esclavizado por el pecado. Todos los hombres caen en el pecado de alguna manera: por medio de los juegos en su infancia, o por curiosidad, o a través de sus compañeros, o por lo que dicen en internet, o contra su propia voluntad, o impulsados por los conflictos en su familia, etc. Pero ese placer del pecado del principio es la carnada del diablo. Una vez cometido el pecado, el hombre queda atrapado y esclavizado por el pecado. Y aunque ya no encuentra ningún chiste en el pecado, y se siente cansado del pecado, no lo puede dejar. Al principio el hombre comienza con el pecado. Pero después el pecado domina al hombre. El apóstol Pablo también lo descubrió, luchando contra su pecado. En Romanos 7:17 y 20 confesó él, diciendo: “De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.”
Por eso todos los hombres esclavizados por el pecado tienen que seguir pecando, obligados por el poder del pecado hasta ser descubiertos, avergonzados y castigados. A través del movimiento ‘#MeToo’ hemos visto a numerosos hombres que fueron descubiertos con sus pecados inmundos. Ellos fueron avergonzados y castigados, y su vida quedó arruinada. Pero, aunque no fueran descubiertos los pecados de los hombres en esta vida, lo serán, cuando venga el Señor Jesús a juzgar a los vivos y a los muertos. En aquel día sus pecados inmundos y viles serán descubiertos a plena luz del día, y ellos serán avergonzados y castigados eternamente. Será terrible aquel día, porque ellos no tendrán ninguna oportunidad y esperanza de ser perdonados y salvos, sino serán lanzados en el fuego del infierno para sufrir sin fin.
Todos nosotros entendemos bien esta palabra. Porque lo habíamos vivido. Como esta mujer adúltera, y como todos los hombres, así habíamos vivido esclavizados por el pecado, cometiendo pecados sucios y viles contra nue
Palabra/ Juan 8:1-11
V.C./ Juan 8:11
Ni yo te condeno
“Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.”
Esta palabra es realmente maravillosa, porque en ella podemos ver el mismo evangelio de Jesucristo. Al ver a la mujer que andaba en el pecado de adulterio, podemos entender cómo se encuentra el ser humano esclavizado por el pecado. Y a través de la palabra que le dijo Jesús a la mujer, podemos ver cuán preciosa y maravillosa es la salvación y la nueva vida que nos ha dado nuestro Señor Jesucristo.
Oro que por medio de esta palabra renovemos la gracia de la salvación que nos dio Jesús. Y oro que muchas ovejas con sinceridad y humildad reconozcan su esclavitud en pecados, y reciban la salvación y la nueva vida que Jesús les da. Amén.
I. La mujer adúltera (1-6)
La semana pasada vimos que Jesús enseñaba en la fiesta de los tabernáculos. Y en el versículo 53 del capítulo anterior dice que cada uno se fue a su casa. Ya se acabó la fiesta. Y ¿a dónde se fue Jesús? En el versículo 1 dice que Jesús se fue al monte de los Olivos. Este monte se encontraba al este de Jerusalén, en el valle de Kidrón. Y en él había el huerto de Getsemaní, en donde Jesús se acostumbraba a orar. Después de la fiesta, Jesús no fue a comer y dormir. Ni se fue de vacaciones. Jesús se fue a orar. ¿Con qué título oraría Jesús? En el último y gran día de la fiesta Jesús había invitado a la gente, alzando la voz y diciendo: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.” Jesús oraría con anhelo para que la gente no sufriera más, tratando de saciar la sed interior con el agua de las cosas mundanales, sino creyera en Jesús, y tuviera verdadera satisfacción y una vida fructífera que le agradara a Dios. Por eso, si vemos el versículo 2, por la mañana volvió Jesús al templo.
Y todo el pueblo vino a él. Ellos habían disfrutado la fiesta, viendo espectáculos, oyendo músicas, comiendo en los puestos y participando en ceremonias religiosas. Pero, después de la fiesta, ellos se darían cuenta de que seguían con ese vacío y sed interior. Y se acordarían la invitación que les había dado Jesús en el último día de la fiesta. Por eso todo el pueblo vino a él al día siguiente por la mañana. Y sentado Jesús, les enseñaba. En esa mañana la palabra de Jesús correría como ríos de agua viva en el corazón de la gente.
Pero, miren el versículo 3. Los escribas y los fariseos interrumpieron ese aire tan pacífico y celestial. Ellos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio. Y poniéndola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?” En Levíticos 20:10 dijo Moisés: “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos.” También, si vemos Deuteronomio 22:23 y 24, mandó diciendo: “Si hubiere una muchacha virgen desposada con alguno, y alguno la hallare en la ciudad, y se acostare con ella; entonces los sacaréis a ambos a la puerta de la ciudad, y los apedrearéis, y morirán; la joven porque no dio voces en la ciudad, y el hombre porque humilló a la mujer de su prójimo; así quitarás el mal de en medio de ti.” Los escribas y los fariseos sabían esta ley de Moisés. Entonces, ¿por qué no apedrearon a la mujer, al sorprenderla en adulterio, sino la trajeron, y le preguntaban a Jesús qué decía? Miren el versículo 6a. “Mas esto decían tentándole, para poder acusarle.” ¿Qué esperarían ellos que dijera Jesús para poder acusarle? Ellos habían visto que Jesús era misericordioso y compasivo para con la gente. Jesús sanaba a los enfermos en días de reposo, sabiendo que los líderes religiosos querían destruirle por esa causa. La multitud le seguía a Jesús por su amor y misericordia. Entonces, en cuanto a la mujer adúltera, diría Jesús que no la apedrearan. Y podrían acusarle por quebrantar la ley de Moisés. Pero, aunque Jesús dijera que sí la apedrearan, lograrían quitarle la imagen de misericordia y compasión. Además, podrían acusarle ante el gobierno romano, ya que Israel estaba colonizado por Roma, y los israelitas no tenían la autoridad para ejecutar. Aparentemente los escribas y los fariseos buscaban cumplir con la ley de Moisés. Pero en realidad ellos utilizaban la ley de Dios, y la pobre mujer que estaba temblando de vergüenza y miedo, y la misericordia de Jesús para destruirle. Ellos eran tan hipócritas y malvados.
Y miren el versículo 6b. Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. ¿Qué escribiría Jesús? Al pensar en esos líderes religiosos hipócritas y malvados, escribiría Jesús: ‘paciencia’, y ‘que se arrepientan’. Y al pensar en la pobre mujer, escribiría: ‘misericordia’ y ‘salvación’.
Ahora, esta mujer, ¿por qué andaría en el pecado de adulterio? ¿No sabría ella la ley de Moisés? Sí la sabía. Porque todos los niños judíos, en cuanto empezaban a hablar, comenzaban a aprender el Pentateuco. O acaso, ¿no tendría miedo del castigo? Claro que sí habría temido ser descubierta, avergonzada y apedreada hasta morir. Entonces, ¿por qué andaba en el pecado de adulterio, aun después de la fiesta solemne?
Para empezar, ¿cómo llegaría a caer en el pecado? Ella era una mujer casada. Ella tenía a su marido. Pero muy probablemente su marido era un hombre machista. Ella se habría casado, soñando tener un matrimonio feliz, que su marido la apreciara, respetara y amara. Al principio fue así. Pero esa felicidad no duró ni un mes. El hombre le empezó a gritar por cualquier cosa. Le hablaba con grosería, y la humillaba. Luego comenzó a golpearla. Los insultos y golpes se volvieron pan de cada día.
O su marido era el niño consentido de su familia, y egoísta. Aunque trabajaba y ganaba dinero, no aportaba ni un quinto para la casa. Él no le compraba a ella ni un par de zapatos. Y no sabía convivir con sus hijos. Ella tenía que trabajar, hacer quehaceres del hogar y criar a sus hijos.
O quizá su marido era buen hombre. No la humillaba, ni la golpeaba. Tampoco era egoísta. Era trabajador, y aportaba todo lo que necesitara para el hogar. Pero, él no la pelaba. Él era indiferente de ella. Cuando regresaba del trabajo, todo lo que le decía era: “Hola”, y ya. No le daba un abrazo cálido, ni le hablaba. Se encerraba en su cuarto con lo suyo. Y no había comunicación entre los dos.
Ella anhelaba sentirse respetada, apreciada y amada como mujer. Y un día se le acercó un hombre. La verdad él buscaba a una mujer para aprovecharse. Pero para conquistarla él se aparentó amable, cariñoso y considerado. Él le mandaba mensajes por celular cada rato, y le preguntaba cómo se encontraba. Además, le daban regalos: flores, perfumes, bolsas, etc. Y un día él la invitó a salir. Ella se acordaría del mandamiento de Dios. Pero su anhelo de ser amada era tan fuerte que pensaría: “Esta vez, y ya. Será la primera y última vez.” Así aceptó el pecado.
Pero, el verdadero problema llegó después. Una vez cometido el pecado, ella quedó esclavizada por el pecado. El hombre seguía buscándola. Y ella caía una y otra vez en el pecado. Un día ella volvió en sí, y dijo: “No debo seguir en este pecado. Si me llegaran a descubrir, ¡qué terrible sería el castigo!” Pero cada vez que venía la tentación, aunque ella trataba de negar el pecado, dentro de ella surgía una fuerza que la obligaba a pecar. Al principio ella cometió el pecado por su propia voluntad. Pero después ella seguía pecando, obligada por el poder del pecado. Por eso, sabiendo la ley de Dios, y temiendo el terrible castigo para los adúlteros, y con preocupación, miedo y angustia, seguía cometiendo adulterio. Y ese día por fin fue descubierta por los escribas y los fariseos. Ella fue traída y puesta en medio de la multitud. Y se encontraba avergonzada, y a punto de ser apedreada.
A través de esta mujer adúltera podemos entender cómo se encuentra el ser humano esclavizado por el pecado. Todos los hombres caen en el pecado de alguna manera: por medio de los juegos en su infancia, o por curiosidad, o a través de sus compañeros, o por lo que dicen en internet, o contra su propia voluntad, o impulsados por los conflictos en su familia, etc. Pero ese placer del pecado del principio es la carnada del diablo. Una vez cometido el pecado, el hombre queda atrapado y esclavizado por el pecado. Y aunque ya no encuentra ningún chiste en el pecado, y se siente cansado del pecado, no lo puede dejar. Al principio el hombre comienza con el pecado. Pero después el pecado domina al hombre. El apóstol Pablo también lo descubrió, luchando contra su pecado. En Romanos 7:17 y 20 confesó él, diciendo: “De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.”
Por eso todos los hombres esclavizados por el pecado tienen que seguir pecando, obligados por el poder del pecado hasta ser descubiertos, avergonzados y castigados. A través del movimiento ‘#MeToo’ hemos visto a numerosos hombres que fueron descubiertos con sus pecados inmundos. Ellos fueron avergonzados y castigados, y su vida quedó arruinada. Pero, aunque no fueran descubiertos los pecados de los hombres en esta vida, lo serán, cuando venga el Señor Jesús a juzgar a los vivos y a los muertos. En aquel día sus pecados inmundos y viles serán descubiertos a plena luz del día, y ellos serán avergonzados y castigados eternamente. Será terrible aquel día, porque ellos no tendrán ninguna oportunidad y esperanza de ser perdonados y salvos, sino serán lanzados en el fuego del infierno para sufrir sin fin.
Todos nosotros entendemos bien esta palabra. Porque lo habíamos vivido. Como esta mujer adúltera, y como todos los hombres, así habíamos vivido esclavizados por el pecado, cometiendo pecados sucios y viles contra nue
Comments
In Channel